El periodismo chileno cumple este 13 de febrero 200 años de vida y el nombre que engalana a tan importante fecha es el de Fray Camilo Henríquez. Una figura señera de nuestra independencia que entendió desde muy temprano que la vocación periodística era primero la de educar a un pueblo durante tantos años postrado en la pobreza material e intelectual. Su opción monacal la entendió como una vida entera consagrada a los demás, desde lo más humilde, asistiendo a los enfermos y agónicos como monje de la Orden de la Buena Muerte hasta lo más complicado, como era insuflar en los espíritus y en las mentes de sus compatriotas contemporáneos, el fuego de la libertad y la independencia de la monarquía española.
La primera Junta de Gobierno lo designó como redactor del primer periódico de nuestro país, la Aurora de Chile, y era la Universidad de San Felipe, la casa natal de la Universidad de Chile, la que albergó a la primera imprenta cuyo fruto periodístico era un gran pliego doblado en dos y con textos dispuestos en dos generosas columnas. La publicación consagraba en sus dos primeras páginas artículos de gran vuelo revolucionario como los derechos de los pueblos, las formas de gobierno, asuntos indígenas o la importancia de la instrucción, la mayoría de ellos escritos por la pluma de Camilo Henríquez. Se reproducían también textos de diferentes autores con vocación libertaria, fueran nacionales o extranjeros, quedando las noticias relegadas a las páginas posteriores.
Nuestro primer periódico y por ende, el periodismo chileno, lleva el sello de un espíritu libre que supo desde temprano que la verdadera liberación radica en la palabra y su entendimiento. Lector de Voltaire y Rousseau, fray Camilo Henríquez debió incluso pagar con la reclusión en una mazmorra limeña la osadía de esconder dentro de su humilde colchón ejemplares de estos autores prohibidos por la nada de Santa Inquisición. Como bien le gustaba recordarlo a Gabriela Mistral, Camilo Henríquez era no sólo periodista, sino que un “subversivo”, y esta calidad queda clara desde ese primer panfleto que publicara a comienzos de enero de 1811, bajo el seudónimo de Quirino Lemáchez. Un subversivo que no tenía miedo a la palabra revolución y que la justificaba por dos razones: “primero, por la violencia e injusticia con que el sistema colonial español controlaba a las provincias, y segundo, porque la ley natural había hecho a las naciones libres e independientes: a la participación de esta suerte os llama, ¡oh pueblo de Chile!, el inevitable curso de los sucesos”, como lo recuerda el historiador Francisco Píriz, en su excelentemente bien documentado libro de reciente publicación ‘Camilo Henríquez: el patriota olvidado’ (Ril Editores). “Las revoluciones – decía – se asemejan a esos grandes terremotos, que rasgando el seno de la tierra descubren sus antiguos cimientos y su estructura interior; trastornando los imperios manifiestan la organización profunda, y los resortes misteriosos de la sociedad”. Uno de esos resortes que bien entendía fray Camilo Henríquez era el de la educación porque “para hacer a los pueblos felices es preciso ilustrarlos”. De aquí que otro de sus grandes proyectos fuera la creación del Instituto Nacional, cuyo fin era “dar a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”.
Revolución y educación en una amalgama que denomina entusiasmo transformador, que está continuamente alentando y también acusando cuando hace falta. “La energía de este sentimiento sostiene las revoluciones, y hace que sean tan fecundas en acciones ilustres…el entusiasmo es el apoyo único de las revoluciones. Haciéndose universal, el triunfo es infalible. Entonces es cuando de todas las clases brotan genios sublimes; cuando salen del seno de la oscuridad hombres eminentes”.
La palabra de Camilo Henríquez resuena a 200 años con una actualidad y fuerza apabullante. Cuando en el Chile de 2012 hay temor por desechar una Constitución nacida en dictadura que no termina por ajustarse a las demandas de un pueblo que aspira a ser más democrático y justo, Camilo Henríquez, nos recuerda: “No hay ley, no hay costumbre, que deba durar, si de ella puede originarse detrimento, incomodidad, inquietud al cuerpo político…con el tiempo vienen los estados a hallarse en circunstancias muy diversas de aquellas en que se formaron las leyes. Las colonias se multiplican, se engrandecen, su felicidad no es desde entonces compatible con el sistema primitivo; es necesario variarlo (…) variándose pues las circunstancias, debe variarse la constitución”. Y para decirlo, tuvo experiencia suficiente, cuando fue el redactor del Reglamento Constitucional Provisorio de 1812, durante el gobierno de José Miguel Carrera. Pero entendía que esas leyes estaban lejanas a un pueblo sumido en la ignorancia de la opresión, de aquí que redactara para molestia del clero y la aristocracia realista el Catecismo de los Patriotas :”…escrito con la mayor sencillez, claridad y brevedad, repartido a las escuelas para que los niños lo tomasen de memoria, y lo recitasen en las plazas, convidando antes a la plebe con carteles para que asistiese, fuera sin duda muy útil”…¡cómo resuena hoy esta inclusión de las generaciones más jóvenes a recitar de memoria sus derechos para ser parte activa de la sociedad civil!
Escasamente un año de vida tendría la Aurora de Chile. La publicación que abrió las puertas del periodismo nacional había nacido con un grito libertario que a sus contemporáneos incomodó, al punto, de ser varias veces ¡censurada! para evitar vivir con la mordaza, Camilo Henríquez la cerraba y a los cinco días, ya abría un nuevo medio, El Monitor Araucano, con el que seguiría, pluma en ristre, entusiasmando a un pueblo con sus ideales libertarios. Como un entusiasta y reconocido carrerista, Camilo Henríquez debió autoexiliarse en Buenos Aires, luego de la derrota marcada por la reconquista española, para luego retornar y seguir trabajando por su querida Patria, esta vez, junto a O´Higgins, quien con gran generosidad lo trajo de regreso desde un miserable destierro para ser recibido como un verdadero héroe nacional.
Y porque no era de personalismos sino de grandes causas, es que volvió a Chile a trabajar de manera activa en la redacción de la Constitución de 1822 y en 1823, fundaba la primera revista de nuestra historia, llamada El Mercurio de Chile. Trabajaría brevemente en labores políticas, como diputado por su ciudad natal, Valdivia primero, y por Chiloé y Concepción, después.
En 1824, moría en Santiago sin los honores y el reconocimiento público que merecía.
A 200 años de la gesta intelectual de fray Camilo Henríquez, su ideal revolucionario sigue resonando con más fuerza que nunca: libertad para emprender los cambios necesarios sin ataduras a los poderes consolidados; educación, para entender la profundidad de las transformaciones y, una nueva Constitución que le dé un marco jurídico a ese gran país que estamos llamados a ser, de modo que nadie esconda la mirada y que pronto podamos mirarnos a los ojos y reconocernos como hijos de esta Tierra.