La verdad no existe, cambia de persona a persona, de lugar a lugar y de segundo a segundo. Los periodistas, sin embargo, somos formados con la supuesta responsabilidad de transmitir a la sociedad la verdad de los hechos relevantes. Y tan aceptada es la premisa que para muchas personas lo que sale en el diario o en la televisión es, lisa y llanamente, una realidad indesmentible. Y punto.
Esta creencia es especialmente sensible luego de un año de movilizaciones e interpelaciones al poder, en los que también ha habido cuestionamientos a la cobertura de los medios, especialmente de la televisión. En resumen, se les ha acusado de satanizar a los movimientos sociales, especialmente el estudiantil, a veces amplificando los episodios aislados de violencia y otras invisibilizando, para lo cual un recurso frecuente ha sido recurrir a noticias insulsas que remplacen a las de miles de personas manifestándose en las calles.
En alguna época, coincidentemente con la Dictadura -o Régimen Militar para complacer a alguien en el Mineduc- se puso de moda la idea del “periodismo objetivo”, lo cual vendría a significar que el mejor periodista era aquel que ocultaba y dejaba fuera de su trabajo sus opiniones personales, como si tal cosa se pudiera. Como consecuencia de esa mirada los poderosos han podido convertir “su” verdad en la verdad social, degradando de paso al periodismo, al despojarlo de su función crítica.
Así, a través de las noticias, suelen borrarse los antagonismos que toda sociedad contiene.
También, la irrupción de las redes sociales ha modificado el concepto de noticia. Muchas “personalidades” realizan hoy una exhibición incesante y mezclada de su vida privada y de sus actividades públicas, metiéndose a una suerte de “Casa de Vidrio” donde todo es escrutable, tiene significación política y, por lo tanto, es noticia.
Con la inmediatez hay que agregar que se ha desatado una suerte de carrera olímpica entre periodistas por ser los primeros en informar, con lo cual se le ha hecho creer a la sociedad que lo urgente es lo realmente importante. Esto, además de falaz, lleva al periodismo a episodios bochornosos. Para evitarlos, bien vale no ser el primero en informar la muerte de Gaddafi, Gabriel Valdés o Kirchner a cambio de no “matar” a Patricio Aylwin, Luis Dimas o Zalo Reyes presionados por rumores infundados.
O sea, es poco aconsejable sucumbir en la fiebre del llamado “tiempo real”, como nos lo recuerda un dicho muy sabio conocido por los periodistas y que dice que el diario de hoy se usará mañana para envolver pescado.
La suma de estos equívocos es grave. Implica una crisis en la relación entre los medios de comunicación y las sociedades, justo en la época en que aquellos se han convertido en el gran espacio de resolución de conflictos y construcción de sentido común.
Una crisis que también es ética, porque las falacias expuestas le restan al periodismo la posibilidad de contribuir a una sociedad más humana y menos desenfrenada.
Quizás llegó el momento en que quienes estamos de éste y del otro lado de los medios de comunicación nos propongamos un nuevo pacto. Uno donde no se prometa una verdad única, sino la honestidad intelectual. Que no pretenda ser objetivo para terminar siendo un mero vehículo de la mirada de los poderosos. Y que no se desangre en la lógica de ser los primeros, porque los temas realmente importante sobrevivirán al noticiario de hoy. Y seguirán importándonos mañana.