“Si al Chicho lo mataron, poh!”

  • 05-03-2013

Esta semana viví la quizás más triste evidencia de resignación a la realidad que he podido testimoniar en mucho tiempo.

Resolví ir a hacer un reclamo por cobros indebidos a una empresa de telefonía celular.  Después de dos horas de espera y de una hora de discusión con un par de funcionarias pude constatar la vil política de la empresa en lo que se refiere a la atención de sus clientes; atención “post-venta” la llaman, puesto que para reclutarme como cliente no tuve que enfrentar trámites por más de 10 minutos.  Durante mi espera, encuesté a más de 10 clientes y TODOS me dijeron que llevaban por lo menos una hora esperando para ser atendidos.  En medio de mi micro-encuesta, un guardia me vigilaba con mucha atención.    Muy enojado después de tres horas me enteré de diversas cosas como que, por ejemplo, a la dama que estaba haciendo el trabajo sucio de la empresa (tratar de convencerme que el cobro no era indebido) no le pagaban las horas extras que significaban atenderme (terminamos cerca de las 11 de la noche!). Cuando hablaba de las condiciones de trabajo con las funcionarias el guardia me seguía observando.  Además, supe que la empresa me cobra por anticipado parte de los minutos que contrato y que si no los pago me cobra intereses y el “desbloqueo” del teléfono.  Cuando a la funcionaria le conté que en Argentina la gente incendiaba locales comerciales por faltas de respeto mucho menores, el guardia abrió sus ojos y se puso en una tensión penosa.  Pero lo más entristecedor fue que cuando me iba, el guardia me acompañó a la puerta (estaban las cortinas metálicas abajo obviamente) y al mencionarle que era escandaloso tener que gastar tres horas de mi vida por un error de la empresa (efectivamente fui reembolsado) se dio el siguiente diálogo:

–    Pero venga en la mañana que no hay nadie
–    ¿Por qué la empresa tiene que disponer de mi tiempo?  ¡Durante el día yo también trabajo!
–    Pero es que la empresa siempre va a ser la empresa y eso no cambia.
–    Claro que sí, nosotros la vamos a obligar a cambiar.
–    Si al Chicho lo mataron, poh!  Mejor venga en la mañana.
–    …
Sí, efectivamente a Salvador Allende tuvieron que matarlo (no importa quién jaló el gatillo), porque Chile era un país en donde no era concebible que una empresa te estafe y después te obligue a estar lejos de tu familia por tres horas para que te devuelvan lo estafado.

El guardia que me dijo eso sabía quién fue el Chicho, sabía que las personas soñaban con otro modo de convivir distinto al actual, quizás inclusive él también soñó que otro mundo era posible.  Pero años de opresión y otros tanto de traición han logrado en los chilenos una resignación, una obsecuencia que tiene a los 14 chilenos de Forbes felices porque siguen y siguen forrándose de dinero.  Porque nuestro tiempo también termina convirtiéndose en dinero en su modelo; porque entre la disyuntiva de gastar las tres horas u olvidarte de la estafa, lo lógico es no perder las tres horas, compartir algo con tu familia y olvidarte del robo al que te sometieron.  Y bajo esa misma lógica, la corrupción en el Congreso siempre seguirá y los bancos usureros siempre seguirán y los burócratas apernados siempre seguirán, etc, etc, etc.

Esa desesperanza es lo que necesitamos combatir; ni pactos electorales, ni disputas por un asiento en el Congreso, ni incendiar micros nos sirven si no empezamos a conversar con la gente y a mostrarle que si somos varios, somos más fuertes.  Que si nos organizamos las empresas nos temen.  Que si nos escuchamos los hampones no nos estafan.  La única forma de validar una democracia es que las personas tengan fe en el futuro, de lo contrario ir a votar es sólo un circo.
Entonces nadie se atreverá a matar a los futuros Chichos.

* Académico de la Universidad de Chile, Senador Universitario (@jchnaide).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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