Cambalache


Jueves 27 de junio 2013 13:06 hrs.


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Señor Director:

“No existe tal cosa llamada sociedad….sólo individuos, hombres y mujeres, y familias”, fue lo que Margaret Thatcher expresó en 1987, entonces Primera Ministra británica, acogiendo las ideas de Friedrich Hayek, su gurú filosófico, para quien las instituciones más duraderas son aquéllas producto de la evolución, presuntamente espontánea y natural, y no de un inútil ejercicio intelectual. Las convicciones de la Dama de Hierro, sin embargo, nunca han estado huérfanas. En medio del conflicto estudiantil de hace dos años, refiriéndose a las demandas de los jóvenes para cambiar el modelo, Luis Larraín, director de Libertad y Desarrollo, las complementó con una frase notable: “Nadie inventó el modelo –nos dijo-, éste no es otra cosa que un espejo de los hombres (quizás también de las mujeres, suponemos), con sus grandezas y sus miserias”, compartiendo, ambas opiniones, una coincidencia pesimista con Enrique Santos Discépolo, autor de Cambalache, cuyos versos ilustrarían -con mayor poesía y compás de tango-, la sociedad en que vivimos. En otras palabras, solamente los obstinados pueden insistir en reemplazar el modelo y fracasarán aquéllos que, presas de sus debilidades, intenten morigerarlo en contra de los designios de la naturaleza.

Las aseveraciones citadas explicarían porqué para la derecha es difícil, y generalmente inútil y majadero, analizar y tratar de explicar los orígenes y naturaleza de los fenómenos sociales –como la violencia o la delincuencia-, o reconocer en los estudiantes e “indignados” el afán de eliminar la iniquidad y las miserias, en vez de simplemente administrarlas como si fueran la expresión, quizás a veces extrema, pero natural de la humanidad. Son dichas convicciones las que, en tiempos de la dictadura, exiliaron del léxico cotidiano a “la política” como anatema y que ahora llevan, a quienes las sostienen, a trazar una línea divisoria entre “lo social” y “lo político”, tratando de disfrazar la inevitabilidad de esta última con un anhelo aséptico de “vocación de servicio” cuyo rédito es, a veces, reguleque. El problema es que estas convicciones han sido incapaces de proponer un “relato” que convenza que estamos bien y que podríamos estar mejor de lo que estamos, lo que explicaría por qué dicha propuesta –la del “relato”-, ha sido rápidamente relegada al olvido, siendo reemplazada por “el centro social”, un pobre remedo de la iniquidad natural de Thatcher y Hayek.

“El mundo es y será una porquería, ya lo se, en el quinientos seis y en el dos mil también”, dice la letra de Cambalache. El Chile de hoy y en particular las generaciones jóvenes parecen compartir la primera parte del diagnóstico, pero no cabe duda que la mayoría tiene una idea más optimista de la naturaleza humana, de sus capacidades y de las posibilidades de cambiar los modelos que nos agobien; si no fuera así, no prestaríamos tanta atención ni recibiría tanto apoyo el “relato” que la juventud nos propone, ni sería tan urgente para los partidos políticos prestar oídos a sus demandas.

Hernán Ampuero

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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