Quisiera retomar la reflexión entablada en otras columnas sobre cómo se relacionan las diversas instancias de la política. En este año de elecciones me parece importante no cortar los hilos, no limitar la reflexión a lo que hacen los candidatos a los comicios de noviembre sino incluirnos, pensarnos, los ciudadanos, como plenamente parte de lo que está en juego. ¿Qué es lo que determina una elección? ¿De qué estamos hablando cuando decimos que elegimos? ¿Qué es lo que implica el acto mismo de elegir?
No necesariamente el objeto es prioritario: el qué se elige. Sobre todo si se considera que el objeto no modifica, en su esencia, los mecanismos de una elección. Sin duda no es lo mismo elegir un diputado que un par de zapatos. No es lo mismo desde cierto punto de vista. Por ejemplo, en términos de repercusiones en el espacio público. Sin embargo, aunque suene osado y casi irrespetuoso, diría que es básicamente lo mismo en términos de estructura de la decisión.
Propongo el siguiente postulado: Doña Juanita necesita un par de zapatos. Vamos a dar por sentado que esa necesidad existe y que doña Juanita no colecciona los pares de zapatos. Pero vamos, también, a acotar esa necesidad a través de una pregunta. Doña Juanita necesita un par de zapatos, muy bien, pero, ¿para qué? Se entenderá que los criterios de la elección no pueden ser los mismos si lo que pretende es atravesar el desierto de Atacama, dar un paseo por el parque Forestal o bailar tango en El Cachafaz. En este caso preciso, doña Juanita pretende exactamente eso: bailar tango. Sabe, porque ha bailado toda su vida, que el mejor zapato de tango tiene suela de cuero y debe ser liviano. Esto implica un taco relativamente fino, más o menos alto (esto último no es tanto cuestión de gustos sino más bien de equilibrio). Doña Juanita no ignora que este tipo de calzado tiene una traba especial que sujeta firmemente el pie para evitar que el zapato salga volando en medio de la pista. En su elección del calzado adecuado, no hay publicidad que valga. Importa, primero, la experiencia. Doña Juanita, bailarina experimentada, tiene clara conciencia de su necesidad y/o objetivo y de la manera en que se resuelve y/o se logra. A partir de esa base entran en consideración otros elementos como pueden ser colores, modelos y precio.
La presencia de una necesidad y/o de un objetivo está implícita en esta elección y, probablemente, en cualquier elección, aunque no necesariamente se exprese en estos términos. Según el objetivo: los medios. Según los medios: la manera de hacer. Por ende, si la pregunta es “¿qué elegimos cuando elegimos?” Se puede responder, sin que esta respuesta sea exclusiva: “un medio para lograr algo”, “un medio para lograr uno o varios objetivos”.
Ahora bien, si nos ubicamos en el terreno de la política y no en el de la satisfacción de una necesidad absolutamente personal, nos encontramos frente a otro tipo de interrogantes. ¿Cómo se definen los objetivos colectivos? ¿Quiénes los definen? ¿Quiénes tienen la capacidad de determinar jerarquías entre diversos objetivos? ¿Quiénes pueden discriminar e incluso apartar ciertas cuestiones como no dignas de constituir un objetivo? ¿Mediante qué mecanismos? ¿Por qué? ¿Con la ayuda de quiénes? Llegado el caso, ¿con la complicidad de quiénes?
Sobre estos temas se podrían citar muchas referencias pero hoy me quedo con una. Un libro que, más allá de sus usos dentro del mundo académico, debería estar ampliamente disponible. Especialmente para los ciudadanos que se interesan no sólo por la coyuntura sino también por las recurrencias de la política, por sus estructuras, por la construcción –en muchos casos la imposición– de las más absurdas racionalidades. El autor es Murray Edelman, politólogo estadounidense (1919-2011). El libro: La Construcción del Espectáculo Político (1988).
Edelman, hasta donde recuerdo, no habla explícitamente de Chile. Pero lo que dice vale también para Chile. Uno de los grandes ejes del libro consiste en examinar cómo se construyen los problemas políticos. Es decir cómo y porqué, en un momento dado, tal o cual situación es presentada como un problema relevante para todo un pueblo mientras que otras, potencialmente tan relevantes como la primera, jamás alcanzan ese rango. Y por ende no son tratadas ni siquiera debatidas. Obviamente, esa construcción es un proceso complejo en el que intervienen muchos actores (políticos, intelectuales, académicos, periodistas, sectores varios pero poderosos de una sociedad). La perspectiva de Edelman subraya muy claramente que todo proceso de visibilización de una situación como problemática supone también un proceso de invisibilización de otras. La gran encrucijada sería saber qué rol nos incumbe a nosotros, ciudadanos, en esa construcción. Dónde está la brecha por la que podemos reintroducirnos ya que hemos sido excluidos. Esa exclusión tiene fecha. Marzo de 1990.
Como sabemos, el proceso de “democratización” en Chile llevado a cabo por una élite gobernante ha sido también un largo proceso de encierro de los gobernados: los ciudadanos que fueron capaces de movilizarse en medio de una feroz dictadura –me refiero en especial a los años 80– fueron cordialmente invitados a retornar a sus hogares, una vez elegido e instalado el nuevo gobierno civil. A cada cual lo suyo. La política pasaba a ser asunto de unos cuantos. Los que saben. Los que supuestamente son competentes. Los políticos profesionales. Esta forma de racionalidad no fue impuesta de un día para otro sino que fue primero fruto de una acción y de un discurso sumamente elaborado por parte del gobierno militar (aclaro que digo gobierno militar no porque no me atreva a decir dictadura sino porque no me atrevo a decir democracia en referencia al gobierno civil que hoy tenemos): “los civiles no sirven, no saben dirigir un país”. Suerte de complejo que nuestra clase política parece haber integrado, sin superarlo, y ha gobernado en los últimos 23 años tratando de demostrar (¿pero a quién?) que sabía. En ese marco, la estabilidad institucional ha sido un valor en sí, evacuando cualquier posibilidad de asumir plenamente los conflictos. En ese contexto surgió en nuestra sociedad un nuevo tipo de preso político que no tuvo conciencia de sí mismo. El ciudadano encerrado, enjaulado en su propia casa, en su propia vida: el ciudadano atomizado, impedido, muchas veces endeudado, entretenido, pero no consolado, televisión mediante. Lo que está en juego es la fuga. La fuga más espectacular que jamás se haya visto. La fuga de los ciudadanos que quieren ser parte. Eso es también lo que cada uno puede y debe “elegir”. Y esto desborda las elecciones de noviembre.
En definitiva, ¿quién quiere qué? ¿Para qué necesitamos diputados? ¿Para qué necesitamos Presidente? O sea: ¿para hacer qué? ¿Cómo dialogan los diversos objetivos que pueden plantearse desde la ciudadanía con los diversos objetivos que plantean y plantearán los candidatos? Porque si el objetivo es “más de lo mismo” ya sabemos lo que tenemos que hacer. El dilema empieza cuando el objetivo implica un cambio y, entonces, ahí convendría indagar: ¿qué medios? ¿Para qué cambios?
Estamos condenados a una eterna repetición si esperamos que un mesías nos aporte las respuestas. Diría que en nuestra calidad de electores –pero no meramente de votantes– importa muy especialmente la capacidad que tengamos o no de definir objetivos propios. Pero eso tampoco es suficiente. En el espectro político chileno diversas voces están planteando cambios fundamentales. ¿Quiénes son? Sugiero un pequeño trabajo de identificación respecto a uno de los temas debatidos. Un tema clave y transversal entorno al cual se están pronunciando diversos actores y sectores. El tema de la Asamblea Constituyente
El tema de la Asamblea Constituyente tiene una historia. A lo largo de los veintitrés años de gobierno civil no siempre ha estado en el lugar donde lo encontramos ahora. Sería exagerado decir que ocupa un lugar central. Pero tampoco está en esa posición marginal en la que estuvo mucho tiempo. ¿Quiénes han defendido, en Chile, la formación de una Asamblea Constituyente? ¿Quiénes han estado a favor de una nueva Constitución política? Nombre y apellido, por favor. ¿Desde qué estructura? ¿Desde cuándo? ¿En qué ámbitos? Y los que no siempre han estado a favor de esa idea, ¿qué hacían antes? ¿Qué defendían? ¿Qué condenaban? ¿Qué toleraban? Me parece que si todos y cada uno hiciéramos ese pequeño ejercicio de investigación tendríamos más y mejores herramientas.
Más allá de este caso, diría que es tarea del elector –es decir, del ciudadano que todos los días elige algo y no solamente sus zapatos– informarse e investigar. Buscar la información pertinente. No contentarse con los efectos de anuncio. Ese trabajo previo se suma a la experiencia que cada cual pueda tener. Y es precisamente la experiencia, el saber, lo que hace que la publicidad se vuelva inútil a la hora de identificar necesidades, objetivos y medios. Libremente, soberanamente. O, como dijera Discépolo, a conciencia pura.