A 40 años del golpe, se evocan muchos visitantes ilustres que vinieron a presenciar nuestro proceso, pero existe una, sujeta al olvido.
Una noche de noviembre de 1971, el Ministro Secretario General de Gobierno, el osornino Jaime Suárez Bastidas, me convoca a un hotel céntrico llama a casa: “Véngase de inmediato, le tengo una sorpresa”.
Concurrí con mi primera esposa, entonces militante comunista. En la terraza del hotel estaba Suárez Bastidas, un individuo que tenía tantas chapas que jamás supe su verdadero nombre-a veces Arturo González, en otras Arturo Hoffmann- y un señor de casi setenta años que me fue presentado como Ernesto Guevara Lynch.
-Andrés, queremos que seas el edecán del papá del Che.
Asumí con mucha honra y algo de temor, acompañar en su visita al arquitecto y latifundista, hombre de derechas hasta que la muerte de su hijo lo convirtió en de izquierdas. El motivo de su presencia en Chile era coincidir con Fidel Castro para enfrentarlo y sostener por primera vez un encuentro tete a tete con el líder para que le diera la versión sobre la actuación del gobierno cubano en la muerte de su hijo. “Nadie jamás me ha dicho la verdad completa, si lo abandonaron a su suerte o fue traicionado por el propio Fidel”, me comentó esa misma velada don Ernesto.
En esa larga estada de Castro en Chile el papá del Che tuvo su cuarto de hora con Fidel y al parecer quedó satisfecho con la versión del Comandante. Guevara Lynch vivió en la calle Arenales, la misma de la Balada del loco de Piazzola, en Buenos Aires cuando sobrevino el golpe de 1976 razón por la cual viaja a Cuba
Acompañé a don Ernesto a las protestas y manifestaciones durante las cuales el veterano gritaba a los muchachos de enfrentar a los Carabineros y no huir de ellos y del guanaco. Tarde, lo llevaba al desaparecido hotel Claridge donde alojaba y el veterano corría el ropero contra la puerta “por si acaso”.
Era un hombre fino y refinado y su hijo revolucionario y todo provenía de un ambiente más que burgués, casi aristocrático. Su familia era entre otros bienes, propietaria de un astillero y una plantación de yerba mate en Caraguatay, norte de Argentina.
Poco hablaba del Che.
Una tarde nos quedamos en pana; mi viejo Renault Floride del año de la cocoa, no quiso partir. Tras una larga discusión sobre quien empujaba el auto para que partiera, se impuso don Ernesto. Mi temor era que se infartara en el esfuerzo y con qué cara le comunicaba las razones a las cúpulas gubernamentales.
En otra oportunidad se enfrascó en una disputa con mi esposa y la trata de reaccionaria “ como son todos los comunistas”; el estaba por la vía armada.
Organicé una conferencia de prensa con el fin de que el visitante explicara su presencia. Las imágenes en las que aparezco junto a él tuvieron sus consecuencias después del 11.
El día antes de su partida, le pregunté si se le antojaba algo en especial. Cabalgar fue su
respuesta. Tuve la mala ocurrencia de llevarlo a la hacienda Las Palmas de Marga Marga justo la tarde previa a la entrega del predio a la Cora pues había sido expropiado. La cara de mis tíos no fue la más amable. Cuando le presenté al papá del Che a los inquilinos, estos se encogieron de hombros. No tenían idea quien era ese mito latinoamericano que ahora decora millones de poleras en el mundo. Entonces aprendí sabias palabras de Raúl Ruiz, el cineasta: “Dale con ponerles a los huasos a los Quila y a los Inti si ellos prefieren corridos mejicanos”. Tampoco les interesaba la vida de héroes lejanos.
Don Ernesto galopaba, yo le seguía al trote pues la equitación nunca fue mi fuerte y en mentira piadosa le manifesté sufrir de un desgarro a la ingle.
Muy caballerosamente don Ernesto semanas después enviaba una carta manuscrita agradeciendo mis atenciones junto con hacer una descripción de la casa de campo de Las Palmas donde mis tíos hasta le espetaron ser amigo “del barbón asesino”. El, muy señor, mantuvo silencio y me apuró hacia la cabalgata.
Guevara Lynch, murió el 1 de abril de 1987, el mismo día en que mi padre cumplía los 87 años