Señor Director:
Las lágrimas de la desilusión de Laurence Golborne y aquéllas vertidas, con una sonrisa triunfante, por Evelyn Matthei al imponerse a sus socios de coalición, no tienen nada que ver con la política. Cualquiera puede darse cuenta, nos argumentan, que son la expresión humana y pasajera del desánimo o la alegría frente a los altibajos de la noble y enaltecedora misión de dedicarse al “servicio público”, al que se puede ingresar o salir con emociones, pero sin pedir permiso a nadie y sin traumatismos. Nos dicen, por el contrario, que la política es “sin llorar”, que se sale de ella a patadas y se vuelve a codazos, y que constituye una suerte de actividad aviesa de la que hay que proteger al ciudadano con binominales y quórum especiales.
Los últimos comportamientos que nos ha ofrecido la Alianza –y los que parecen venir en días próximos-, obligan a desvestir el significado anodino del “servicio público” para preguntarnos a quién se sirve y para qué, así como para reivindicar a la política como diálogo ciudadano y actividad legítima que busca y requiere una fórmula democrática y eficaz para fructificar. El conflicto dentro de la coalición de gobierno, muchos de cuyos miembros fueron “servidores públicos” de la dictadura, nos alerta a despejar la paja del grano y a descubrir cómo y cuándo la alevosía y la deslealtad desfiguran a la democracia y a la política. En la obra de Shakespeare, cuando las disputas de poder se resolvían a cuchilladas de verdad, Lady Macbeth le encara a Macbeth, su marido: “ambición no te falta, aunque sí la maldad que debe servirla”. En los días que vienen podremos ver quién adhiere con mayor entusiasmo a este consejo.
Hernán Ampuero
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