Un SMS de felicidad

  • 20-02-2012

“Me parece que no somos felices, se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan”, decía un connotado político chileno frente a una audiencia de corte político e intelectual comenzando el siglo.

Eso de que no somos felices ya puede dejar de ser una mera impresión cuando estudios realizados por organismos internacionales nos ubican como uno de los países con mayores niveles de infelicidad de la Región.  Cuando “nuestro barrio” se caracteriza precisamente por culturas cuyo sello no es otro que el de rostros felices moviéndose al son de ritmos tropicales, la comparación resulta aún más grotesca.

No sólo eso, además ostentamos la tasa de suicidio juvenil más alta de Latinoamérica. Y aunque las familias chilenas se vean tan contentas disfrutando de las frías y siempre desafiantes playas de nuestra enorme costa, o las veamos en alegre paseo consumista por algún centro comercial, saliendo con los brazos atestados de paquetes y bolsas, la conclusión es tristemente la misma: no somos felices o, todavía no dejamos de ser infelices.

El paréntesis veraniego despresuriza esa bomba de tiempo que con su incesante tic tac se convierte en el escenario auditivo permanente de la chilenidad a la espera del vencimiento del siguiente pago. Nuestra música de fondo no es una samba, un tango ni una cueca brava, como algunos quisieran escuchar, sino que la última oferta crediticia que permite adquirir dinero en un sinfín de cuotas que pueden estar repactándose ad eternum.

Las conversaciones estivales bajo quitasoles de plástico estampado con marcas de papas fritas no son otras que las mismas que se escuchan durante todo el año: el asfixiante calor o el penetrante frío; que si es lunes, hay que empezar la semana no más y que si es jueves, menos mal que mañana es viernes…¿cuántos chilenos habrán leído sus cuatro libros de lectura promedio anual en estos días? ¿Qué libros habrán elegido para tan dilecta cata literaria? Las respuestas las conocemos pero formularlas, una y otra vez, es un ejercicio dolorosamente realista, nos lleva a entender que algo siempre nos está faltando, como esa alegría que no llega.

A pesar de que fueron millares los que marcharon durante el año exigiendo una educación de calidad, sin lucro y gratuita, el celular no pudo ser desplazado desde las manos de nuestro pueblo por un libro que demostrara que sí es posible hacer un cambio.  La foto sacada de improviso al que hacía una mueca, la canción de moda y el “ring tone” que despierta alguna sonrisa o curiosidad se convirtieron en las máximas veraniegas de los móviles. No los libros, no la música, no las expresiones culturales.

Tan triste panorama produce hasta nostalgia por personajes otrora despreciados, como el siútico, un chilenismo que nace en 1860, y cuya personaje prototípico es Amador, el protagonista de Martín Rivas, la novela de Alberto Blest Gana, que como lo señala Bernardo Subercaseaux “apunta a la actitud del trepador o imitador social, al individuo que presume de caballero o de fino sin realmente serlo (…) se viste, camina, habla o gesticula como elegante, pero que aparece grotesco porque carece de naturalidad”. En su afán de imitación el siútico leía lo que el caballero o el hijo de familia leían de modo que la conversación y la escritura, baluartes de la relación social de entonces, fluyeran de manera más espontánea, sin esos largos  e incómodos silencios. Allí estaban los códigos, los guiños y los temas de la discusión, que también era parte importante del diálogo. ¿A quién imita hoy nuestro siútico?

Pareciera que el siútico que llevamos dentro está triste, lo está desde hace demasiado tiempo, como lo señalaba Enrique Mac Iver en el Ateneo de Santiago el 1 de agosto de 1900, cuando decía “no somos felices”, porque hace más de un siglo ya se notaba nuestro ánimo melancólico que, sin embargo, se levantó en ciertos períodos de manera espléndida con el carisma y sobre todo, la visión de grandes estadistas que supieron imaginar y soñar un Chile diferente.

¿Quién sueña a Chile hoy? ¿Dónde están los sueños de los millones de chilenos que sólo están pendientes de revisar una y otra vez su celular por si ha llegado un mensaje de texto que los haga felices?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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