El proceso político que se inició en Chile a partir del 11 de marzo de 1990 tiene muchos paralelismos con las condiciones en las que Oscar Pistorius se fue haciendo un lugar en la historia del deporte mundial. Este atleta encarna en su vida deportiva la tenacidad de un espíritu templado por la adversidad. Nuestra historia política reciente también. Y si bien muchos prefieren, en lugar de “transición”, llamarle “democracia” a secas, por lo bella que luce en contraposición a la dictadura, pocos reparan aún en las piernas ortopédicas sobre las cuales se empina.
Oscar Pistorius perdió sus piernas cuando apenas tenía 11 meses de vida debido a una malformación genética en sus pies. Sus padres debieron tomar la difícil decisión de cortárselos y a partir de entonces, iniciar junto a él la dura vida de un minusválido. Sin embargo, Pistorius nunca se reconoció como tal. Dotado de un temple de hierro y de la mano de los avances médicos y tecnológicos llegó a convertirse en un deportista olímpico. Sus celebradas prótesis de fibra de carbono le permitieron incluso ser más eficiente que sus contendores bípedos, llegando a ser llamado conocido como “la cosa más rápida sobre ninguna pierna” (“the fastest thing on no legs”).
De la misma manera en que este deportista requirió de modernas prótesis para alzarse como una figura mundial del atletismo, nuestro proceso político reciente se caracteriza por sostenerse sobre “extremidades falsas”, como lo es la Constitución Política de 1980, hoy llamada de 2005. Sobre su base, se fue consolidando una sociedad cuyo sistema económico avanzó a velocidades impensadas. Todo el mundo celebrando los números en alza, olvidando sus febles extremidades constitucionales. Con estas condiciones, las empresas nacionales empezaron a comienzos de los ´90, a convertirse en monstruosos conglomerados presentes en diferentes áreas de la economía, logrando cifras históricas de ganancias. Guarismos abultados de ceros pero siempre sedientos por más, de modo que la economía vernácula se hizo pronto pequeña a los que un día se decían empresarios comprometidos con el desarrollo de su país y su gente y pasaron a ser inversionistas cuyo capital se empezó a mover sin bandera con tal de redituar. Comprando cadenas de supermercados en Brasil o instalando similares farmacéuticas en países vecinos, las empresas con denominación de origen chileno, pero con vocación financiera internacional, se convirtieron en gigantes que hoy pocos entienden cómo y qué minuto lograron alcanzar semejantes proporciones.
Tan rápido ha sido todo, que hasta para las mismas autoridades fue una grata sorpresa el que las proyecciones indiquen que este año 2013 el PIB llegará a los U$20 mil per capita, el umbral para que un país pueda considerarse desarrollado. Chile ingresa así a una zona económica exclusiva donde nos codeamos con los países del Primer Mundo.
Una vocación de éxito que compartimos con el atleta sudafricano, en cuya historia se puede revisar que no contento con lograr cifras inéditas en los Juegos Paraolímpicos de Atenas 2004, alcanzando la máxima velocidad de esa justa, empezó a hacerlo en las Olimpíadas a secas, llegando a clasificar en las semifinales de Londres 2012. Todas marcas, las de la economía chilena como las de Pistorius, que hacen noticia en todo el mundo y que a un observador poco atento le hacen olvidar que nos encontramos frente a casos de excepción.
Y aunque si bien las proyecciones no era tan auspiciosas para este año en un comienzo, los expertos internacionales son enfáticos. Chile crecerá más de lo esperado y no se detendrá. Menos, cuando las noticias señalan que el costo de la energía de las empresas disminuyó al inicio de este bien espectado 2013, en casi un 40 por ciento. La razón de tan “grata rebaja” es la entrada en operaciones de dos nuevas termoeléctricas, Santa María y Bocamina II, cuya matriz carbonífera insulta a los millares de ciudadanos que han salido a las calles en los últimos 24 meses protestando por proyectos ecocidas que son aprobados y respaldados por una legalidad que hace vista gorda a la protección medioambiental. Una reducción tan considerable como injusta, cuando sólo afecta a las empresas y a ninguno de los clientes residenciales, que pagan los servicios básicos más caros de Latinoamérica. Todos servicios que iniciaron sus procesos privatizadores bajo las reglas dictatoriales, fortalecidos luego en la Transición con la promesa de que los beneficiados serían, finalmente, los usuarios. La realidad ha sido muy distinta, con el marco constitucional y legal vigente, nuestras empresas pueden darse el lujo de disminuir sus costos de producción sin que por ello ese ahorro pueda ser traspasado a los clientes. Si no, basta ver lo que está sucediendo con el pan ahora mismo. Cuando el precio del trigo ha sufrido una baja de un 21 por ciento y el pan sigue sobre los mil pesos el kilo: un producto que claramente debiera tener una subvención estatal…pero en Pelotillehue, que es la caricatura que emulamos, los que tienen estas regalías fiscales son los partidos de fútbol y los recitales de música, que para la autoridad son más esenciales que un pan o un libro.
En este paralelo entre el Chile exitista y Oscar Pistorius, pasamos de las páginas económicas a la crónica roja, donde aparece hoy el deportista después del 14 de febrero último. El otrora celebrado atleta ha caído en desgracia. Eligió el Día de San Valentín, cuando se suponía que debía encajarle a su novia un maravilloso anillo de diamantes y, en cambio, optó por hacerlo con balas, las que terminaron con la vida de la bella joven. Pistorius mató lo que más que quería, a su pareja. El caso se ventilará por semanas en la prensa internacional tratando de dilucidar qué es lo que llevó al niño maravilla a convertirse en un asesino.
Y, nuevamente se asoma Chile, en esta suerte de democracia paraolímpica, con sus instintos homicidas que se mostraron en toda su ferocidad con la muerte del dirigente sindical Juan Pablo Jiménez. Un trabajador comprometido con los derechos de los trabajadores y que muriera en extrañísima condiciones, siguiendo el malhadado sino de su lucha sindical y de su apellido que recuerda a Tucapel Jiménez.
Y lo peor es que Chile no está sólo matando de manera efectiva a sus luchadores sociales, también lo está haciendo con una muerte lenta a lo que más quiere: a sus nuevas generaciones, a su gente, sometiéndola a condiciones de vida que no se condicen con las cifras que despiertan júbilo y admiración para quienes no son capaces de ver los pies de barro sobre los que se asienta su economía. Y aquí las cifras son rotundas: según el Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad al interior de una sociedad, Chile se sitúa en el lugar 141 de 160 países medidos. Es decir, la brecha que existe entre los ricos y los pobres, nos hermana con los países del Tercer Mundo, de cuya sombra tanto queremos escapar. Una distancia que se acentúa cada día, con la misma celeridad con que nuestro PIB se empina por sobre los 20 mil dólares…una rapidez que nos recuerda a “la cosa más rápida sobre ninguna pierna”, que no es Pistorius, sino que una sociedad injusta que corre sobre las prótesis de un sistema político y económico tan moderno como inequitativo.