En todas partes es razonable que los políticos quieran escalar hacia las más altas posiciones del estado. Son pocos los que se conforman con llegar a desempeñar sólo determinadas funciones del llamado “servicio público”. Cómo no acordarse, en este sentido, de la determinación que tomara hace años Bernardo Leighton en cuanto a repostularse sólo como diputado, teniendo la oportunidad de llegar a la Cámara Alta y, por qué no, a la propia Presidencia de la República. Ya había sido Vicepresidente el país y tenía un enorme respaldo popular, como que en su reelección obtuvo la primera mayoría nacional sin prácticamente hacer campaña. Como él, la historia política nos señala otra serie de personajes admirables capaces de anteponer a sus ambiciones personales el ánimo superior de servir al país.
En todo caso, quienes en nuestra época republicana se convirtieron en candidatos presidenciales tuvieron que sortear muchos desafíos y obstáculos impuestos, desde luego, por los propios partidos políticos que los respaldaron. En un momento de crisis, Juan Esteban Montero aceptó a regañadientes convertirse en uno de los presidentes de más alta votación, aunque al poco tiempo renunció y retornó muy aliviado a sus afanes de abogado, por cuyo buen prestigio justamente fue se creyó que pudiera cumplir como jefe de estado.
Registramos, también, que los caudillos han jugado un papel muy decisivo en la política, cuanto que por su propia personalidad y talento logran imponerse en las decisiones partidarias y seducir masivamente a los ciudadanos. El riesgo es que estos personajes pocas veces están animados de los mejores propósitos y, la mayoría de las veces, resultan un desastre para la convivencia social y la estabilidad institucional. En Chile, Carlos Ibáñez, Arturo Alessandri y el propio Pinochet cometieron las aberraciones criminales que conocemos, además de que sus gobiernos francamente contribuyeron poco o nada al engrandecimiento del país. Sus historias, son las de la represión, la confrontación civil y la deshonra de los militares y civiles que los sostuvieron.
Por otro lado, la decepción popular frente a los políticos suele catapultar a personajes de mundo empresarial y de otros ámbitos que raramente terminan en buenos gobernantes. No hay duda que el oficio de gobernar no es para quienes han hecho del dinero su preocupación fundamental y ejemplos de esto tenemos, claro, en nuestro propio país, pero más contundentemente en los casos de Color de Melo en Brasil; Berlusconi, en Italia y Vicente Fox, en México, cuyas administraciones resultaron desastrosas. Como tampoco resultan muy halagüeñas las opciones de actores, deportistas y otros que, a veces, son tentados a incursionar en la política.
Acotada a una clase envejecida y desabrida intelectualmente, nuestra política actual lo que más ofrece son ahora candidatos presidenciales. Es cosa de ponerse a contar para concluir que hemos llegado al absurdo de tener más postulantes que partidos, cuando faltan todavía dos años para los nuevos comicios. El Presidente Piñera tiene al menos tres ministros con ganas de ceñirse la banda presidencial, más unos cuantos que desde los partidos oficialistas también abrigan tal propósito. Lo único positivo de esto es que, a diferencia de otros países, parece no haber nadie en este ámbito que sugiera reelegir al actual mandatario, cometido que ha hecho modificar la constitución y las leyes electorales allí donde la “salvación” se asocia a apernar en el poder a sus caudillos o caudillas de turno.
En la Concertación, asimismo, parece ser que hay más candidatos que militantes, tanto que uno de ellos renunció a la Democracia Cristiana para proclamarse sin necesidad de primarias u otro mecanismo de consulta. Llueven los candidatos en ésta y las otras colectividades de esta alianza electoral sin que se les asocien ideas, programas o promesas, como tampoco trayectorias políticas que les asignen alguna solvencia para alcanzar la primera magistratura del país. Uno de ellos se propone ser el primer alcalde que alcance la presidencia, olvidándose de que en un plebiscito organizado por él en su comuna acaba de obtener un desastroso resultado. Un ex ministro de Hacienda al que le han imputado los concertacionistas ser el primer responsable de la derrota de Eduardo Frei, piensa que él debe ser el ungido, así como existen una serie de parlamentarios que se proponen para el cargo por el simple hecho de haber ganado algunas contiendas a buen resguardo del sistema electoral binominal. Candidatos y candidatas por doquier bajo la sombra de la expresidenta Bachelet, terriblemente cuestionada por lo que no hizo , así como ahora por el tristísimo papel de sus equipos de gobierno en el último terremoto. Lo que le ha provocado un verdadero tsunami político que pudiera afectar realmente sus posibilidades de ser la abanderada de la Concertación. Algo que muchos estimaban seguro.
Distinto es el panorama en los partidos y movimientos de izquierda, incapaces todavía de converger en una alianza política, a pesar de que el descredito del oficialismo y de la oposición oficial le asignen tan buenas posibilidades. La explicación de que aquí no haya muchos presidencialistas (aunque también los hay) es que probablemente la enorme cantidad de expresiones del sector se deba a que sus pequeños caudillos también crean que es en torno de ellos donde debe consolidarse la unidad tan demandada y una estrategia electoral novedosa. Más allá de que el pragmatismo de algunos los mantenga ocupados tan sólo en retener algunas poquitas alcaldías que les garanticen el sustento a algunos activistas y adláteres. Aunque sea aliándose con quienes han demostrado adicción a la Carta Fundamental y la institucionalidad legada por el Tirano que los combatió tan severamente.
Lo más increíble es que en la política pululan los candidatos, negociaciones, reyertas y proclamaciones mientras Chile crece en ebullición social. Cuando los aiseninos se unen y paralizan su región; mientras los de Calama van por lo mismo y los estudiantes se aprestan a movilizarse de nuevo ya no sólo por sus propias reivindicaciones, sino las del conjunto de los trabajadores, pueblos indígenas, consumidores, medioambientalistas, pequeños y medianos empresarios. Cada vez más iracundos y convencidos de que la solución no radica en lo sectorial, sino en alterar las bases del régimen injusto e ilegítimo que defiende el conjunto de la clase política. Cada vez más emborrachada por las ambiciones personales, divorciada del pueblo y corrupta en sus ejercicios cupulares. Al grado de ni siquiera aludir al fenómeno de sus contundentes movilizaciones y aspiraciones.