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Keynesianos vs Neoliberales

Columna de opinión por Roberto Meza
Martes 21 de agosto 2012 16:33 hrs.


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“Chile es como el estado de California, pero sin Silicon Valley ni Hollywood”. “No ha sido capaz de acumular los conocimientos necesarios para hacer otras cosas, ni siquiera en minería”, dijo Ricardo Haussman, académico de Harvard que estuvo de visita en Santiago para participar en el Foro Anual de la Industria 2012. A mayor abundamiento, el economista afirmó que  “Chile tiene alergia a todo lo que suene a políticas sectoriales” y una “obsesión de sus autoridades por los apoyos transversales, sin ninguna especificidad”. Y si se trata por igual a gente diferente –concluyó- no hay equidad: cada rubro productivo tiene sus propias particularidades. De hecho la agricultura está solicitando mayor preocupación por el rubro, a raíz de un dólar sistemáticamente bajo los 490 pesos.

El director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard apuntó así al corazón del modelo, dándole un sablazo a posturas que prefieren políticas “neutras” de crecimiento, innovación y desarrollo, asentadas en la idea de que la mejor asignación de recursos corresponde al mercado y no a decisiones políticas y “voluntariosas” de inversión, cuyo riesgo es que terminen no siendo rentables –nadie quiere el bien o servicio al que apostamos- y se pierdan recursos, por definición escasos, retrasando el ritmo de crecimiento.

Y es que no obstante nuestro éxito (el Imacec ha seguido creciendo sobre 5%, con bajo desempleo e inflación), desde la perspectiva de Haussman este buen comportamiento es resultado de una mejora sustancial en los términos de intercambio, debido a los buenos precios internacionales de las materias primas (¡¡Viva China¡¡) y, además del impacto productivo interno de la reconstrucción. Nos alerta, en consecuencia, sobre la sustentabilidad de nuestro crecimiento, pues, como dijo, las exportaciones chilenas son de muy escaso valor agregado (cobre, vino, forestal y pesca).

En efecto,  no avanzamos mucho en innovación, aún respecto de nuestras propias ventajas comparativas naturales; en Investigación y Desarrollo no sólo invertimos poco (0,5% del PIB), sino que no tenemos una masa crítica de investigadores y post graduados que permitan dar un salto en conocimientos fundados en ciencias duras y tecnologías derivadas. En 2010, apenas 8.862 doctores, magister y graduados laboraron en investigación, es decir, el 0.1% de la fuerza de trabajo. Siendo el conocimiento la ventaja económica clave del siglo XXI, el hecho que empresas, Estado y universidades apenas aporten con inversiones de menos de US$ 1.000 millones anuales a I+D, evidencia –como dijo Haussman- “carencias en la estrategia de desarrollo” e incapacidad de acumular conocimientos para generar nuevos bienes y servicios, “ni siquiera en minería”.

Esta insuficiencia no es solo un problema de sustentabilidad futura (tampoco parte de infecundas discusiones ideológicas entre neoliberales y keynesianos), sino también de oportunidades y uso presente y eficaz de los recursos. Según cifras de Haussman, la dependencia de Chile del conocimiento de otras naciones nos hace gastar alrededor del 8% del PIB (unos US$ 23.200 millones) anuales en intereses y dividendos en la relación inversiones externas chilenas vs. inversiones extranjeras en Chile, es decir, entre seis y 10 reformas tributarias para la educación, según las preferencias sobre este cálculo.

La decisión del Gobierno del Presidente Piñera de avanzar en la reforma educacional, tras las movilizaciones estudiantiles, responde en parte a una expresión política que se ha manifestado socialmente y que apunta, consciente o inconscientemente, a abordar estas carencias. Sin una adecuada educación, las personas no podrán sobrevivir en el siglo XXI. Sin embargo, nuestras elites han venido mostrando prejuicios que han impedido adoptar políticas que faciliten la diversificación económica a partir de más investigación, innovación, ciencia y técnica. El propio Haussman recordó que los clusters (en minería y pesca) han sido abandonados y los recursos, desviados hacia Innova Chile, lo que incentiva que crezcan sólo industrias para la cuales ese enfoque es del adecuado. Con criterios de decisión como estos, probablemente la NASA no estaría celebrando la colocación del “Celebrity” en Marte.

Se puede afirmar que es irracional intentar el desarrollo de industrias productivas cuyas ventajas en otros países son imbatibles (automotriz, TV, teléfonos celulares, máquinas fotográficas, relojes, computadores, industria farmacéutica, energía, etc) Puede ser. Pero otras naciones lo han intentado exitosamente en el pasado: los fenómenos de Japón, Corea, China, Singapur, son prueba de que la alianza Estado-privados (o lo que es lo mismo, voluntad política y mercado) puede resultar, aún en contra de la “racionalidad indiscutible” de los mercados. Desde luego, no se trata de reemplazarlo, sino integrar, conocer, dominar e innovar. En EE.UU. muchos de sus notables avances en aviación, defensa, astronomía, nanotecnología, genética, son resultados de esfuerzos mixtos.

Debido a una política basada sólo en señales del mercado, Chile sigue dependiendo demasiado del cobre y la minería –recursos no renovables-, mientras que se ha hecho fuerte en servicios (v.gr. comercio, finanzas, telecomunicaciones), sin que el resto de la economía genere bases para nuevas industrias que sostengan un crecimiento de largo plazo. Mantenemos una débil estructura productiva apoyada en la minería, forestación, pesca y fruticultura, con no más de 4.500 grandes empresas y unas 20 mil medianas, proveedoras de aquellas. El resto son unas 750 mil mipymes cuya capacidad de innovación está mediatizada por su escaso capital y prácticamente no participan de exportaciones no tradicionales. Sin la re-construcción y sus múltiples efectos reactivadores, la desocupación bien podría estar en dos dígitos.

La solución frente a este dilema del desarrollo está en nuestra cultura: se requiere de un acuerdo político amplio –keynesianos y liberales, izquierdas y derechas- para invertir decididamente -tanto desde el Estado como de los particulares- en la generación, acumulación y aplicación de conocimientos en las más diversas áreas, integrando e innovando, de modo de enfrentar la competencia con nuevos productos y servicios, sin más remilgos ideológicos que buscar satisfacer diversos mercados. También, invertir y arriesgar más en educación pre escolar, básica, media y terciaria, aun cuando sea necesario disminuir la inversión en otras áreas; perfeccionar nuestras instituciones políticas de modo que ayuden –y no entorpezcan- la iniciativa, el crecimiento y la ampliación del número de emprendedores e innovadores que den y se den trabajo, aun aumentando los riesgos al hacer inversiones que emerjan desde las Pymes (las grandes seguirán prefiriendo importar tecnologías y bienes de capital, que son más seguros y probados).

Para todo aquello, es necesario profundizar la alianza Estado-particulares, entre universidades, centros de investigación y empresas, entre partidos políticos y movimientos sociales para estimular la creación de soluciones nacionales a nuestros problemas de productividad y gobernabilidad y; at last, but not least, establecer un justo equilibrio entre las señales del mercado y la voluntad política de una sociedad y sus dirigentes para consensuar democráticamente más inversión en áreas que, desde nuestras ventajas, lleven la economía a un mejor nivel exportador, con más valor agregado, buenos precios y nuevos mercados. La tozudez ideológica de los bandos en pugna de poder no es el clima donde las buenas nuevas del siglo XXI puedan emerger.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.