La reciente activación de un plan de Gobierno para traer de regreso a investigadores chilenos que se han quedado en el extranjero, poniendo en marcha una serie de incentivos fiscales, monetarios y profesionales, constituye una de las buenas noticias de política pública de los últimos meses.
En efecto, hay coincidencia internacional entre los expertos en que el ciclo de altos precios del cobre está llegando a su fin como consecuencia de la reducción del ritmo de crecimiento de China, la recesión europea y lenta recuperación de EE.UU. Desde niveles de alrededor de US$ 4 la libra en 2012, el metal rojo ha caído hasta casi US$ 3 la libra y varios analistas creen que el valor podría ser aun menor. Este fenómeno impactará notablemente en los ingresos fiscales y, por consiguiente, estrechará las posibilidades de gestión fiscal del próximo gobierno.
Basta decir que si en 2002 el Fisco recibía US $ 350 millones por concepto de ingresos del cobre, en 2007, éste llegó a los US $ 14 mil millones y en 2012 superó los US$ 11 mil millones. Los buenos precios incidieron también en un aumento de la producción, la que se ha triplicado, desde 1,5 millones de TM a 5,4 millones. Sin embargo, sus costos también han crecido y hoy producir una libra del metal cuesta US$ 2,2, cuando en 2007 no superaba los US$ 0,80 centavos. Con una brecha entre costo de producción y de venta cayendo, las perspectivas de que el cobre siga siendo la palanca para un mayor gasto social se ve constreñida.
Hace unas semanas, la Canciller alemana Angela Merkel afirmó que los países con problemas financieros deben preguntarse de dónde sacarán recursos para seguir desarrollándose en un entorno en el que la competencia económica mundial exige de enormes niveles de productividad para sobrevivir. También llamó la atención a naciones que viven de la extracción en todas sus formas, pues las inversiones están volviendo hacia los centros desarrollados -más seguros y con firmas y productos de mayor rentabilidad y demanda- una vez terminado el ciclo de los comoditties.
Chile es una de esas economías, con el cobre como su estrella en declive. Pero además, otras áreas mineras siguen el mismo ejemplo, exportando con bajo valor agregado: hierro, salitre, oro, plata, litio, molibdeno, todos bienes primarios que insumidos por grandes industrias transnacionales retornan al país incluidos en bienes de alto valor que desequilibran los términos de intercambio.
En el agro, si bien han mejorado algunos productos como la uva gracias a la recuperación de la economía norteamericana -se está vendiendo a US$ 2 y representa más del 44% de los envíos frutícolas de Chile-, las cantidades exportables del resto de las frutas son bajas y la competencia muy dura (recordar el caso de las “uvas envenenadas”). Es decir, de este sector no puede esperarse mayor aporte al PIB que el de hoy. El área forestal (celulosa y madera) por sus usos en la industria constructora (que viene en baja) y editorial, con el papel siendo paulatinamente sustituido por servicios digitales, tampoco pueden reemplazar una caída fuerte de los ingresos del cobre. Más esperanzas puede ofrecer la salmonicultura (virus ISA mediante) o las pesca, dado su carácter alimenticio en un mundo en el que mil millones de personas aun no se alimentan bien; o el Turismo, que implica un ingreso superior a los US$ 2 mil millones anuales, pero que puede caer por la menor actividad mundial.
Por eso, si caen los valores del cobre, Chile se verá empobrecido de la noche a la mañana porque tiene poco más que ofrecer al mundo, en los niveles de calidad, productividad y precios que los compradores exigen. Siendo, además, un país sin demasiado ahorro interno y con evidente ausencia de proyectos industriales de mayor intensidad en capital (bienes intermedios, automóviles, línea blanca, computadores o maquinas productoras de bienes o maquinarias para producir maquinarias) o prospectos medico farmacéutico (con algunas excepciones universitarias), de software de alta complejidad, telecomunicaciones u otros sectores con alto valor agregado y rentabilidad, las perspectivas no son halagüeñas y debieran preocuparnos.
La decisión de incentivar el retorno de nuestro capital humano de alto nivel a investigar y crear en Chile es una tarea que estaba pendiente y que, afortunadamente se le está dando la prioridad que debe tener en un país que ya está agotando sus potencialidades de desarrollo a través de sus riquezas naturales y explotación de sus ventajas comparativas y que comienza a vivir su inflexión hacia un crecimiento vía ventajas competitivas, tarea en la que la educación del conjunto de la fuerza laboral es clave para sostenerlo en niveles más complejos de producción y, por cierto, requiere de estos líderes en el conocimiento de punta, en terreno.
Un alto ejecutivo de una firma nacional con conexiones con Corea del Sur, preguntaba por qué en Chile no hemos tenido la audacia de desarrollar un capitalismo industrial de la mano de decisiones estratégicas acordadas entre el sector privado y el Estado, tal como, por lo demás, lo hizo la propia Corea hace 30 años. Bueno, la respuesta es simple y viene a tono con las reflexiones anteriores: porque no tenemos el capital en recurso humano para ese efecto y porque ni siquiera hemos alcanzado consenso de largo plazo en materia energética (donde es obvio que nuestra riqueza clave es el agua y que no podemos seguir quemando petróleo o carbón caro, que no tenemos) y que, además, es otra de las razones para la pérdida de competitividad que observa el cobre y que nos hará ver estrellas si el metal cayera a US$ 2,2 la libra. Pero con la actual explosión de expectativas producto de la coyuntura electoral, es seguro que, en materias económicas, también tendremos que aprender a palos.