Los malos profes

  • 26-10-2011

Uno de los temas recurrentes en el análisis de la crisis del modelo educacional ha sido la cuestionada “calidad” de los recursos humanos docentes. Desde el gobiernismo se insiste en la “doble moral” de los maestros a la hora de reivindicar mejoras sin someterse a los costos que ello podría traerles como gremio; desde la oposición se habla de las deficiencias arrastradas por el profesorado nacional fruto de los embates que sufrió desde la Dictadura y la “proletarización” de la docencia.

Hasta ahí la pregunta es sobre cuánto pesan los “profes” en la educación de calidad. Pero también sería bueno preguntarse cuáles profesores y en qué medida han influido por décadas en que este modelo de educación segregada y de baja calidad tardara tanto en ser cuestionado. Esto refiere al rol político del aula.

Chile se convirtió en academia neoliberal. El colonialismo del poder -que se instaló en el saqueo del cobre, los recursos naturales y la plata de los trabajadores- actuó desalojando la crítica de las escuelas universitarias, constituyéndose también en colonialismo del saber, principalmente en universidades pero también en los colegios. Un pensamiento cuasi-único, que enarbola el darwinismo social (el poder de los más fuertes y eficientes) tomó el poder en las cátedras.

Modeladas con ecuaciones y gráficos, la doctrina neoliberal “demostrada científicamente” se sacralizó en las cátedras de ingeniería comercial, economía o sociología: 1) Somos “agentes racionales” y egoístas, homos economicus que maximizan su utilidad. Nadie se mueve por razones solidarias ni por compromisos extra-individuales; hasta el altruismo es engañoso; 2) Somos agentes “atomizados” y con información perfecta: productores y consumidores que podemos fijarle a todo precio y cantidad “óptimos”; 3) No existen las relaciones de poder ni de dominación, nadie explota a nadie. Todos somos iguales, con la misma capacidad de presión, sabuesos tras la misma presa del beneficio individual. Si algo no funciona, dicen los expertos, son “fallas de mercado”.

La investigación se hizo crecientemente “aplicada”. En rigor, ya no haría falta ciencia para explicar la realidad: el mundo es uno, sólo hay que entender sus detalles y aprender a administrarlo. Su gran esfuerzo es, contra Marx, hacer que la apariencia y la esencia de los hechos sean absolutamente idénticas a nuestros ojos. Lo que vemos en el shopping-center en el rating es lo que existe. Competimos, perdemos, ganamos. Así es la naturaleza humana. Podemos -si nos esforzamos como en las “historias de éxito”-llegar a ser felices.

En cuanto a las categorías sociales, la derecha académica parió notables creaciones: La democracia devino “gobernabilidad”, la justicia social “cohesión” y la explotación “vulnerabilidad”. Cual maleficio, ningún problema individual es social. La Concertación en el gobierno consagró todo ese “saber” en categorías estatales y políticas públicas en materia de salud, educación y subsidios a los pobres. Varios “académicos” tomaron palco en la escena política, incluso en spots de campaña. A esos mismos ideologemas y esos mismos expertos recurre hoy el gobierno UDI-RN.

No han sido solo los medios de comunicación la trinchera cultural de este modelo. Si de educación se trata, Chile ha sido algo así como el laboratorio perfecto de la “hegemonía” de la derecha, entendiéndola desde la perspectiva de Antonio Gramsci. Según el académico argentino Mario Cortés, la hegemonía sería el arte de lograr consensos generales a través de organizaciones privadas (como las universidades y los medios de comunicación) “que difunden todo un sistema de valores, creencias y actitudes con el objeto de lograr una incorporación subordinada, mediante una aceptación activa, de los clases populares al orden social establecido”.  En ello juegan papel determinante los “intelectuales orgánicos”, y siguiendo a Mariátegui los primeros de ellos son los educadores.

Hará falta en algún momento una profunda autocrítica y des-domesticación y descolonización del saber. Todas las “reglas” mayoritariamente difundidas en aulas han negado sistemáticamente la posibilidad de que existiera un movimiento y una aspiración colectiva como la que hoy reivindica la educación pública y cuestiona las bases doctrinarias del modelo social vigente. La práctica en América Latina y Chile ha hecho añicos empíricamente la validez de esas teorías, mostrado su intencionalidad política. Es un gran primer paso.

La calidad de la educación depende mucho de profes en posibilidad de brindarla. La derecha escamotea esa verdad, buscando culpables entre “los malos profes”. En realidad, eso es sobre todo un asunto de evaluación y supervisión, inseparable de la dignificación profesional. Los “malos profes”, los que más daño hacen, son aquellos que han servido a la élite económica y política chilena en las últimas décadas como caballos de batalla conformes y complacientes.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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