Hacia el fin del Estado

  • 26-02-2012

El prolongado conflicto que se vive en Aysen, donde la inmensa mayoría de la población se ha rebelado contra el centralismo político y las promesas oficiales incumplidas, demuestra una vez más la incapacidad del Gobierno y  la institucionalidad nacional para satisfacer las demandas de la población. Tal como ayer en la región de Magallanes, el conjunto de las organizaciones patronales, sindicales, estudiantiles y otras de nuevo se concertan  para encarar al estado chileno en una radical y unitaria protesta que lo que más recibe es represión policial y amenazas gubernamentales. El  puntarenazo recibió, hace dos años,  el desdén de la Concertación casi en los mismos términos en que ahora lo manifiesta el Régimen de Piñera. Demostrando que la clase política en su conjunto ya no puede manejar los hilos de un Estado cada vez más teledirigido por el capital financiero internacional, sus políticas neoliberales y las instituciones rectoras que en el mundo existen para velar por el actual orden económico internacional. De la cual Chile es una de las colonias más emblemáticas de la globalización capitalista.

Desde hace mucho rato,  la política está regida por una misma ideología en la que todos los actores de La Moneda y el Parlamento son solamente peones al servicio de los intereses transnacionales que le han arrebatado a nuestros pueblos su soberanía, apropiándose de sus yacimientos, empresas estratégicas, bancos, reservas acuíferas y otras. La derecha ha homogeneizado el discurso de otrora socialistas, socialcristianos e incluso de quienes hasta llegaron a proclamarse como revolucionarios. Por lo mismo en que en el sistema político electoral del  presente, a los más alguien podrá jactarse de que tenemos alternancia política, pero en ningún caso alternativa doctrinaria o programática.

Pasó el tiempo de los proyectos históricos que en la década de los 60, por ejemplo, postularon  la Nueva República, de Alessandri;  la Revolución en Libertad, del falangismo y el socialismo allendista,  cuando nuestros gobernantes y legisladores vivían bajo el influjo indiscutible de la oligarquía nacional, pero todavía podían desairar a los poderosos locales y desafiar verbalmente al imperialismo. Gracias, desde luego, a aquella Guerra Fría que tanto se añora, desde que los Estados Unidos y un par de adláteres se asumieron en los gendarmes internacionales. Sin contrapeso alguno de la comunidad de naciones, cuyos estados se desperfilan o se extinguen inexorablemente, aunque este fenómeno no sea muy  reconocido todavía.

Al decir de algunos lúcidos politólogos, el descrédito de la política no radica tanto en la corrupción de los dirigentes como en su patética incapacidad de cambiar las cosas. Formando parte, como prácticamente están, de las planillas pagos de los grandes consorcios y recibiendo hasta la desfachatez recursos para ser elegidos y reelectos en cargos que, ciertamente, ya no son de representación popular. Muchas veces se ha demostrado que los suculentos estipendios del erario público que reciben parlamentarios, alcaldes y otros, en realidad son apenas bicoca si se los compara con lo que cuesta en nuestros países hacer frente a una competencia electoral y recibir el favor de los grandes medios de comunicación. Es decir, de todo un sistema informativo y cultural que se concentra vertiginosamente en las mismas manos que manejan  la actividad productiva y comercial. Bajo las directrices neoliberales que hoy califican, discriminan y hasta censuran la creación artística en intelectual de nuestros pueblos.  Ya nadie oculta la presencia del tráfico de influencia que se practica en los pasillos de nuestro Congreso Nacional cuando se discuten iniciativas legales  que podrían afectar mínimamente el statu quo,  cuestión reconocida por el propio ministro de Salud y algunos parlamentarios en la tramitación de una ley antitabaco.

Quizás la única novedad  sea la irrupción explosiva del narcotráfico en la política de nuestros países, siendo los más afectados México, Colombia y Argentina, pero seguidos de cerca por ésta y otras naciones en que el tráfico y el micro tráfico juegan un papel preponderante en nuestras empobrecidas y violentas poblaciones,  como toda la economía informal.

Pero que alcanza a los jueces, los partidos y los líderes sindicales, donde resaltan una serie de personajes muy bien protegidos o comprados por este letal negocio que compite con el tráfico de armas como uno de los más lucrativos a nivel mundial. Es cosa de revisar las denuncias que duermen en los Tribunales sin resolverse y que involucran a altos oficiales de las ramas armadas en el tráfico de armas a Croacia y la compra fraudulenta de aviones y otros pertrechos militares. Así como ese oscuro episodio aún en manos de la ministra Gloria Ana Chevesic, que dice relación con las facilidades políticas recibidas por el extinto narco mexicano Amado Carrillo para instalarse en Chile con varios de sus secuaces, en una operación en la que ofrecieron cobertura nuestra Cancillería, algunos poderosos estudios de abogados y la empresa Tribasa contratada por Chile para construir varias carreteras.

Nuestro estado maniatado se demuestra incapaz de atender las demandas de puntarenenses, ayseninos y de los cientos de miles de jóvenes y profesores movilizados por sus derechos educacionales y laborales. Un Estado que, curiosamente, tiene millonarios recursos y reservas, pero que se manifiesta inepto en  aliviar el drama vivido por las víctimas del último terremoto. Con una clase política que promete construir más hospitales, elevar el salario de los indigentes, pero que a la postre frustra sus expectativas porque los dueños de la economía mundial y de las grandes inversiones en Chile no están dispuestas a pagar más por nuestra mano de obra y renunciar a un céntimo de sus millonarias utilidades, aunque fuera tan solo para atenuar  las tensiones sociales y resguardar la suerte de sus “inversiones”. En este sentido, nos parece un escándalo  la OCDE se permita recomendar a nuestras autoridades que flexibilice más el empleo y deje de pagar “tan altas indemnizaciones” a los trabajadores despedidos. ¡Qué mejor prueba de nuestra genuflexa dependencia!

Lo más ingenuo es seguir pensando que pueda abrigarse un cambio que no sea sólo cosmético bajo los cánones de la hegemonía capitalista, la Constitución del 80 refrendada por la post Dictadura, así como con la existencia ya crónica del parlamento binominal, la prensa uniformada, la complicidad y corrupción de las dirigencias políticas, gremiales y sindicales. La esperanza de los pobres, de los discriminados y los millones de consumidores  abusados por el desorden institucional y moral que nos rige radica en sus propias manos, sus nuevos referentes y  capacidad de paralizarse, lograr la ingobernabilidad no sólo en una o dos, sino en todas las regiones del país. Avanzando a la conquista del poder y la construcción de una democracia genuina y participativa, como la construyen los indígenas liberados en el Continente y los pueblos latinoamericanos que ya han derribado sus arcaicas y viciadas instituciones. Con esa fuerza, grandeza y solidaridad expresada siempre en los grandes episodios de nuestra historia republicana.

La dura cara de la represión  de los últimos años se hará imposible si la protesta se generaliza a lo largo y ancho del país. Observar hoy al mundo es comprobar que la unidad y alzamiento de los pueblos siempre es más poderoso que los ejércitos y policías fratricidas. Por algo es que la frustración y el temor marcan tanto el ceño de los principales actores de nuestra clase política. Quienes, al igual que en otros países del viejo y el nuevo continente recurren a impúdicas alianzas para prolongar sus privilegios, como para defender las lisonjas que les otorga el gran capital. Tal como se han unido, luego de décadas de antagonismo los viejos conservadores y liberales europeos agobiados por la crisis económica, el repudio popular y sus estrepitosas derrotas  electorales.

Mirar hacia La Moneda, el Parlamento y las entelequias partidarias  es reencontrarse con el rostro compungido del mismo Pinochet en  aquella histórica jornada en que decidió abordar un helicóptero para apreciar la protesta encendida y generalizada. Concluyendo el mismo que ni sus 18 mil militares en las calles podría frenar la movilización resuelta de los millones de chilenos por derribarlo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X