Si hay un país en el mundo orgulloso de su competitiáh, es Chile.
Chile, según los políticos parasitarios que nos desgobiernan, es muy competitío. La prensa se llena la boca cada día con rankings inventados y manipulados para probarnos que somos una suerte de Stakhanovs dopados con eritropoyetina.
Por su parte, el conocido economista Paul Krugman estima que “Quienes hablan de competitividad ni siquiera se han detenido a reflexionar sobre la cuestión.” En otras palabras no saben lo que dicen. Mejor aún, según el mismo Krugman, “La palabra competitividad, aplicada a las naciones es una palabra vacía de contenido. La obsesión por la competitividad es a la vez falsa y peligrosa.” Uno se pregunta para qué diablos le dieron el pseudo premio Nobel de economía, si luego el World Economic Forum -ese que reúne cada año en Davos, Suiza, a la crema de los que manejan la manija- hace un apostolado de la cuidadosa medición de la competitividad de cada país del mundo.
En realidad de lo que se trata es de imponer una visión que le acomoda a quienes mangonean en el mundo de las finanzas y de las inversiones high yield, que es como llaman hoy en día la estimulante actividad que en otras épocas era conocida como piratería.
En su Informe 2012-2013 el WEF define la competitividad “como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país”. Vasto programa. Si los economistas estuviesen de acuerdo para definir la productividad se sabría. Por eso los expertos del WEF nos facilitan la tarea y declaran: “El nivel de productividad determina las tasas de retorno obtenidas por las inversiones en la economía, que a su vez son los motores fundamentales de las tasas de crecimiento”. Ya está. Todo se resume al lucro. La trata de blancas, el narcotráfico, la explotación de la mano de obra infantil, la destrucción del medio ambiente, los fraudes financieros, etc., caen dentro de esta maravillosa definición. Altas tasas de retorno de la inversión son la brújula que guía a estos genios y les conduce a acordarle a tal o cual país un buen índice de competitividad.
Para dar la impresión de seriedad, el WEF señala 12 pilares de la competitividad. Entre ellos, y no es broma, se cuenta el “Desarrollo de los mercados financieros”. Sin mencionar los gigantescos fraudes que ocasionaron la crisis que se inició en el 2008, ni hacer referencia al pillaje de la banca por parte de sus ejecutivos, ni a la manipulación de las tasas de interés por parte de los más grandes bancos del mundo (escándalo Libor), el WEF tiene el descaro de decir: “La reciente crisis económica ha destacado la importancia del papel central para las actividades económicas de un sector financiero que funcione bien” (sic). Ya se sabe, siempre es mejor ser joven, rico, bien parecido y tener buena salud que lo contrario. El WEF acaba de descubrirlo.
Otro pilar esencial, uno se lo esperaba, es un “Mercado del trabajo eficiente”. ¿Y qué es un mercado del trabajo eficiente te preguntas en tu insondable ingenuidad? Muy simple, el WEF nos lo explica con una desarmante candidez: “Los mercados laborales tienen que tener flexibilidad para pasar los trabajadores de una actividad económica a otra, rápidamente y a bajo costo, y permitir fluctuaciones de salarios sin mucho desorden social”. ¿Qué tal? Los trabajadores deben ser una especie de Lenina Crowne, la trabajadora genética Beta-Más de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, obligados a acostarse con quien caiga, y no pensar mucho. Y de paso aceptar reducciones de salarios “sin mucho desorden social”. El paraíso.
El WEF, que en Chile está asociado a la Universidad Adolfo Ibáñez (honte à elle), va hasta desarrollar una muy curiosa tesis en cuanto a las revoluciones del Mahgreb que han llamado la “primavera árabe”. Para explicar las razones por las cuales los pueblos árabes se sacaron de encima a un puñado de dictadores sanguinarios y ladrones, el WEF nos dice: “La importancia de tener mercados del trabajo eficientes fue dramáticamente subrayada por los acontecimientos del año pasado en los países árabes, en dónde mercados del trabajo rígidos fueron una causa importante del desempleo de los jóvenes, desatando el desorden social en Túnez que luego se esparció por la región”.
¡De modo que la culpa del “desorden” en los países árabes la tienen los propios trabajadores, que no aceptan la flexibilidad laboral y con ello se hacen responsables del desempleo! La tiranía, la represión, la explotación de los trabajadores magrebíes por parte de las multinacionales textiles y los corsarios del turismo, de la pesca, de la agroindustria, etc., todo eso no tiene nada que ver.
No puedo sino mencionar otro de los 12 pilares, la “Eficiencia de los mercados”. Nada nuevo bajo el sol, se trata simplemente de no albergar la peregrina idea de cobrarles impuestos al gran capital. El Informe del WEF aconseja: “Por ejemplo, la competitividad es obstaculizada por gravosos impuestos y reglas discriminatorias hacia la inversión directa extranjera…”. Como decía Golborne, no hay que olvidar que “las minas son del que las encuentra”. Lamentablemente se refería a las que están bajo tierra.
Como era de esperar, Chile figura en buena posición en este ranking del WEF. País muy competitío, situado en el lugar 33 sobre 144 naciones. Es verdad que la minería del oro produce retornos sobre la inversión superiores al 600%, y estoy pidiendo por abajo.
Barrick Gold declara en sus Annual Reports que Pascua Lama produce oro a US$ 25 la onza, ¡cuyo precio de venta es superior a mil seiscientos dólares! O sea un retorno de la inversión del 6.400%, seis mil cuatrocientos por ciento.
Ni siquiera en la época de los traficantes de esclavos se ganaba tanto, mira ver: “La práctica económica capitalista de la Esclavitud (sistemática, altamente sofisticada, extensiva e intensiva, con un Profit que podía llegar al 300%) de los pueblos no-europeos como fuerza de trabajo en las colonias, era de tal magnitud que a mediados del siglo XVII todo el sistema económico de Occidente, y su correspondiente acumulación primitiva, estaba basada en ella” (Emmer, Pieter, C.: “The Dutch and the Making of the Second Atlantic System”; en: Solow, Barbara L. (ed.), Slavery and the Rise of the Atlantic System, Cambridge University Press, Cambridge, 1991).
Joder… Se ve que hemos progresado.