La grieta llamada septiembre

  • 29-09-2013

La muerte de Odlanier Mena tiene el riesgo de hacernos caer en el síndrome de su propio nombre, esto es entenderlo todo al revés: Odlanier en lugar de Reinaldo, víctima en lugar de asesino.

Enrabiados y divididos, terminamos este septiembre que recuerdan los 40 años del Golpe Militar. La “primavera histórica” que vivimos con la visita de los hechos que desencadenaron pero, sobre todo, que sucedieron a nuestro 11 de septiembre y sus 17 años, nos ha permitido comprender lo mucho que falta para terminar de padecerlos.

El gesto político del presidente Sebastián Piñera de cerrar el penal Cordillera es, acaso, la manifestación más contundente de un mandatario reciente por enfrentar una de las tantas heridas que impide una verdadera reconciliación. Los privilegios carcelarios que gozaban allí los diez ex militares condenados por atroces violaciones a los DDHH de tantos chilenos eran una afrenta diaria para una sociedad que aspira a ser democrática.

Dotado de una voluntad política que se ha hecho poco habitual en La Moneda en estas últimas décadas, en cuanto a despejar toda duda y de una vez que estos asesinos no merecen más consideraciones que otros reos sentenciados por delitos infinitamente menores, Piñera ha sido efectivo. Clarísimo al señalar que la decisión la tomó en consideración a tres principios básicos: igualdad ante la ley, seguridad de los internos y, normal y más eficiente funcionamiento de Gendarmería, sentó las bases y la lápida hasta para el mismísimo Punta Peuco. Porque bajo estos preceptos, la cárcel a la que han sido trasladados el ex general Manuel Contreras  y sus amigos tampoco los cumplen del todo.

Quizás sea cuestión de tiempo. Hasta que el reo y por poco tiempo más, ex general  Contreras, recobre la confianza y la soberbia habitual, como para decidir dar otra entrevista y con ella, vuelva a reírse de la justicia y de paso, de todos nosotros, para que tenga en definitiva el mismo tratamiento que cualquier reo rematado de nuestro país, es decir, ser llevado a una cárcel común y con ello, el principio de igualdad se cumplirá plenamente.

Es poco probable sí, que esta decisión la tome el actual presidente. Menos aún, con el panorama que le toca enfrentar después de la muerte de la Odlanier Mena. Con su deceso, han empezado a operar  las fuerzas centrípetas que caracterizan a la amplia  familia militar y a sus amistades políticas, que insisten en defender lo que el sabio paso del tiempo ha venido a establecer de manera prístina:  el terrorismo de Estado que imperó en este país durante 17 años. Son, por esto, días muy sensibles y en los que se requerirán de mucha claridad para no dejarse confundir por el atendible dolor que pueda sentir la familia del ex general Mena y el pasado que lo condena una y otra vez. Pues aunque se hubiese compartido con el ahora extinto general la opinión de que el  “Mamo Contreras” era un asesino y un traidor a la Patria, su propio historial no era para enorgullecerse, más aún cuando su testimonio sigue siendo esencial para esclarecer oprobiosas operaciones como el “retiro de televisores”, que estuvo bajo su mando.

La muerte de Odlanier Mena tiene el riesgo de hacernos caer en el síndrome de su propio nombre, esto es entenderlo todo al revés: Odlanier en lugar de Reinaldo, víctima en lugar de asesino.

Y para ello, basta conocer la lectura que hace la UDI en la voz de su presidente: “Los acontecimientos de los últimos días muestran que la legítima aspiración de verdad y justicia ha sido superada por la revancha, el oportunismo y la tergiversación de la historia”  y que “el perdón y la comprensión rige para algunos, mientras que para otros, los militares, solo se aplica el máximo rigor de la ley”. El mundo al revés. Como si ya se hubieran encontrado todos los cuerpos de los detenidos desaparecidos y la familia de cada una de las víctimas pudiera ahora darles una sepultura y con ella, un término al dolor lacerante de no saber qué pasó con tanto hijo o hija, esposo o esposa, madre o padre, hermana o hermano.

La conmemoración de los 40 años del Golpe Militar nos permitieron ingresar al otro lado del espejo y ver ese otro Chile que todavía sigue llorando a sus muertos y que exige nada más, pero nada menos que justicia.

Ahora que la televisión, principal alimento cultural de nuestra sociedad, se ha decidido a mostrar y decir lo que por tantos años ocultó o minimizó, ha obligado a quienes vivieron en la Dictadura, como niños, adolescentes o adultos, explicar a las nuevas generaciones su visión de ese Chile en blanco y negro. Y el resultado es claro: el amplio rechazo al Golpe Militar y a sus 17 años de muerte y dolor. Las cifras hablan por sí mismas. Quienes exhibían en 1988 sus chapitas del Sí a Pinochet, manifiestan hoy repugnancia por el Dictador. Cuesta aceptarlo, pero es un paso. Como que el primer presidente de derecha de nuestro país, termine con uno de los “enclaves cómplices de la Dictadura”. Sin embargo, son solo pasos. Eso no convierte a  su referente político en luchadores de los DDHH. Basta escucharlos para sentir cómo se abre la tierra bajo nuestros pies, dejando una enorme grieta que nos separa cada día más.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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