Señor Director,

De las candidaturas presidenciales que se enfrentan en el próximo balotaje, la de la Alianza ha descollado por su urgencia en demostrar, desde la derrota de la primera vuelta, una vocación desconocida y desesperada por el “centro”. Como consecuencia, luego del primer fracaso se optó, rápidamente, por rejuvenecer las caras del comando y por utilizar un lenguaje, ajeno e impensado hasta ahora en la derecha: la “diversidad”, la “inclusión”, las “injusticias” y los “abusos” comenzaron a ser términos recurrentes, pero tardíos, para alcanzar un “centro” cada vez más elusivo pero teóricamente promisorio en la caza de votos.

La dificultad para la Alianza, sin embargo, no es solo la de ubicar el “centro” sino identificarlo en el contexto de los fenómenos sociales y políticos que nos conmueven. Ante la imposibilidad intelectual de definirlo han inventado, sin explicarlos, un centro “social” y otro “político”, mientras que en una época pasada lo bautizaron “centro-centro”, en un afán geométrico que resolviera sus interrogantes. Quizás valga la pena recordar que alguna vez nos creímos el “centro” del Universo, sólo para ser defraudados por Copérnico: a esa ilusión se le suele llamar “principio de la mediocridad”.

En medio de la campaña presidencial, la aludida incapacidad de la derecha para alcanzar un objetivo imposible la inhibe para adoptar respuestas políticas coherentes. Así lo demostraron los acontecimientos del último septiembre, mes en el que la derecha vio cómo –confrontado con la historia-, el “centro” se esfumaba, causándole a la Alianza un daño irreparable. Confunden a la ciudadanía, además, cuando su candidata nos advierte que si viviéramos en condiciones misérrimas “también andaríamos encapuchados”, pero impulsa en el Congreso una ley que intenta criminalizarlos. Más recientemente, la inconsecuencia de la derecha nos hace dudar si la Biblia que lee su candidata es la misma del Papa Francisco o si es diferente a la del padre Felipe Berríos, ambos sin ninguna pretensión de buscar el “centro” ni con sus dichos ni con sus acciones. Su visión unidireccional de la política ha hecho, de este modo, que la campaña de la Alianza no encuentre otra estrategia para ganar el “centro” que adoptar las propuestas y el lenguaje de sus contendores, quizás con el convencimiento íntimo que, en la derrota, nadie les cobrará la palabra.

Hace más de sesenta años una figura señera en la ciencia política, Maurice Duverger, advirtió sobre el peligro de concebir la política en términos maniqueos y abstractos. El destino del “centro”, concebido en estos términos, “es ser separado, sacudido, aniquilado. El sueño del centro –manifestó-, es el de realizar la síntesis de aspiraciones contradictorias: pero la síntesis no es más que un poder del espíritu. La acción es una selección, y la política es acción”.

Hernán Ampuero Villagrán