Desde hace varios años el cine chileno está llamando la atención en el circuito de festivales internacional. Hay quienes dicen que se trata de “el sabor del momento”, otros, que es el resultado coherente del talento y la dedicación de los realizadores nacionales que han sabido armar películas de nivel y con una mirada propia. Sea una cosa o la otra, o ambas, lo cierto es que cada vez es más común que en los más reconocidos certámenes fílmicos exista una buena cantidad de películas chilenas presentes y que más de una regrese con algún premio. Estos reconocimientos no aseguran, lamentablemente, que esas mismas películas logren interés del público nacional.
Esta semana se estrena en cartelera “De jueves a Domingo”, que ha sido premiada en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam en Holanda; en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires; en el Film Festival de Lisboa; en el Festival Cines del Sur, de Granada; en Los Angeles Film Festival, y en Chile con el premio a la Mejor Película en la Competencia internacional del Festival Internacional de Cine de Valdivia. Estos éxitos aseguraron el estreno del filme en Polonia, Inglaterra, México y España.
Y no es difícil entender porque tantos jurados y distribuidores se han rendido ante el trabajo de Dominga Sotomayor. Hay una apuesta de contenido y forma que hace que esta película destaque al interior de la producción nacional. Porque si bien en “De jueves a domingo” se podría inscribir dentro de la línea autoral tan vista en el reciente cine chileno, compuesta por historias intimas y filmadas de una manera contemplativa y calmada. En este filme esa propuesta es absolutamente coherente con la historia que se nos quiere contar y no abusa de exquisitez formal.
Desde el inicio Sotomayor hace que el espectador se identifique con Lucía, una niña de diez años que es llevada por sus padres, y junto a su hermano menor, a una mini vacaciones al norte. En el camino iremos descubriendo con ella, que este núcleo familiar está a punto de romperse. Durante casi toda la película la cámara se sitúa alrededor de este personaje lo que hace que la narración se contagie de cierta inocencia propia de la niñez y de una nostalgia que sabe interpretar mejor que la niña aquellas señales que Lucía logra captar.
Es este equilibrio logrado gracias a un muy buen guión, actuaciones que resultan muy naturales y contenidas y una puesta en escena intimista pero que no ahoga, lo que permite que el espectador se entregue a este viaje, se detenga en las pausas para conocerlos mejor entendiendo sus motivaciones y miedos, y se conmueva con las esperanzas que quedan y las despedidas que aún no se ven, pero que certeramente vienen.