De sumas y restas

  • 16-08-2012

A los amantes de las matemáticas les cuesta entender que haya cabezas reacias a sumas y restas, divisiones y multiplicaciones. Sin embargo, esas cabezas existen y en algunos países es común que los sistemas educativos distingan entre alumnos “científicos” y “literatos”. Las malas lenguas dicen que los segundos no califican para ser los primeros y que, por ende, todo literato es un reprobado. El hecho es que se han diseñado manuales especiales en los que se resuelve todo tipo de ecuaciones recurriendo a demostraciones con notas al pie y citas de grandes autores.
Un ejemplo. “2 + 2 = 5”. Orwell. 1984.

Empezamos mal. Podría ser peor. Por supuesto, no se trata de que estos jóvenes se conviertan en auténticos científicos sino de hacerles percibir de qué manera una parte de las matemáticas puede encontrar aplicación en otras esferas. Así, en la obra de Orwell, la afirmación “2+2=5” nos recuerda que, en su pretensión a ser absoluto, el poder puede fundar una nueva racionalidad y que, por lo mismo, ciertos días, en ciertos lugares, la libertad consiste también en sostener que 2+2=4.

Ahora bien, respecto a estos manuales para reacios, si los principios son algo cuestionables, el método que consiste en desplazar las matemáticas de su ámbito más habitual para llevarlo a otro, resulta interesante. Sobre todo si tomamos en cuenta las operaciones básicas en las que nos vemos envueltos a diario. Es así. Todos los días, más o menos imperceptiblemente, sumamos y restamos. Pero a su vez, y este es el punto, todos los días nos sumamos y nos restamos. ¿A qué? ¿En qué forma?

La lista sería infinita. Uno puede sumarse prácticamente a cualquier cosa. A la mesa familiar, a una conspiración entre amigos, a una reunión de trabajo, pero también a un club de fútbol, a un partido, a un proyecto, a una terapia grupal, etc. Algunas de estas sumas pueden tener un carácter más o menos perenne. Otras son más transitorias, efímeras. Uno puede sumarse a tal o cual discusión. Estar un tiempo dado. Ocupar un espacio durante ese tiempo. Llegar y decir “me quedo un rato no más”. Y así como uno puede sumarse, puede restarse. Frente a una invitación a participar, cabe la posibilidad de disculparse. No ir. No estar.

Ocurre que tanto las sumas como las restas tienen repercusiones. Y si desplazamos este tipo de problemáticas, ya no al campo de la poética pero sí al de la política, esas repercusiones son, a veces, cruciales.

A primera vista, en el campo de la política sólo cuenta la suma. El sentido común indica que, en política, se trata de sumar. Votos, entre otros. Respecto a esto, no está para nada probado que uno pueda restarse. La decisión de no votar en una elección suele ser analizada como beneficio indirecto concedido a terceros, lo que incluye al contrincante o al adversario. Algo parecido ocurre en los ámbitos que hasta ahora han enmarcado la participación política ciudadana (partidos, movimientos, sindicatos, federaciones). No sumarse no equivale a restarse sino a dejar un espacio para que otros se sumen. Y es que la suma parece ser preponderante. Por lo menos bajo un régimen que permite elecciones relativamente libres. La precisión es necesaria porque las dictaduras suman y restan pero, sobre todo, restan: eliminan, destruyen la capacidad misma, para una cantidad de personas, de seguir “sumándose a”.

Sin embargo, mirado desde más cerca, nada es tan definitivo. Recientemente, en nuestro país, han ocurrido pequeñas escenas que hacen pensar que la resta o algunas formas de resta tienen sentidos diferentes aún poco explorados. Hace poco más de un año, en el marco de las movilizaciones estudiantiles y acompañando un llamado a un paro general, circuló por Internet una invitación especial: que todos los que no tuvieran la posibilidad de sumarse físicamente al paro, manifestaran su apoyo a los estudiantes y su rechazo al lucro negándose a realizar operaciones bancarias. La invitación era más amplia. Remitía al uso de la tarjeta y, más generalmente, al consumo. Una suerte de apagón (no) consumista. Una forma de restarse –momentáneamente– a uno de los mandamientos imperantes: “consumirás”. Una forma ingeniosa también de sustraerse al ataque policial. Lo que no es un detalle, sabiendo que la mayoría de las veces, ya no como postulado sino en la vida real, cuando un ciudadano le “para el carro” a la autoridad, la autoridad y el mismísimo carro le pasan por encima.

Habría que poder observar detenidamente todas estas sumas y restas de las que somos protagonistas en los días ordinarios y en los extraordinarios. Pero insistiendo en los ordinarios porque son los que abundan. Por eso, ¿a qué nos sumamos cuando nos sumamos? ¿A qué nos restamos? Por ejemplo, cuando votamos o cuando no votamos. Pero, fundamentalmente, entre elección y elección, en los intervalos. Cabe preguntar si a principios del siglo XXI la condición ciudadana no se define en los intervalos. En todo eso que hacemos –o no hacemos– entre las grandes ceremonias o rituales de la política. Cuando nadie nos ofrece nada, cuando nadie nos pregunta nada, cuando nadie nos requiere. ¿Nadie nos requiere?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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