Introducción
El cumplimiento de la misión y tareas universitarias es un desafío permanente cuya satisfacción encuentra obstáculos y amenazas de diversa índole y magnitud. Independiente de ellos, la mejor forma de garantizar dicho cumplimiento, es contar con una masa crítica de académicos del más alto nivel y poseedores de un elevado compromiso con la institución.
Este es un punto muy delicado en el cual las universidades enfrentan una situación compleja, de difícil abordaje y solución. Es un hecho evidente que la jerarquía académica de muchos de sus miembros es un factor de insatisfacción y desmotivación que pone en tela de juicio la tarea de las comisiones de evaluación académica, lo anterior fundamentalmente porque muchos sienten que no se les reconoce adecuadamente la calidad y magnitud de su aporte a la institución.
La situación descrita se origina en parte, por la existencia de criterios y procedimientos de evaluación de la jerarquía académica que valoran mal aspectos relevantes de la actividad académica.
Consideraciones generales
De todas las tareas que puede corresponderle cumplir a un académico, una de las más noble, hermosa, delicada, trascendente y difícil, es la de evaluar académicamente a sus pares. Ello debido a que la realización juiciosa de dicha tarea determinará en forma importante el nivel y desarrollo institucional al estimular que todos sus académicos aspiren a acceder a la más alta jerarquía, lo que debiera ser considerado entre los criterios de selección y no sólo de permanencia. Lograr lo anterior repercutirá además en la comunidad nacional y su bien común, al comprometer también su nivel de desarrollo.
La legitimidad de dicha tarea debiera expresarse en la valoración que la comunidad académica haga de la existencia de un sistema de jerarquización académica en la Universidad, en especial si distingue entre Profesores de Universidad y Profesores de Facultad.
1.- Concepto de Profesor Universitario
Entiendo a la Carrera Académica en la Universidad como un camino por etapas que conduce a la categoría de “Maestro” o Profesor Universitario.
Una de las principales tareas de quienes asumen la responsabilidad de evaluar académicamente a sus pares, es liderar el permanente proceso de definición por parte de la comunidad académica del Maestro o Profesor Titular de la Universidad y desde ahí identificar las etapas intermedias que conduzcan a alcanzar dicha jerarquía académica. Para evitar subjetividades, dicho camino por etapas debe estar preestablecido en un Reglamento de Carrera Académica que deben aplicar con sano juicio y recta intención.
Entiendo al Profesor Universitario como alguien que ha alcanzado un equilibrio entre la profundidad y la extensión en el dominio de los saberes, que se expresa en un muy elevado nivel de autonomía moral e intelectual, que le permite insertarse en el “universo” y entre sus congéneres, pares y alumnos, con la actitud, mirada, palabras y acciones que caracterizan al hombre sabio.
2.- Importancia de los distintos quehaceres académicos
Este concepto de equilibrio tiene consecuencias prácticas al aplicarlo a la valoración de las funciones de docencia, investigación, extensión y gestión desempeñadas por los académicos, dado que privilegia la armonía entre ellas, en un nivel creciente de calidad universitaria, traducido, entre otras formas, en sus actividades objetivables y en la opinión de pares. De este modo se tiende a superar el movimiento pendular entre el predominio de los docentes y el de los investigadores, situación que ha caracterizado a la evaluación académica en las universidades complejas de Chile en los últimos decenios, en que han migrado de ser una Universidad docente a una investigadora, con todas las injusticias y repercusiones inherentes a dichos enfoques.
Siendo la formación crítica o docencia universitaria la principal razón de ser de la universidad, sus docentes, sean investigadores o expertos en la disciplina que enseñan, perciben que en esta labor son poco reconocidos.
La principal dificultad invocada para valorar de mejor forma a la docencia es la falta de indicadores objetivos de calidad. Cierta o no esta dificultad, resulta difícil establecer qué se entiende por objetivo y calidad en este específico ámbito.
Por otra parte, se acepta que la identificación de indicadores objetivos de calidad en el quehacer de investigación, es menos difícil. Sin embargo, si uno analiza la producción de nuevo conocimiento de trascendencia universal emanada de los países latinoamericanos, parece poco justificado hacer predominar este aspecto académico sobre otros en los procesos de evaluación académica. (Lo anterior puede ser de menor validez para Chile, donde indicadores de productividad relacionados con el número de habitantes y el número de gente dedicada a ciencia muestran resultados alentadores)
Los investigadores de nivel internacional que no expresan una vocación docente, ¿merecen ser Profesores Universitarios? Si la respuesta fuera afirmativa, sería concebible que un Ph.D., por el sólo hecho de serlo debiera ingresar en una de las más altas jerarquías; el que no sea así evidencia que el dominio en una de las vertientes académicas no es suficiente para alcanzar la jerarquía de Profesor Universitario.
Similarmente, los docentes poseedores de una elevada vocación docente pero carentes de los atributos de originalidad y propia experiencia en la disciplina que enseñan, así como de creatividad y rigurosidad metodológica docente, hace que tampoco ellos acrediten su jerarquía de Profesor Universitario.
Si un académico muestra una elevada calidad técnica en docencia e investigación, ¿basta ello para reconocerle la jerarquía de Profesor Universitario? No debiera ser suficiente, pues debiera además poseer sólidos principios éticos expresados en actitudes moralmente aceptadas, demostrar gran cultura general, capacidad de reflexión y observación y en general una postura clara y fundada frente al entorno universal y local, en una perspectiva temporal de corto y largo plazo. Debiera además poder demostrar compromiso con su institución.
En este punto surge con fuerza otro quehacer académico, fundamental para la institución, y que habitualmente es mal valorado por los sistemas de evaluación y los evaluadores que los aplican: la gestión académica, es decir aquella destinada a hacer cada día más eficiente y eficaz en el cumplimiento de su misión, propósitos y objetivos a la institución y sus unidades académicas.
Lo anterior adquiere mayor trascendencia al considerar que la dirección institucional recaerá en académicos de las jerarquías superiores, lo que supone que, además de las capacidades de gestión universitaria, deben estar en posesión de los atributos que exige el ser un modelo a seguir por todos los miembros de la comunidad universitaria. Tampoco puede desconocerse que entre las grandes críticas que la sociedad hace a sus universidades se incluyen, por una parte aquella dirigida a su capacidad de gestión, y por otra a la formación y conducta ético – valórica de sus egresados, llamados a formar parte de sus líderes sociales.
Así visto, alcanzar la categoría de Profesor Universitario significa un logro muy difícil y exigente. De hecho, la realidad muestra que dichas personas son escasas, y que cual más, cual menos, todos tenemos alguna fortaleza mayor que otra. Lo importante es que la institución en cada una y todas sus unidades estructurales tenga una elevada producción cualitativa y cuantitativa en todas sus funciones académicas. En este sentido la experiencia señala que las unidades que mejor logran cumplir sus propósitos, son las que aprovechan las fortalezas de cada uno de sus miembros sin exigirles individualmente una elevada productividad en todos los quehaceres. Lo anterior significa también, reconocer la existencia de deficiencias inaceptables, por ejemplo, que la ausencia de una actitud científica no es compatible con el rol docente en una carrera científica universitaria.
3.- Evaluar y medir
La necesidad de evaluación académica, es decir emitir un juicio de valor acerca del grado de avance académico de un candidato, es compartida por todos, sin embargo la experiencia señala que, por razones más o menos valederas, el “evaluar” se transforma en “medir”, evocándonos la postura que señala: “lo que no se puede medir no existe”.
Creo que el predominio de la cultura de medir, que incluye las de objetivar, evidenciar, hacer tangible, sobre la de evaluar, está detrás de la frustración que siente una masa crítica de académicos frente al resultado de sus evaluaciones.
Entendiendo que detrás de la tendencia expuesta está el sano propósito de evitar ambigüedades que puedan llegar a confundirse con arbitrariedades, es cierto también que puede haber algún grado de temor, sesgo ideológico e incluso incapacidad de aplicar el concepto de evaluación, del cual, la medición de actividades específicas, es sólo uno de sus elementos determinantes.
Una consecuencia de aplicar la metodología de medir y objetivar más que la de evaluar, es, a mi parecer, la incorrecta valoración actual de las funciones no investigativas. Surge entonces la pregunta de ¿porqué se valora la opinión de pares expresada en un comité editorial de una revista científica y no se le da igual peso en otras actividades académicas? Puede ser un problema de instrumentos, también puede ser un problema de enfoque. A este respecto, no puede dejar de considerarse el hecho que las verdades científicamente establecidas, que tienen efímera validez, son cada día más frecuentes y que la medicina ahora se basa en “evidencias”.
Se trata entonces, de ampliar la mirada y la imaginación para evaluar mejor aún, e incorporar en el proceso la opinión de pares, discípulos, alumnos, otros.
¿Cómo evaluar la excelencia, productividad e impacto de un docente que ha contribuido a formar decenas o cientos de personas-profesionales-discípulos, idóneos técnica y éticamente, quienes lo reconocen como “su maestro” y cuyo aporte al desarrollo del país, la humanidad y el bien común es tan difícil medir?
¿Cómo evaluar la excelencia, productividad e impacto de un gestor académico que ha contribuido a que su institución se desarrolle fiel a si misma? Rol que sus pares reconocen, pero que es tan difícil medir.
¿Cómo evaluar la excelencia, productividad e impacto de un investigador que ha publicado numerosos artículos en revistas con comité editorial?
¿Cómo evaluar la excelencia, productividad e impacto de un profesional experto que, en el caso de la medicina, ha diagnosticado y tratado exitosamente a cientos de pacientes de la más diversa naturaleza y complejidad?
¿Es concebible que cualquiera de estas funciones pueda ser realizada en niveles de excelencia, sin creatividad?
¿Qué valor deben tener las opiniones de quienes conocen más de cerca al candidato?
Se trata entonces de entender y aceptar que para alcanzar cualquier meta hay más de un camino y que la combinación armoniosa de una serie de atributos y acciones, variable de individuo a individuo, es la que determina el nivel de autonomía, relevancia y sabiduría del candidato.
Establecer cuales niveles de dominio y en qué proporciones, determinan que un académico sea reconocido en uno u otro nivel jerárquico, es tarea de toda la comunidad académica, las comisiones de evaluación deben aplicar lo así establecido. Sólo nos atrevemos a afirmar que las combinaciones posibles son numerosas para cada nivel.
Igualmente, pensamos que la profundidad en el dominio de la disciplina puede tener un mayor peso relativo en las jerarquías inferiores y la amplitud o extensión en el dominio de los saberes, en especial del saber ser, en las superiores de rango universitario.
4.- Perfil del Profesor Universitario
Con el objeto de delinear los rasgos que en este modelo de evaluación debieran ser buscados para decidir el nivel correspondiente en la jerarquización académica, nos atrevemos a enunciar algunos de los atributos del hombre sabio o en camino de serlo:
– Ser humilde de corazón aunque firme en sus convicciones y riguroso en sus métodos, pero siempre poseedor de un profundo sentido humanitario.
– Ser poseedor de una profunda vocación de servicio, a los demás, sus pares, sus alumnos y discípulos, su institución, etc.
– Ser poseedor de una profunda valoración de los principios de justicia y equidad.
– Ser poseedor de una cultura general amplia y de conocimientos específicos profundos, todos los cuales puede usar de manera abstracta y concreta según corresponda.
– Ser capaz de visualizar el futuro y ver el presente, siempre apoyado en el conocimiento del pasado.
– Ser capaz de soñar pero también de decidir.
– Ser generoso en la actitud e idóneo en la capacidad de entregar lo que sabe (ser, ser universitario, hacer, etc.).
– Ser poseedor de valores y principios éticos así como de actitudes morales positivas.
– Ser poseedor de gran consistencia interna y externa en los planos ético, moral e intelectual.
– Ser poseedor de autonomía moral e intelectual pero respetuoso de normas y tradiciones.
– Ser capaz de adaptarse al cambio, de anticiparlo y de provocarlo cuando es necesario y positivo hacerlo, siempre con respeto por los demás.
– Ser capaz de formular y formularse preguntas relevantes y originales y también de generar respuestas válidas.
– Ser capaz de demostrar conciencia de sus limitaciones, capacidades y realizaciones así como de reconocerlas y valorarlas en los demás.
– Ser capaz de crear: como artista, como científico, como docente, como profesional o experto, como gestor universitario, como evaluador, etc.
– Ser capaz de evaluar: personas, situaciones, instituciones, programas, etc.