En Estados Unidos hay alrededor de 12 millones de inmigrantes indocumentados, un número mayor que la población total de muchos países del mundo. La cifra incluye a 800.000 jóvenes que ahora probablemente tengan la posibilidad de obtener la residencia legal durante un tiempo limitado, gracias a una orden ejecutiva dictada la semana pasada por el Presidente Barack Obama. En un discurso pronunciado en el Rose Garden, Obama declaró: «Esta mañana la Secretaria Napolitano anunció las nuevas medidas que mi gobierno tomará para mejorar la política de inmigración de nuestro país, para hacerla más equitativa, más eficiente y más justa, en particular para ciertos jóvenes en ocasiones llamados ’soñadores’». Detrás del discurso hay un movimiento por el cambio social construido por millones de personas, cada uno con una historia diferente.
Los «soñadores» son personas que viven en Estados Unidos sin documentación legal, a menudo llamados en forma peyorativa «ilegales», aunque llegaron al país durante su infancia y, en algunos casos, cuando eran bebés. Como dijo el Presidente Obama en su discurso: «Son jóvenes que estudian en nuestras escuelas, que juegan en nuestros barrios, son amigos de nuestros hijos, juran lealtad a nuestra bandera. Son estadounidenses de mente y alma, de todos los modos posibles, excepto uno: en los papeles”. Desde hace diez años existe una campaña para que se apruebe una ley en el Congreso que le de a estos jóvenes el estatus de ciudadanos legales a través de un proyecto de ley denominado «DREAM», sigla que en inglés significa: Ley de desarrollo, ayuda y educación para los menores extranjeros.
Quienes participan en el movimiento no se consideran «extranjeros». Se autodenominan «estadounidenses indocumentados». Una de las personas que se beneficiará directamente de la decisión de la Casa Blanca es Lorella Praeli, de New Haven, Connecticut y miembro del Comité de Coordinación Nacional de ‘United we dream’ (Unidos Soñamos). Lorella luchó por la aprobación de una versión de la Ley ‘Dream’ en Connecticut. El proyecto de ley fue promulgado el año pasado, lo que le permitió a los estudiantes indocumentados acceder a la matrícula especial para los residentes del estado en las universidades públicas. Praeli egresó en 2011 de la Universidad de Quinnipiac, a la que asistió becada.
«Sufrí un accidente automovilístico cuando tenía 2 años y medio y como consecuencia de ello me amputaron la pierna derecha. Mi familia y yo procuramos tratamiento en el Hospital Shriners, de modo que durante muchos años viajamos de Perú a Tampa, Florida, donde se encontraba o encuentra el hospital. Cuando tenía 10 años, mi familia decidió mudarse a Connecticut. No sabía que era indocumentada hasta que terminé la secundaria y comencé a enviar solicitudes para ingresar a la universidad. Siempre me habían dicho ‘estamos aquí por motivos médicos. Estás aquí para que recibas tratamiento, así que no hay ningún problema’. Y esa historia no sirve cuando solicitas ingresar a una universidad y debes completar el formulario FAFSA, que es la Solicitud Gratuita de Ayuda Federal para Estudiantes, y es preciso tener un número de seguro social. Ahí fue cuando me di cuenta de lo que realmente significaba ser indocumentada y supongo que en ese momento comencé a internalizar lo que significaba ser indocumentada. En aquel entonces me sentía muy sola».
La oficina del alcalde de New Haven la invitó a hablar en una conferencia de prensa. Recuerda: «Cuando llegó mi turno de hablar no tenía nada preparado. Me levanté de la silla y dije algo como ‘Estoy cansada de ser marginada’. Y esa fue la primera vez que hablé de mi situación en público y creo que cambió mi vida para mejor».
A la admisión pública de su situación de indocumentados la llaman «salir del clóset». Otro joven inmigrante, José Antonio Vargas, cuenta que para él fue más difícil admitir públicamente que es indocumentado que reconocer que es homosexual. Llegó de Filipinas a los 12 años para vivir con sus abuelos en California. No supo que era «ilegal» hasta que solicitó su permiso de conducir a los 16 años. Vargas se convirtió en periodista del Washington Post, donde formó parte del equipo ganador del Premio Pulitzer por informar acerca de la masacre de Virginia Tech en 2007. En 2011, luego de haber ocultado su condición de inmigrante indocumentado durante 15 años, Vargas «salió del clóset» en un artículo de la revista dominical del New York Times.
Vargas explicó qué fue lo que lo impulsó a tomar la decisión: «Las mentiras se hacían cada vez más grandes y en un momento, al ver a los jóvenes de ‘Unidos soñamos’ y ver a estos cuatro activistas de Miami que marcharon de Miami a Washington D.C. para luchar por la aprobación de la Ley ‘Dream’, en la movilización que llamaron el Camino de los Sueños, me sentí un cobarde, me sentí responsable. Y en ese momento decidí que debía hacer algo».
Los movimientos –ya sea que se ocupen de los derechos civiles, de los derechos de la comunidad gay o de los inmigrantes– se construyen sobre la base de un sinfín de actos de valor. Al igual que los cuatro estudiantes indocumentados que marcharon de Miami a D.C., o los que ocuparon cuatro oficinas de la campaña de Obama en diversos puntos del país la semana pasada, justo antes de su anuncio, arriesgándose a ser arrestados y, posiblemente, a ser deportados, estos millones de «soñadores» están comprometidos y organizados. Como sostuvo la antropóloga Margaret Mead: «Nunca dudes por un instante que un pequeño grupo de personas conscientes y comprometidas puede cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado».
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.