¿Qué hará Bachelet en su nuevo gobierno, si se confirma en la segunda vuelta del 15 de diciembre el holgado triunfo que obtuvo anoche sobre su contendora Evelyn Matthei?
Desde luego, no contará en las dos ramas del Legislativo con la amplia ventaja que necesita para imponer las reformas estructurales que ofreció al país. Aunque suba mucho más de la mitad más uno en la presidencial, los resultados del Parlamento ya se cerraron sólo le quedará apelar a una eventual alta mayoría suya para imponer su programa. Lo previsible es que tenga que negociar con la derecha, poniendo a prueba sus condiciones de liderazgo más que de negociación y compromiso.
Si no es así, se confirmará que su victoria es un nuevo capítulo de la alternancia en la Moneda del duopolio y del cogobierno que se dio en el país desde antes del triunfo de Sebastián Piñera hace casi cuatro años.
Lo más probable es que la Alianza no se allane a algunas de las reformas que alienta la Nueva Mayoría. La movilización social se tomará, entonces, de nuevo las calles y exigirá las transformaciones. Para esto, la Presidenta Bachelet contará con el descrédito de los partidos políticos y de ambas coaliciones, aparte del que también sufren los tres poderes del Estado.
La ex Concertación, en efecto, volverá a gobernar, pero ya no bajo las condiciones con que logró imponerse Bachelet la vez anterior. Ella no era parte del establisment partidario y los dirigentes debieron rendirse ante su popularidad como ministra de Defensa, la que registraron todos los estudios de opinión y los informes de los medios. Una vez en palacio, ella debió rendirse a la presión de los partidos para nombrar jefes y miembros de carteras y a los técnicos como Andrés Velasco, que la conminaron a echar a andar el Transantiago, para no pagar más multas a las empresas privadas del nuevo sistema y a no cursar el 7% de los jubilados, para no deshacerse de recursos para el Presupuesto.
Aunque ahora necesite de los votos del Congreso Nacional, aquellos no tendrían que olvidar que regresaron al gobierno gracias a Bachelet y no al revés.
Está también la profunda pugna que se desatará en la derecha después del 15 de diciembre entre los que promueven reestructurar el sector y quienes no logran sacudirse de la pesada herencia pinochetista. Ambos fenómenos debilitarán la superestructura partidaria y reforzarán, sin duda, el creciente poder de la sociedad en varias materias, incluyendo una Asamblea Constituyente para hacer una nueva Carta Fundamental, y el reemplazo del sistema binominal. La renovación de la dirigencias atraviesa también las demandas ciudadanas, las que se sienten alentadas además por el escaso 56% de participación electoral que se registró el 17 de noviembre: 6 millones 100 mil de un padrón real de más de 12 millones de chilenos automáticamente habilitados para ejercer el derecho, pero no la obligación, de sufragar.
La carga viene pesada para un gobierno que no necesariamente requiere izquierdizarse para ganar la confianza de los estamentos sociales –los estudiantes, los primeros de ellos-, sino responder a un Chile que cambió y que tomó conciencia de la brecha de desigualdad existente a causa de un modelo de crecimiento que entró en crisis.