Aunque son predecibles los principales resultado de las primeras primarias legales de la historia de Chile, se juegan en ellas varios asuntos relevantes para el destino político: ¿qué tan mayoritaria logra ser la Nueva Mayoría? ¿cuál de las dos almas se impone en la derecha? ¿pudo este nuevo espacio democrático revertir la tendencia abstencionista?¿cómo sortearán el Gobierno y los alcaldes las tomas estudiantiles de los recintos de votación?
Si este domingo la concurrencia a las urnas supera los dos millones de electores, estaremos frente a un proceso exitoso, que permitirá medir el peso ciudadano real de los precandidatos presidenciales, y sabremos si el sistema político logró convencer a sus electores más leales de la supuesta intención de abrir espacios de participación.
La barrera de los dos millones corresponde a poco más del triple de los militantes inscritos en los partidos políticos que concurren a estas primarias -600 mil en total- y llega apenas al 16% de un padrón electoral de 12 millones de personas. Aún así, la cifra es considerable si se toman en cuenta obstáculos como la escasa incertidumbre de los resultados; la reducción de mesas receptoras, desde las tradicionales 1700 a 856; el efecto disuasivo y de confusión que podrían tener las tomas de los escolares; así como las imprecisiones estadísticas del Servel, organismo que todavía no logra depurar un universo electoral inflado por ciudadanos que viven en el exterior u otros que han fallecido.
Para evaluar si es justa una expectativa de dos millones de electores como requisito de éxito, debemos considerar que el único precedente de primarias abiertas registrado en el país corresponde al millón 400 mil chilenos que, en mayo de 1999, concurrieron a elegir entre Ricardo Lagos y Andrés Zaldívar. Cierto es que aquel proceso sólo involucró a la Concertación y careció de un marco legal; pero tuvo la ventaja de haber sido una experiencia histórica, en un contexto de mayor aprecio por la política.
¿Cuál podría ser el resultado de un escenario como este? Probablemente el triunfo de Andrés Allamand sobre Pablo Longueira en la derecha y una cierta ventaja de Andrés Velasco sobre Claudio Orrego, en el segundo lugar de la “Nueva Mayoría”.
La estimación se funda en la menor gravitación que tendría la reconocida capacidad orgánica de la Democracia Cristiana y de la UDI, al diluirse en un universo al que se integran no solo los convencidos, sino también aquel segmento que recela de los polos y gusta de la mal llamada “moderación”.
En el caso de una primaria mediocre, a la que concurra mucho menos de dos millones de electores, el resultado favorece un triunfo de Longueira sobre Allamand en el oficialismo, y una derrota de Velasco bajo Orrego, en el segundo lugar del bloque opositor. A menor número de votantes, mayor es el peso específico del “acarreo” y de los “aparatos” partidarios, en perjuicio de Allamand, porque milita en un partido con dificultades de movilización, y del independiente ex ministro de Hacienda, porque carece de presencia territorial y sustento orgánico.
Amplias o reducidas, las primarias del domingo también dilucidarán la envergadura del bloque opositor agrupado en Nueva Mayoría y el tamaño de la brecha que lo separa del oficialismo.
En las primarias municipales realizadas por la Concertación en abril de 2012 votaron casi 320 mil vecinos. Considerando que el proceso se realizó en unas pocas comunas, correspondientes a menos de la mitad del universo electoral, tendríamos que estimar un piso mínimo opositor equivalente a unos 700 mil votos. Una participación así de modesta, sería el peor de los escenarios, pues las municipales siempre han resultado mucho menos atractivas que las presidenciales y el comando de Bachelet ha dicho que espera movilizar al menos un millón 300 mil electores.
En la otra vereda, la derecha nunca ha hecho primarias, pero sabemos que la voluntariedad del voto la castigó mucho más que a la oposición. En la última municipal, la Alianza por Chile obtuvo el 38%, es decir 10 puntos menos que la actual oposición. Si se repite una proporción de ese orden, el peor escenario de la derecha correspondería a una base dura de alrededor de 500 mil votos.
Pero antes de conocer los resultados tendremos que saber si la clase política todavía está a tiempo de concretar los cambios prometidos en un contexto institucional y estable, o su distancia del movimiento social termina de desbordarla, con una abstención crítica y una solución torpemente violenta a las tomas en los colegios.