Elecciones para reír y llorar

  • 18-11-2013

No se trata precisamente de un “triunfo de la democracia” el proceso electoral del último domingo. No veo como podría constituir una victoria que más del 50 por cierto de los ciudadanos no haya concurrido a sufragar por ninguno de los 9 candidatos presidenciales, los centenares de postulantes al Parlamento y los miles de chilenos que postularon para convertirse en consejeros regionales. Tampoco no parece posible celebrar que se incremente el número de ciudadanos, pero cada día haya menos interés en elegir a sus representantes, como que en el mismo día de los comicios un destacado contingente de estudiantes secundarios y universitarios se tomó el comando de la candidata que ganó para manifestar su repudio a la elecciones, además de señalarle al país que los cambios hay que ganarlos “en las alamedas y no en La Moneda”.

No podemos festejar que varios candidatos que tuvieron una excelente votación individual y, a  veces, la primera mayoría en sus distritos y circunscripciones, finalmente no puedan convertirse en senadores y diputados  en función del injusto sistema binominal que rige para designa a los parlamentarios y que únicamente favorece a las dos listas más votadas, aunque al interior de éstas los desacuerdos sean contundentes.

Bochornoso, más bien, nos parece que, con el despliegue más intenso y millonario de propaganda callejera y mediática de toda nuestra mayoría electoral, más de la mitad del padrón electoral no se haya pronunciado y que un número indeterminado, pero sustantivo, de votos haya “jugado a ganador” apoyando a los candidatos con más publicidad e imagen pública. No en vano el candidato presidencial  que obtuvo el cuarto lugar con descaro nos advierte que en los próximos años se va a dedicar a juntar dinero para tener mejor rendimiento electoral en la próxima carrera hacia La Moneda. Es evidente que en los magros resultados de los candidatos menos votados pesó la irresponsable atomización de la izquierda pero, también, sus escuálidos recursos económicos  en relación a las dos candidatas del llamado duopolio político que competirán de nuevo en segunda vuelta.

No podemos hablar de una democracia saludable ante el lamentable desempeño de gran parte de los medios de comunicación que acotaron la elección a algunos candidatos, referentes y analistas, al tiempo de farandulizar la contienda, darle crédito a los pitonisos electorales y a encuestas irresponsables y financiadas por los candidatos más pudientes. Pocas veces antes pudimos apreciar periodistas televisivos y del espectáculo tan incompetentes en su ignorancia y sesgo, como los que se ocuparon de los programas estelares y los debates electorales.  Sí es como al término de la jornada, una de aquellos rostros de la pantalla seguía preguntándose ante el país como funcionaba realmente el sistema electoral, después de insistir en varias de sus intervenciones  que en ningún otro país de América Latina existía tanta transparencia y probidad a la hora de contar los votos. Poniendo, con ello,  en duda que en otros países con sufragio voluntario hubiera más interés que en Chile por ejercer los derechos cívicos.

Realmente parece un chiste que, después de tantos años, nuestro Servicio Electoral no tenga los instrumentos para controlar el gasto electoral, hacer cumplir la Ley que regula el desplazamiento de propaganda y, posteriormente, acreditar que las cuentas de partidos y candidatos puedan ser realmente auditados. Es público y notorio que algunas “cajas electorales” estuvieron muy bien aceitadas con los aportes privados anónimos y con aquella insólita facultad que en nuestro país tienen las empresas de destinar dinero a los candidatos con cargo a sus utilidades y, por supuesto, a sus impuestos.

De esta forma es que hemos asistido a una elección con un sistema de votación completamente atrabiliario, que todavía imprime los votos, los multiplica por rubro y los agranda colosalmente dependiendo del número de postulantes. Con una compleja maniobra, además,  para cerrar, sellar y registrar las papeletas que, en este caso, significó que en promedio los votantes tuvieran que disponer de más de 6 minutos para alcanzar su mesa y despedirse de sus presidentes y vocales. En la posibilidad, además, en este caso, de añadir leyendas al sufragio (como el de la justa demanda por una asamblea constituyente) que no anulan el voto, pero que en los comicios siguientes perfectamente pudieran  reinstalar la práctica del cohecho a boca de urna. Qué curioso que un “tan rico y moderno”  nos demuestre sus precariedades en relación a democracias que, desde hace rato,  practican el voto electrónico y procesos mucho más expeditos y confiables que el llevado recién a cabo.

Tampoco habla de una epifanía democrática el hecho de que los partidos políticos permanecieran tan sumergidos en la promoción de sus candidatos, que volvieran a inventar eufemismos publicitarios para esconder su verdadera identidad, pero que al momento de los escrutinios aparecieran centelleantes para atribuirse en triunfo de los candidatos ganadores.  No es extraño, por lo mismo, que las grandes “sorpresas electorales” estén justamente provocadas por el triunfo de los candidatos independientes, como los dos que doblaron en la Segunda Región, como el que quebró el binominalismo en Magallanes. Como la inmensa votación obtenida por dos de los ex dirigentes estudiantiles que compitieron bajo denominaciones políticas  recién reconocidas o todavía por consolidarse.

Y, para colmo, tendremos una segunda ronda presidencial,  en que toda la lógica indica que ahora (cuando quedan solo dos de los nueve originales) crecerá aún más la abstención y la que resulte finalmente favorecida deba que gobernar con una cifra de apoyo “de papel”, sin un franco y nítido respaldo popular.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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