En Venezuela, en Bolivia, en Ecuador, en Paraguay, en Uruguay, en Argentina y más recientemente  en Perú, los pueblos se han desembarazado de sus presidentes neoliberales y han comenzado a transitar en una nueva senda llena de obstáculos, sin duda, pero que corresponde mejor a sus verdaderos intereses. En Chile, en cambio,  estamos de nuevo batiendo uno de  esos récords de siniestra memoria como es el de soportar una serie ininterrumpida de cinco presidencias neoliberales, de Aylwin a Piñera, que han dejado nuestra nación al borde del precipicio social y político.

En este 1° de octubre , aniversario del Desastre de Rancagua que puso fin a la Patria Vieja y marcó la derrota transitoria de nuestros próceres, podríamos  pensar, con cierto optimismo, que en la serie de altos y bajos que caracterizan nuestra corta historia estamos quizás más cerca de terminar un ciclo y comenzar otro mucho más promisorio. Las luchas de los habitantes de Punta Arenas, las movilizaciones contra el proyecto de Hidroaysén, el combate de los estudiantes nos confortan en la idea que una nueva patria es posible. Sin embargo , la patria nueva no será  posible sin la incorporación masiva de esos chilenos que, por inercia o escepticismo, siguen siendo hoy en día prisioneros de las ilusiones consumistas y de los esquemas mentales de los neoliberales de derecha y de “izquierda”.