Señor Director:
El cliente insistió en que nos escogía porque sabía que eramos unos publicistas creativos, irreverentes, de esos que instalan una idea hasta convertirla en obsesión. Ustedes venden, así que necesito de su ayuda, afirmó. Decía que su producto resolvía los problemas como por arte de magia.
Después de mucho pensar y darle vueltas al concepto entendí que la respuesta era mucho más sencilla de lo que parecía, era evidente, estaba ante nuestros ojos, era literal. Una solución básica ante un requerimiento básico. Sólo hacía falta transformar la idea, convertirla en una imagen que el público pudiera descifrar fácilmente, sin ambiguedades, al pan pan y al vino vino.
Y qué mejor forma de resolver los problemas de manera rápida y eficaz que una dictadura, pensé. Un comercial donde apareciera la figura de Pinochet, en plano medio, mostrando a unas personas, que en este caso representaban el problema y, luego de un conjuro, al estilo “abracadabra”, desaparecían como en los mejores espectáculos de Las Vegas. Nada de pirotecnia, ni mujeres exóticas, un chasquido de los dedos del General para que aquello que molestaba se disolviera en el aire.
Sencillo, directo, un par de luces, una buena caracterización, un texto al lado con una idea, musiquita ambiental y listo. Un comercial con escasa producción, barato, pero lo suficientemente directo como para que todos, sin excepción, entendieran que el producto que promocionábamos resolvía los problemas tan facilmente como cuando se trataba de poner fin a la amenaza marxista.
Listo. Ahí está la solución. Sólo faltó un detalle. No se consideró lo que la dictadura significó para miles de personas muertas, torturadas y desaparecidas. Familias destruidas, hijos dolidos que hoy no verían con simpatía que se use a la figura de Pinochet con humor, como el mago que hizo desaparecer los problemas, como el personaje que salvó a Chile del abismo.
Hace unos días atrás un chiste, en un programa de humor, indignó a la comunidad judía. Hoy, el comercial de una lotería, ofende a un país entero, a millones de colombianos que tuvieron que sufrir con la demencia de Pablo Escobar. Para ninguno de nosotros, los que de una u otra forma somos víctimas del terrorismo, no es gracioso “mandar a matar al papá, a la mamá, al perro, a la abuelita…”. Así como para muchos la figura de Pinochet resulta lamentable y obliga a actuar con criterio al momento de usarla, también es necesario que en Chile se respete la historia de un país que lucha a diario por superar el profundo daño causado por el más vil de los asesinos.
Sería bueno que existiera preocupación, que las agencias de publicidad se cuestionaran respecto de los discursos que construyen. Es fácil, bastan dos minutos para darse cuenta que ni Pablo Escobar, Pinochet o el Holocausto Nazi causan gracia. Hay cosas con las que no se juega. Por favor, más respeto.
Juan Gabriel Vásquez López
El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.