Saltitos de alegría con Neruda

  • 20-01-2012

Era la segunda vez que lo amenazaban con el Premio Nobel. La anterior había sido hacía casi 20 años atrás, cuando su fama era más discreta y entonces se había quedado esperando esa llamada telefónica y el posterior asedio periodístico. Ya había probado el amargo sabor de una espera inútil, sin embargo, estaba nervioso. Era 1971 y Pablo Neruda era un poeta muchísimo más conocido en todo el mundo. Había viajado y regado de versos distintos puntos de planeta en los más dispares idiomas. Sus libros se paseaban gastados, ajados de tanta lectura, entre las manos de enamorados y los revolucionarios de todas las latitudes.

Esta vez, estaba en Paris, como embajador de Chile en la Ciudad Luz y esperaba la llamada desde la Academia Sueca que sí llegó para consagrarlo como el segundo poeta chileno en ser merecedor del más alto reconocimiento que se entrega en el mundo a un escritor: el Premio Nobel de Literatura. Pablo Neruda se convertía en un poeta de rango universal con el mayor de los aplausos y el más suculento premio del planeta. Ahora podría el niño empecinado que llevaba adentro, el recolector obsesivo de cuantacosaseleocurriera y el amigo catete que no dudaba en sumar a sus cercanos en lo  esfuerzos que implicaban su insistente afán coleccionista, comprar todos esos libros y objetos que lo cautivaban al punto de dejarlo sin habla. Una pasión que queda claramente retratada en sus tres casas, hoy museos, que permiten ingresar al imaginario material del hombre del verbo más caudaloso de nuestra poesía.

De la misma manera cómo dio Neruda saltitos de alegría por el Nobel, estaría dándolos si pudiera ver lo que ha pasado con el importante legado que le dejara a la Universidad de Chile el año 1954 cuando hiciera efectiva una de las más espectaculares donaciones de nuestra historia: libros, caracolas, manuscritos y objetos que fue recolectando en sus múltiples viajes.  Feliz estaría el poeta al ver que el equipo encabezado por Richard Solís ha desarrollado una tarea que merece mucho más que un abrazo con palmoteo en la espalda.

Como lo detalla el Archivo Central Andrés Bello de la Universidad de Chile, la Colección Neruda se compone de 4961 libros, 7784 caracolas y 263 revistas. Entre los libros se pueden encontrar ejemplares de poetas y escritores amigos como también de clásicos, además de un abultado número con maravillosas ilustraciones dedicados a la historia natural de la que era tan aficionado. Su biblioteca privada, en la que se oxigenaba el genio de Neruda estaba allí, pero también tesoros que hacen suspirar a cualquier bibliófilo, como la Histórica Relación del Reino de Chile de Alonso de Ovalle en su edición original hecha en Roma en 1646. Pero “la reina de la fiesta” es, sin duda, colección de caracolas conformada por casi 8 mil ejemplares marinos y de agua dulce y terrestres, provenientes de Chile, Sudamérica Asia y Oceanía, muchas de ellas recolectadas por el propio Neruda en sus viajes, y otras regaladas por personalidades de la talla de un  Rafael Alberti o Mao Tse-Tung, que conocían de su pasión.

Los valiosos libros ya sufrían los embates de una sala cuyas estanterías de madera acidificaban las valiosas hojas, tornándolas aún más amarillentas de lo que estaban cuando el mismo Neruda los adquirió; de las oscilaciones de la temperatura y del empecinado paso del tiempo que este grupo de expertos se encargó no sólo de detener sino que además de reparar.  Se trata de la Segunda etapa del proyecto de restauración de la sección bibliográfica de la Colección Neruda que esta semana dio cuenta del silencioso trabajo al que están abocados desde 2008.

La deuda pendiente es la digitalización de este tesoro patrimonial de la Universidad de Chile… pero por ahora, podemos incluso como Neruda, dar saltitos de alegría, que todo su legado está en las mejores manos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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