Grecia celebró el fin de semana pasado sus elecciones generales anticipadas, pero el resultado fue inquietante: ningún partido ha podido formar una coalición que reúna la mayoría de al menos 151 diputados, en un Parlamento de 300, que le permita gobernar.
El líder del conservador Nueva Democracia (que resultó el más votado), Antonio Samaras, renunció el lunes al encargo de formar Gobierno dada su “imposibilidad”, mientras que Alexis Tsipras, líder de la coalición de izquierda radical Syriza, la segunda mayoría, ha dicho que sólo hará alianzas con partidos que terminen con el acuerdo de austeridad fiscal suscrito por las anteriores autoridades.
Nueva Democracia y el socialista PASOK, los dos partidos que desde hace casi cuatro décadas se alternaban en el poder repartiéndose el 80% de los votos, sufrieron un duro castigo, tras haber aceptado las medidas de austeridad de la UE, BCE y el FMI. Entre los dos suman 149 escaños. Y ninguno de los restantes cinco, todos críticos a los planes de la troika, está dispuesto a apoyarlos, después que siete de cada diez griegos votaran contra dichas medidas de ahorro fiscal.
Syriza tuvo la responsabilidad de formar gobierno el martes, pero con las condiciones que impuso, no hubo acuerdo. Ahora, el encargado es al Pasok. Y si tampoco lo consigue, la misión irá pasando al resto de partidos. Si ninguno logra formar gobierno –que es lo previsible- en un mes se convocarían nuevas elecciones. La situación del país heleno es grave y no se ve salida próxima. Baste ver las cifras de un análisis de RTVE para dimensionar el asunto.
Grecia ha recibido dos rescates internacionales por más de 240 mil millones de euros; desde 2008, su economía se ha hundido 20%; el salario medio ha bajado alrededor de 30% con tendencia a seguir cayendo; el costo de la vida ha crecido en cerca de 10%; han aumentado casi todos los impuestos y aparecido nuevos; la salud estatal ya no es gratuita, tiene una tasa de 5 euros por visita médica y hay que pagar los análisis médicos; el 33% de los griegos vive por bajo del umbral de pobreza y alrededor de 20 mil personas no tienen techo; la desocupación llega al 21,8% y el desempleo juvenil supera 50%, mientras más de 100 mil negocios han cerrado su puertas.
Los planes de austeridad aplicados en Grecia y España no parecen dar resultados, pues se ha puesto énfasis en la deuda pública, cuando el mayor problema sigue siendo la deuda privada, sector sobre endeudado especialmente con la banca alemana. Y hay cada vez más consenso en que los planes de austeridad aumentan la contracción en períodos de crisis, potenciando la recesión y aumentando el desempleo. Así, mientras en Europa la cesantía se ha elevado, en EE.UU. ha descendido, no porque tenga mayor recuperación, sino porque Washington no aplicó planes de austeridad.
El programa de Hollande, en Francia, pone énfasis en el crecimiento y empleo. Pero sus propuestas van más allá: busca subir impuestos a los más ricos y aumentar el salario mínimo; quiere aplicar una tasa para las transacciones financieras (Tobin) y emitir eurobonos (con aval germano). Estas medidas, empero, han tenido una rotunda negativa de Ángela Merkel.
Con las propuestas de Hollande, eventualmente se podría levantar la economía francesa, pero los expertos creen que una salida aislada de la crisis es imposible, aunque terminar con la Unión monetaria es aún peor. Por eso es que, para que su plan funcione, esas políticas deberían aplicarse a toda la UE, pues el problema es demasiado profundo y el nivel de estancamiento, severo, con España, Grecia, Italia, Irlanda, Portugal, Holanda, Bélgica y Eslovenia (por la zona euro) y Reino Unido, Dinamarca y la República Checa (por Europa amplia), en recesión.
Alemania, en tanto, goza de buena salud. Los pedidos industriales de ese país subieron en marzo gracias a la demanda externa, la que, en todo caso, provino fundamentalmente de países externos a la Zona Euro. La posibilidad de que una entidad financiera pan europea tenga que absorber por un largo tiempo todos los activos tóxicos de la banca -a la manera de la deuda subordinada chilena de los 80- y partir de cero con un sistema “saneado”, pareciera cada vez más cerca. El tema es si Berlín está dispuesto al nuevo esfuerzo.