El premio Cervantes concedido a Nicanor Parra tuvo el mismo efecto que su personal pero tan chilena manera de acercarse a la palabra, esa de poner un pie adelante mientras lleva otro para atrás, pero esta vez, en lo relativo a la presencia de Chile en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Mientras el antipoeta encumbraba a las letras chilenas al pináculo de la literatura en castellano con el Cervantes, y en un momento particular cuando se concentraba todo el mundo editorial hispanoamericano en un solo lugar, en el stand de Chile en la Feria no sabían qué hacer con los cientos de lectores que querían conocer la obra de un poeta laureado con tal alto reconocimiento y procedente desde el otro lado del mundo. Para atender a la demanda, sólo se contaba con unos escasos ejemplares los Poemas y Antipoemas de Editorial Universitaria y las disculpas del caso, con la posterior recomendación de ir al Fondo de Cultura Económica, esto es a la editorial pública mexicana, a hacerse de ejemplares del tercer chileno en obtener este importante galardón. La explicación a la falta de libros de Parra y de una enorme cantidad de poetas, narradores y ensayistas chilenos en el stand es muy clara y que las editoriales que los editan no compraron un espacio dentro del stand que nuestro país tiene en Guadalajara. Y es que el stand de Chile pertenece a la Cámara del Libro que por ser en su mayoría empresas transnacionales prefieren situar y promover a los autores chilenos que ellos editan y que son, por regla general, los más vendidos y conocidos en el mundo, en sus propios recintos, como es obvio, quedando luego, la demás producción nacional al arbitrio de las editoriales que tienen que evaluar su presencia en México según criterios económicas o estratégicos.
De esta manera la representación chilena, se contentó con enormes gigantografías de sus autores emblemáticos mientras sus libros se los peleaban a metros de distancia. En el caso de Parra, fue aún más patético, cuando ni siquiera había foto ni libros. La inanición literaria más total de un país que se jacta de autoproclamarse como “tierra de poetas”. Los encargados del stand, un grupo humano comprometido pero que tiene que hacerse cargo de una enorme desinteligencia estratégica de la autoridad como es no entender que el stand que dice Chile debiera ser una muestra representativa del maravilloso trabajo editorial que se desarrolla en Chile y no dejarlo al arbitrio de quienes cuentan con la solvencia o tienen el interés de pagar un espacio, hicieron lo posible.
Pero los que se lucieron con todas sus letras fueron un grupo de editoriales pequeñas dedicadas a la literatura infantil y juvenil en un stand llamado “Chilitos”, un nombre que juega con la manera en que los mexicanos nombran a su idolatrado ají y que concitó el interés y la admiración de quienes desconocían que en nuestro país se estuvieran haciendo libros de tanto valor y calidad. Por cierto que estas editoriales tuvieron que pagar para estar presentes en la feria, y para ello se agruparon en un local que las representaba a todas y que no llevaba el nombre de Chile a secas, como el caso anterior. Se trata de emprendimientos que reflejan una industria que está creciendo y consolidando de manera extraordinaria. Sin embargo, sigue llamando a escándalo que las autoridades gubernamentales no atiendan la responsabilidad que les cabe en el espacio que lleva el nombre de nuestro país, dejando que una vez más pasemos bochornos haciendo tambalear el enorme edificio de imagen país que tanto se preocupan de discursear pero no de construir de manera efectiva.
La muestra más representativa de esto es el colectivo Casagrande, tres poetas jóvenes que sólo por amor a la poesía han realizado los actos más espectaculares de nuestra cultura en el exterior, como bombardear con poemas a ciudades emblemáticas que alguna vez fueron asediadas por fuego enemigo. Partieron con el Palacio de La Moneda y les siguieron Guernika, Dubrovnik hasta llegar a Berlín el 2010. De manera silenciosa pero tremendamente efectiva, los Casagrande tendrán su consagración mundial cuando en la apertura de los Juegos Olímpicos de 2012 sean el acto cultural emblemático, vaciando cerca de una tonelada de marcalibros inscritos con poemas de autores chilenos y de casi 200 otras nacionalidades sobre los cielos londinenses. Una manera elocuente de demostrar que es cuestión de pasión, no de dinero.
Se preveen momentos difíciles para Guadalajara 2012, cuando inscrito dentro de nuestra tradición, como el nombrar a escritores en cargos diplomáticos, recordemos a un Neruda o una Gabriela Mistral, el presidente Sebastián Piñera designó al escritor Roberto Ampuero como nuevo embajador de Chile en México. El autor de ¿Quién mató a Cristián Kustermann? tiene la difícil misión de convocar a la mayor cantidad de colegas y del más amplio espectro a ser parte de la designación de Chile como País Invitado de Honor en FIL 2012, para demostrar que la literatura de verdad nos convierte en seres más complejos pero sensibles, más argumentativos pero respetuosos y solidarios…en definitiva, más inteligentes.