En noticieros, redes sociales, en la voz de expertos, políticos, declaraciones y entrevistas ha vuelto a surgir el tema del aborto en Chile. No porque en el Congreso se haya abierto al tema y se decidiera debatir al respecto, no. Más bien, esta discusión mediática se da por el caso de una niña violada por su padrastro, producto de lo cual resultó embarazada a sus once años de edad. Así, tal cual, la cruda realidad.
El gobierno y sus colaboradores, enfrentados a la avalancha de opiniones respecto del derecho a abortar en casos como el descrito, están cerrados absolutamente a cualquier posibilidad de legislar respecto de la interrupción del embarazo en Chile. En cambio, se han dedicado a dar su opinión sobre qué tan preparada estaría la niña para ser madre, se expresan posibles procedimientos para enfrentar los problemas de gestación por las características anatómicas de la menor, se habla de la “madurez” de la víctima y, colgándose al caso, del cuerpo de la mujer.
La niña, según se dice, quiere continuar con su embarazo. Valiente y respetable, aun cuando a su corta edad, probablemente, no llegue a comprender la responsabilidad real de esta decisión, lo que se ve claramente reflejado cuando llega a comparar la futura guagua con una muñeca. Una muñeca se toma y se deja como un juguete, toma leche de mentira, no necesita controles médicos, ni medicina para las bronquitis, no ensucia pañales, no despierta a media noche llorando y no crece, por lo tanto no necesita ni salud, ni educación de calidad, ni un contexto afectivo y relacional sano, tampoco necesita posibilidades para surgir y desarrollarse. Una persona sí, una niña de once años, por ejemplo, sí.
Pero en Chile, no existen mayores respaldos para que los niños, las personas, puedan desarrollase y desenvolverse bajo políticas de respeto y garantía de sus derechos y necesidades. En un sistema neoliberal en que la competencia y el individualismo son valores máximos, cada quien tiene que arreglárselas con sus propias garras, y los medios de una niña de once años, violada en su propia casa, con una madre que avala el actuar del violador, su pareja; no parecen ser ni los mínimos para afrontar una situación como ésta. Además, lamentablemente, casos como estos no son situaciones aisladas, se repiten a lo largo del país en diversas formas.
Falta de garantías
Al igual que para muchas mujeres de este país, incluso con situaciones mucho menos dramáticas, traer un hijo al mundo es una aventura en la que se navega por aguas agitadas sin salvavidas, más que algunos bonos, vacunas y otras muy básicas cuestiones materiales. Pero la vida de una persona necesita mucho más que estos pequeños gestos para garantizar el bienestar de los individuos ya nacidos. Más allá de los aspectos físicos, tangibles, las cuestiones emocionales, cognitivas y psicológicas son fundamentales, los contextos sociales, las relaciones, los vínculos. Entonces me pregunto ¿quién podría garantizar que el futuro de ese pequeño va ser mejor que el de su madre? ¿Por qué se protege con tanta convicción la vida del nonato y luego se deja al nacido en un sistema de desprotección?
En este país, todas las mujeres embarazadas, bajo cualquier circunstancia, están obligadas a llevar a término este proceso. Chile, es uno de los escasos seis países del mundo que prohíben la interrupción de la gestación en todas sus formas. Pero aun así, se estima que se llevan a cabo anualmente más de 160 mil abortos clandestinos. Los que, estando vinculados al mercado negro y a malas prácticas que pueden poner en riesgo la vida de las mujeres.
Tal vez, si la educación sexual y reproductiva fuera abierta, clara, realista y efectiva la cifra de embarazos no deseados y de abortos se reduciría. Y tal vez, si se ofrecieran mayores garantías y protecciones para llevar adelante la vida, si se contara con más herramientas, si las posibilidades de surgir estuvieran al alcance y la desigualdad fuera menos dramática, si los sueldos básicos consiguieran mantener una familia, si la contaminación y la degradación del medio no fueran en ascenso, si la protección de los derechos humanos estuviera garantizada y el respeto a la vida se garantizara en todas sus formas, tal vez, todos y todas estaríamos dispuestos y felices de traer más hijos al mundo. Pero la realidad es otra.
Las mujeres no abortan por gusto, abortan porque no tiene las condiciones ni materiales, ni emocionales, ni contextuales para hacerse cargo de una futura vida, de otro ser humano. La existencia de un marco regulador que permita el ejercicio libre del derecho al aborto no significa la imposición del mismo. La niña víctima de las violaciones de su padrastro no estaría obligada a poner término a su embarazo, ni ninguna mujer estaría obligada a hacerlo, así como tampoco deben estar obligadas a traer al mundo niños que no desean y que nadie garantiza tendrán un porvenir digno.
En este mundo los niños y las niñas pequeñas llegan a ser violados por sus propios cuidadores, por sus padres, sus hermanos, tíos, padrastros, amigos y desconocidos. La violencia y la denigración están a la orden del día y el Estado no es capaz de garantizar que cada niño nacido en tierra chilena estará dentro de un sistema que lo proteja y lo eleve. Son las mujeres quienes velan por el cuidado, la protección y el desarrollo de sus crías, por lo tanto, las que deben decidir traer o no traer a su realidad, a su mundo, a los hijos de los que se harán cargo.