El murmullo de la historia

  • 18-05-2013

Esta columna nace de otro escrito en el que me encuentro trabajando en estos días y que aborda aspectos bastante precisos de lo que fue la dictadura en Chile. Las ideas suelen ser así, revoltosas, se le escapan a uno y, a veces, hay urgencia en anotarlas, para poder volver a ellas más tarde, con más calma. Eso es lo que quisiera hacer hoy, compartir brevemente esta idea con los lectores y muy especialmente con aquellos que han abordado la experiencia de la dictadura a partir del arte. Desde el teatro, desde la danza, desde la música, por ejemplo. Reflexionando sobre algunas características de lo que fue el diálogo y la ausencia de diálogo, en ciertos ámbitos, durante la dictadura recordé de pronto la sensación de haber vivido durante años en un murmullo permanente. Una suerte de cuchicheo. De ruido de fondo en el que transcurrían los días en el seno de una familia de izquierda muy parecida a otra familia de izquierda.

En esa casa en Santiago –digo casa pero no hubo una sola y tampoco fue siempre una casa– algunas cosas podían decirse en voz alta (“qué lindo día”, “llueve”, “vamos a la feria”). Y otras no. Esas otras, las que se murmuraban, siempre las murmuraban los adultos y si uno era niño, lo que era mi caso, se quedaba medio colgado o hacía como que jugaba con sus amiguitos reales o imaginarios, mientras trataba de cachar algo, así no más, de puro intruso. Es algo notable, si se piensa bien, que de un día para el otro, después de los estruendos del 11 de septiembre de 1973, en ciertas casas, se haya bajado el volumen de todo aquello que podía tener relevancia. Porque de eso se trataba, de pronto, en esas casas –y también más puntualmente en otros lugares– lo más importante, lo más fundamental hubo que decirlo bajito (“no me pienso ir de mi país”, “nadie sabe donde está”, “dicen que entregó gente”, “si lo ves, dile que lo quiero”).

Imagino una historia, una suerte de sinfonía teatral, un relato sonoro sobre lo que fue nuestra manera de hablar durante los diecisiete años de dictadura. ¿Quiénes tenían el poder de hablar fuerte en Chile? ¿Cómo y dónde? ¿Para decir qué? ¿Quiénes bajaron la voz? ¿En qué lugares? Y esos que bajaron la voz, ¿sólo bajaron la voz? ¿No se les apagaron, junto con la voz, algunas palabras? O sea, ¿de qué dejaron de hablar en esos años en que se vieron obligados a murmurar? ¿Cuáles fueron los temas que dejaron de ser temas en ese tiempo? ¿De qué manera ese hablar bajito determinó lo que fueron también los relatos posteriores a diciembre de 1989? La dificultad, por ejemplo, en nombrar el pasado anterior, ese pasado anterior a la dictadura que sigue siendo problemático como si nunca fuera el momento de abordarlo de veras.

Ahora bien, esa suerte de reparto de roles al que procedió la Junta Militar, que condujo a algunos al murmullo, tuvo sus exabruptos. Los tuvo desde distintos ámbitos. A través de ciertas personalidades que siendo opositoras a la Junta siempre se reservaron el derecho de hablar fuerte. Hace poco mencionamos a Mariano Puga: ¿quién no recuerda alguna imagen de Mariano encarando –con voz clara y fuerte– a los carabineros para interponerse entre ellos y su gente? Se podría dar varios ejemplos, algunos más famosos o que implican a gente más famosa. También se podría resaltar el rol de cierta prensa que con grandes esfuerzos y al igual que el ave Fénix, siempre renaciendo de sus cenizas, jugó el rol de la voz alta en el silencio de la palabra escrita. Caso de la revista Apsi, de la revista Análisis, de la revista Hoy, entre otros. Luego la gente. Las personas que tuvieron el coraje de levantar la voz en dictadura. Concretamente en las calles de Santiago durante la dictadura.

Respecto a este tema existe un libro que me parece sumamente valioso. Un libro corajudo y totalmente esclarecedor respecto a lo que fue una experiencia de gran relevancia tanto para la política como para el pensamiento de la política en Chile. La experiencia de los familiares de detenidos desaparecidos (AFDD). En ese libro de Hernán Vidal, realizado a inicios de los 80 y publicado en Chile muchos años después, se analiza con precisión lo que fue el despliegue de algunas acciones callejeras por parte la Agrupación. Y en especial la impresionante inventiva que sus miembros desarrollaron para sortear los obstáculos que el régimen militar imponía a cualquier intento de acción colectiva.

Hace unas semanas comentaba el caso de Gaspar, personaje de la literatura argentina que plantea la posibilidad y la necesidad de otra racionalidad en los asuntos políticos. Ese fue el rol – o uno de los roles – que tuvo en nuestra sociedad la Agrupación. Y este es un tema que, también, debe ser desarrollado y al que volveré porque tratándose de saber de “quién podríamos aprender”, ahí tenemos un claro ejemplo. El ejemplo de un grupo político –yo sostengo que la Agrupación es prioritariamente un grupo político porque es un grupo que de manera medular cuestiona e increpa a quienes tienen responsabilidades políticas– que es uno de los primeros que plantea, concientemente o no, una racionalidad diferente: tanto respecto a las normas impuestas por la dictadura como a la manera de concebir la acción colectiva en medio de la hecatombe. Sobre éstas y otras cuestiones, el estudio de Hernán Vidal aporta un enfoque novedoso junto con importantes testimonios de algunos familiares. Y en uno de esos testimonios, se habla precisamente de la voz.

El testimonio se inserta en una parte del libro en el que se analiza lo que fueron los “encadenamientos” durante la dictadura. En este caso, el encadenamiento del miércoles 18 de abril de 1979. Día en que, según nos cuenta Vidal, “59 personas, tres de ellas hombres, marcharon desde todos los puntos cardinales de Santiago para encadenarse exactamente a las once de la mañana (…) a lo largo del costado oriente del Congreso”. El testimonio es el siguiente:

“Fue algo sobrecogedor oírnos nosotras mismas gritar, decir lo que sentíamos. Me sorprendió ver a una compañerita, tan pequeña, que de común tiene una voz suave y dulce, que sacaba fuerzas de no sé dónde para gritar: ‘¡Díganme dónde está mi esposo!’ Las que estaban a mi lado gritaban: ‘¡Dónde está mi padre!’. Una se emocionaba terriblemente, porque nosotras, que hemos vivido el dolor y hemos sufrido tanto, no estamos acostumbradas todavía, que el dolor de otros todavía nos afecta” (p. 170)

El lector que pueda estar interesado en este libro lo encontrará fácilmente en Internet: Está en acceso libre en: www.ideologiesandliterature.org Se trata de: Hernán Vidal, “Dar la vida por la vida. Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (ensayo de antropología simbólica)”, Santiago Mosquito Editores, 1996.

Me tomo la libertad de indicarlo con precisión porque creo en la necesidad de seguir interrogando todos nuestros pasados, no sólo la dictadura, todas nuestras experiencias, incluyendo las más extremas, en pos de un mejor futuro. E insisto: no se trata de inventar. Se trata de atar cabos, de tomar conciencia de que más de una vez en nuestra historia hemos concebido novedosas maneras de encarar los asuntos políticos. Hemos sido creadores de política. El “hemos” acá está de más. “Ellos” y “ellas” han sido.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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