El descrédito de la política

  • 26-10-2013

El descrédito de la política es un fenómeno que, según estudios y encuestas, se ha extendido como la peste por Chile y el mundo en los últimos años. Políticos corruptos, malas administraciones, escándalos al descubierto, injusticias, privilegios de unos pocos, demagogia y otras pestilencias han alejado a la gente común del antes prestigioso arte de gobernar. De ahí que las campañas prometan cambiar, renovar las caras y la forma de hacer política, limpiar las prácticas y comenzar desde cero, si los ciudadanos les dan primero sus votos. Y hay algunos que de verdad son bien intencionados y honestos, pero es estadísticamente imposible que todas las candidaturas quieran y puedan cambiar un sistema político que precisamente las situó ahí.

Menos aún cuando vemos y escuchamos a miembros emblemáticos de partidos renegando de su militancia públicamente, pero participando de las decisiones de las cúpulas. Cuando las calles están plagadas de letreros de hijos de, de parientes de, prometiendo romper los privilegios de la política y abrir las puertas a la igualdad en el acceso a las oportunidades. Cuando en la franja de televisión vemos a ex gerentes del retail o a grandes accionistas jurando combatir las injusticias de las tarjetas de crédito. En las radios escuchamos a parlamentarios que van a su milésima reelección y se comprometen con el recambio en el Congreso. Llevamos meses oyendo a  gente que jura que hará lo que no hizo o lo que sabemos que jamás podrá hacer por sus compromisos o ideología.

Y es así como pretenden ganarse, sino la confianza, al menos los votos de las personas. Irónico. Pero como serán los que decidirán el futuro del país y el nuestro, esa ironía se vuelve preocupante.

Es, por decir lo menos, paradójico, que el desinterés en la política generado, entre otras cosas, por el mal nivel de quienes la ejecutan, haya dejado la puerta abierta a la falta de fiscalización ciudadana y permita que nos enfrentemos a situaciones que sólo se explican por vacíos legales, una alta dosis de falta de pudor, la poca memoria de las personas, pero especialmente por el sistema binominal, que finalmente obliga a los ciudadanos a votar por el candidato que el conglomerado le imponga, sea quién sea, sea cómo sea.

Es así como Pedro Velásquez se presenta a la reelección como diputado del Partido Regionalistas Independientes (PRI) aunque fue condenado por fraude al fisco y cesado en su cargo como alcalde, prohibiéndosele ejercer nuevamente como edil, no así como parlamentario, puesto en el que casi llega a la vicepresidencia de la Cámara con los votos de la Alianza, si no hubiera intervenido en su contra la comisión de Ética porque aún debía doscientos millones de pesos de su desfalco a la Municipalidad de Coquimbo.

También va a la reelección como diputada la UDI Claudia Nogueira por el Distrito 19. Quiere borrar con el codo el escándalo que se produjo cuando fue sorprendida robando, en connivencia con su marido, el ex alcalde de Recoleta Gonzalo Cornejo, en las mismas comunas donde ahora pide votos.

Y no deja de sorprender que Franco Parisi baraje la posibilidad de ser el Presidente de Chile cuando en tribunales acumulaba causas por cotizaciones previsionales adeudadas a profesores que dependían de su administración. Lo mismo Marcel Claude, quien también enfrenta un juicio por no cumplir obligaciones laborales con periodistas.

Y este es un simple repaso de quienes enfrentan procesos judiciales. Ni hablar de conductas reñidas con la ética, porque si estuvieran prohibidas las papeletas de votación quedarían casi vacías.

La ley no establece trabas, salvo no haber sido condenado a pena aflictiva, para ser candidato a un cargo de representación pública, lo que en pro del acceso democrático al poder parece ser una buena medida. Sin embargo, por el nivel de sus responsabilidades y atribuciones un o una  Presidente de la República o miembro del Poder Legislativo debe dar muestras de probidad y transparentar sus antecedentes al máximo antes de ejercer el cargo.  Sorpresas de conflictos de intereses también hemos tenido bastante.

Antiguamente, eran los partidos los que velaban por el prestigio de sus representantes, pero ahora, ante la ausencia de militantes, las exigencias parece que se han distendido.

Y es quizás el descrédito y la falta de interés ciudadano en la política la madre de todos los vicios, pues sin una ciudadanía presente y fiscalizadora la manga es ancha. Sin buenos elementos que quieran ser parte de la tarea de gobernar, quedan los que buscan provecho personal o temen perder la pega.

Terminamos votando por los menos malos, porque no hay más opciones. Terminamos haciendo vista gorda de situaciones inaceptables. Terminamos hastiados de la política, y los políticos truchos terminan haciendo lo que quieren. Al final, ellos ganan igual. No dejemos que desestimen nuestra inteligencia.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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