El Viejo Marx sostuvo, en su Libro el 18 Brumario de Luis Bonaparte, que la historia suele repetirse, primero como tragedia y luego como farsa, y que lo segundo anuncia la clausura de un ciclo histórico. Develando con ello una de sus más célebres citas relacionadas con el devenir histórico de los procesos políticos y sociales.
Como continuación de las políticas de intervención de las potencias occidentales en este siglo XXI en aquellos países productores de hidrocarburos o situados estratégicamente en rutas de oleoductos y gasoductos: como Irak y Afganistán, muestra que esas potencias, lideradas por Estados Unidos y sus aliados Europeos están dispuestas a todo con tal de controlar la extracción, producción y distribución del denominado oro negro. Y, si para ello sirve el drama de apoyar a uno de los bandos en pugna en la guerra civil que los sacude, con su carga de muerte y destrucción ¡bienvenido sea!
Y, tanto mejor, si se acompaña de la permanente farsa verbalizada, por las potencias occidentales, que encubre su intervención bajo exigencias de mayor democracia en aquellos países donde hasta hace pocos meses alababan y sostenían política, militar y diplomáticamente a los dictadores de turno. Así se vivió en Libia, país Norafricano situado en el denominado Magreb y gobernando durante 42 años por un régimen totalitario.
Desde el inicio de los procesos políticos que generaron la caída y desestabilización de los regímenes de Túnez, Egipto, Yemen, Siria, Bahrein entre otros en lo que se ha dado en llamar la Primavera Árabe, la excusa para el apoyo occidental a esas rebeliones sociales fue la defensa y consolidación, en algunos casos, de una democracia representativa, que efectivamente logró derribar estructuras políticas y gobiernos que llevaban largos años enquistados en el poder. Pero, a la par de ese llamado a democratizar los Estados Árabes se instaló, con camas y petacas una amalgama de empresas constructoras, militares, empresas de explotación petrolera y gobiernos que le son afines cien por ciento.
La excusa de la defensa de la democracia, el perseguir, arrinconar y eliminar físicamente a Muammar el-Gaddafi, en el poder desde el año 1969, resulta una bofetada a la inteligencia cuando se analiza lo sucedido desde el inicio de la rebelión contra su régimen. Esto, más allá de las anécdotas de cómo huía de Sirte y su convoy fue atacado por Aviones Franceses, atrapado por combatientes rebeldes y ejecutado sumariamente. Los videos difundidos post operación “Muerte a Gaddafi a como de lugar” muestran que al viejo Dictador había que ejecutarlo a como diera lugar.
Muerto el dirigente, se mueren los datos y las posibles filtraciones respecto a los apoyos de gobiernos como el de Berlusconi, Sarkozy, Obama o también de Beijing y Moscú en este afán de conseguir el preciado petróleo y los millones de dólares vinculados a su explotación. El ejecutado Coronel fue ha sido uno de los más fieles aliados de occidente, sobre todo en la última década. Con agradecimiento los servicios de inteligencia de Londres y Madrid recuerdan los datos suministrados por Gaddafi con los nombres y lugares de ubicación de militantes del IRA y la ETA que permitieron la desarticulación de sus células más radicales. Militantes formados en los campos de entrenamiento del desierto libio en aquella época donde el ex Dictador juraba destruir al imperialismo. Pero, más patético aún fue el trabajo de gendarme realizado por el régimen Libio y establecido en las políticas represivas de inmigración firmadas con Italia, que significaron convertir a Libia en campos de reclusión de miles de desesperados subsaharianos aspirantes el Europan Dream.
Obama, como Sarkosy y Berlusconi se frotan las manos por la “lucha democrática” pero, la tensión no tardará en dejarse sentir toda vez que los intereses económicos y políticos chocarán inexorablemente. Las potencias europeas se han apoderado directamente de las refinerías que ya tenían como concesión de Gaddafi, controlan la renaciente explotación hidrocarburifera, reduciendo el precio del crudo, específicamente para esos países y con negociaciones en pleno proceso con el gobierno rebelde. La tensión con Washington se expresa también en el ámbito político pues la superpotencia desea hacer de Libia un centro que pueda sostener a su aliado israelí y frenar o reconducir las rebeliones árabes hacia el estilo de democracia representativa que occidente suele preconizar como modelo único e indiscutible.
El análisis fino de lo que está aconteciendo en Libia permite augurar peligros para la estabilidad de la zona del Magreb pero también para los procesos de liberación del pueblo palestino, toda vez que las nuevas autoridades han declarado su intención de cortar todo apoyo a Gaza y al gobierno palestino y reconocer plenamente al estado de Israel. Derrocado el régimen, lo que se avecina es el negocio del siglo. Preparar la paz es anticipar contratos de reconstrucción, nuevas concesiones petroleras y sobre todo, su reparto “neocolonial”. Tras 42 años de Yamahiriya, la nueva Libia diseñada en los bufetes de Londres, Washington y Paris se ha definido como un Estado democrático, constitucional e islámico en que la Sharia será fuente de ley. La historia no se repite pero, que parecida es a otros procesos cuando el objetivo es el oro negro bañado en sangre roja.