De la indignación hemos pasado a la perplejidad, cuando ya es de público conocimiento que el presupuesto para el Fondo de apoyo a programas culturales y de interés regional del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) ha sido rebajado a la mitad. Una medida que tiene estupefacto a medio país cuando los mismos consejeros de esta repartición pública, habían escuchado hace unos días de la boca de su presidente, Hermann Chadwick, que ya contaba con el compromiso del Gobierno de mantener los montos asignados a este ítem del año anterior.
El anuncio de la mantención del presupuesto ya era una mala noticia cuando el mismo Consejo a través de un instrumento tan verídico como consistente, como la VII Encuesta Nacional de Televisión que el mismo CNTV hizo, daba cuenta de una creciente insatisfacción de una amplia audiencia molesta con el exceso de farándula y de falta de programas culturales en la televisión abierta chilena. Una conclusión que no debiera llamar la atención cuando es una queja constante el estado de postración intelectual y cultural en la que se encuentra la ahora sí bien llamada “caja idiota”. Un medio de comunicación que en sus orígenes, a comienzos de la década de los sesenta, el propio Estado calibró su importancia y rol proyectándola como una poderosa herramienta de información y educación. No sin razón la dejó en manos de las universidades…pero eso hoy es cuento viejo, cuando la Iglesia decidió despojarse y vender su señal abierta, hasta perder el control de ella, siguiendo los pasos de la Universidad de Chile y el Estado, ha preferido entender por televisión pública un “imbunche comercial y publicitario” que no se entiende.
La vilipendiada televisión chilena vive un momento que la puede hacer caer en un desprestigio aún mayor, cuando se le están esquilmando los únicos dineros con los cuales puede hacer algo de calidad y con un sello identitario y patrimonial importante.
Están turbados en la industria cinematográfica chilena, actores y productores, gestores y todos los que conforman una larga cadena de eslabones cada vez más precarios. El presidente de la Unión Nacional de Artistas (UNA), el actor Edgardo Bruna, no pudo incluso esbozar una razón, cuando la determinación se hizo pública sólo a través de los números que salieron a la luz en la Comisión Mixta de Presupuesto del Congreso Nacional que, a buena hora, rechazó la partida. Para qué decir de la perplejidad de los consejeros del órgano estatal, como lo señalaba Jaime Gazmuri en una carta publicada a El Mercurio, que daba a modo de salida de una situación claramente inexplicable que el mismo Ejecutivo corrigiera el desaguisado mediante una indicación, como si todo hubiese sido un simple error de tipeo en el traspaso a los papeles que una decisión clara de desoir la voz de acallados televidentes, pero sobre todo de una sociedad que está saturada de tanta grosería y estupidez.
Queda claro que “el desoimiento” se ha convertido en una política pública del gobierno de Sebastián Piñera. Una herramienta peligrosa y cuyos costos pagará mucho antes de lo se imagina, porque la “idiota” es la caja, no la gente.