Chile a seis meses de las elecciones


Martes 14 de mayo 2013 15:26 hrs.


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Estimado director:

A seis meses de las elecciones de noviembre próximo, el escenario político muestra a trece candidatos quienes, en un plano general, insinúan notables coincidencias respecto de nebulosos cambios que se dicen necesarios, pero escasas precisiones respecto a programas específicos y proyectos concretos.

Por la derecha más tradicional y tras la resolución del “affaire” Golborne, aparecen Longueira y Allamand disputándose quién representa mejor “al sector”. Uno levantando una imagen de candidato duro pero asequible a “construir consensos”, en tanto que el otro apela a su experiencia y largo recorrido político –parte de él en “el desierto”. Ambos, con matices, defendiendo “la obra” del gobierno de Piñera, sin que ninguno mencione sus pasados durante el período 1973-1990.

En la Concertación, predomina sin contrapeso la figura de Michelle Bachelet, aunque acompañada en esta etapa de otros “semi–presidenciables” como Velasco, Gómez y Orrego. Tras el fiasco de las primarias abortadas y sus coletazos, seguramente el escenario decantará pronto y el resultado, salvo la ocurrencia de algo realmente extraordinario, es fácilmente previsible.

Apoyado en el PRO, ya legalizado, se postula Marco Enríquez-Ominami. ME-O finalmente resistió las presiones, mensajes, y ultimátums de la Concertación para lograr que se integrara al proceso de primarias y no se transformara en una amenaza a “la Candidata”. El PRO aspira a crear una nueva constitución a través de un proceso “participativo”. Es visto, desde la Concertación, como el más serio postulante que podría mermar la votación de “Michelle”.

Más allá de los nombrados, aparece Franco Parisi, que ha anunciado que reunió las firmas necesarias para ser incluido en la papeleta. También Tomás Jocelyn-Holt, quien todavía necesita hacerlo para ser candidato. Hasta este momento, Jocelyn-Holt dice haber reunido 25.000 de las 37.000 firmas que necesita para su inscripción.

En una situación parecida se encuentra Roxana Miranda, dirigente de pobladores y de deudores habitacionales, en representación del Partido de la Igualdad, partido anti–establishment que se encuentra en proceso de reunir firmas para su legalización y que se autodefine como anticapitalista, proponiendo una nueva constitución para Chile a través de una “Constituyente Social”.

Sin embargo, esto no agota la lista, ya que se han lanzado también las candidaturas anti–establishment de Marcel Claude, en representación del Partido Humanista y movimientos ciudadanos y ambientalistas, apoyando la propuesta de una Asamblea Constituyente; y, finalmente, la de Gustavo Ruz, apoyado por el Movimiento por una Asamblea Constituyente y con este específico propósito.

Por último, y en representación del Partido Ecologista Verde, se presenta el economista Alfredo Sfeir Younis, quien necesitará reunir las 37.000 firmas necesarias para inscribir su candidatura.
En total, trece candidatos cubriendo casi completamente el espectro político del país. El único que no llevará candidato presidencial, obviamente que por razones tácticas, es el Partido Comunista.

Todos llaman a la “unidad”. Algunos para “defender lo hecho”, otros para “promover cambios responsables”, otros para “terminar con la desigualdad”, otros para “seguir avanzando”, otros para “transformar el país”, otros para “crear una nueva institucionalidad”, otros para “acabar con el lucro”, “otros para “terminar con los abusos”, pero todos prometiendo más de esto y más de lo otro, lo que es siempre fácil. Y los mensajes no se agotan…

El alto número de candidatos y sus diversos mensajes probablemente tendrán el efecto de atraer a los votantes. Sin embargo, también ese alto número y la probable dispersión del voto en múltiples opciones tiene otro efecto quizás no buscado: ayudar a construir la imagen de que la candidata que encabeza las encuestas por amplio margen es imbatible. Es un resultado que, en último término, ayuda a promover y a propiciar la estabilidad del sistema político tal como es y tal como está.

Mientras más candidatos haya y mientras más disímiles sean sus propuestas, es posible que más electores se sientan inclinados a concurrir a votar por “su candidato”, aunque éste tenga nulas posibilidades de ser electo. En otras palabras, la multiplicidad de “ofertas” en este esquema tal vez ayude a que el porcentaje de abstención disminuya, aunque también es posible que ante tanta disparidad de opciones e incluso duplicación de propuestas en algunos aspectos y contradicciones en otros, una buena parte del electorado tienda a abstenerse sindicando como no aceptables tanto a “la favorita” de la carrera como a las alternativas disponibles.

Lo más probable es que esta galería de trece postulantes decante en algún tiempo más en unos cuatro o, a lo más, cinco. Y que los que no sigan en la carrera posiblemente “endosen” a otros que tengan mejores posibilidades y financiamiento. Sin embargo, si tal “endoso” se hace efectivo a nivel de las bases que apoyan a quienes tiren la toalla, lo que es siempre dudoso pues existe la posibilidad de que también se vayan a casa con su candidato, ello contribuiría a que el porcentaje de abstención alcanzado en las municipales disminuya.

Dicho porcentaje de abstención, el cual alcanzó un 60% en las elecciones municipales, fue precisamente lo que le propinó el mayor golpe al sistema político desde que la dictadura le traspasó el poder a la clase política dominante. Ese ha sido el mensaje más duro y más claro a la clase política en las dos últimas décadas.

Luego de la inesperada abstención hubo variadas reacciones. Los miembros más obcecados y menos inteligentes del establishment insinuaron hacer obligatoria la concurrencia a las urnas. Incluso hoy uno de los “semi–presidenciables” de la Concertación declara como una de sus metas imponer al voto obligatorio. Los más pillos intuyeron que una medida como esa sólo apresuraría el derrumbe del sistema y con él, el de ellos mismos, por lo que indicaron que era preferible que “los candidatos comenzaran a seducir a los votantes”. Jamás se imaginaron los que así pensaban que los candidatos declaradamente anti–sistema –como tampoco éstos– se transformarían en los mayores apoyos a dicho propósito. En los hechos, en verdaderos salvavidas del sistema político ilegítimo, antidemocrático y elitista que proclaman querer cambiar.

Pasados ya algunos meses del “lanzamiento” de las distintas candidaturas anti–establishment, está ahora claro que las esperanzas de que ellas confluyan en algún momento en un candidato común, están definitivamente canceladas.

Después de las elecciones, si un nuevo presidente o presidenta resulta electo con una abstención menor a la de las elecciones municipales, la clase política justificará y masificará el discurso de legitimación del sistema, inhibiendo toda posibilidad de cambio.

En dicho escenario, no se habrá avanzado un centímetro en un verdadero proceso de unidad de las fuerzas políticas y sociales anti-sistema. Por el contrario, se habrá consolidado una situación que, después de las municipales, se vio en un momento claramente amenazada. En suma, la próxima elección no pondría en peligro ni la estabilidad ni la permanencia del sistema, como tampoco la sobrevivencia de la clase política que lo administra, salvo que la mayoría de los ciudadanos decida masiva, consciente y activamente, no concurrir a votar dentro del sistema electoral vigente, una opción perfectamente legítima dentro del sistema mismo.

Un sistema que –algo único en el mundo– será próximamente supervisado por un general de ejército (una institución castrense, como todos saben, particularmente “democrática” en su historia) y un general con un oscuro pasado que lo vincula a crímenes de derechos humanos. Esta insólita situación al parecer no incomoda a los candidatos, como tampoco les incomoda un Servicio Electoral que no sabe cuántos centenares de miles de personas fallecidas aparecen en sus registros como votantes activos, y que no puede decir cuándo ni dónde se inscribió un votante, o si alguna vez ha ejercido su derecho a votar.

Los verdaderos llamados a la unidad deben ser hechos desde la perspectiva de la abstención, la no participación masiva y el rechazo consciente y activo al sistema. Éste y no otro será el primer elemento de unidad real y efectivo destinado a construir en el futuro próximo una propuesta política viable y con base sólida a fin de desmantelar un sistema debilitado e ilegitimado por el creciente rechazo ciudadano. Precisamente éste es el llamado de la Huelga Electoral Constituyente, con el objetivo de contribuir a la caída de un sistema de origen ilegítimo, estructuralmente antidemocrático y funcionalmente corrupto y el establecimiento de una Asamblea Constituyente que refunde democráticamente –con representación ciudadana directa elegida a tal efecto– la institucionalidad del país.

Pedro Alejandro Matta

Movimiento por la huelga electoral constituyuente

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