Emoción y reflexión

  • 23-12-2013

La Universidad Central nos hizo un inesperado regalo el viernes 20 de diciembre. Un reconocimiento a los periodistas que ejercimos la profesión bajo la dictadura militar y que hicimos de la defensa de la la libertad de expresión nuestra razón de ser profesional. Un emotivo momento para reencontrarnos después de muchos años con colegas con quienes compartimos tantas viscicitudes y para recordar íntimamente a los que aquel ejercicio les costó sus preciosas vidas; también para añorar a los que ya no nos acompañan en este caminar por la vida y echar de menos a los que no pudieron llegar por razones de distancia. Tampoco estaban allí todos los que lucharon desde un diario, una revista o una emisora de radio, muchos con méritos sin duda superiores a los de uno y que sufrieran cárcel, atentados, persecusión, relegaciones, amenazas, exilios, sólo por atreverse a contar la verdad de lo que acontecía en el país.

Pero la jornada organizada por la Federación de Estudiantes de la U. Central y apoyada entusiastamente por Juanita Rojas, decana de Comunicaciones de esa casa de estudios, fue sobre todo un momento para reflexionar acerca del rol que los periodistas jugamos frente a la barbarie que asoló a Chile por casi dos décadas. Y para felicitarnos porque sean los jóvenes de hoy, los futuros periodistas, quienes tengan este tipo de inquietud. No todo está perdido. Felipe Pozo, mi colega con quien comparto micrófono a diario en el noticiero vespertino de Radio Universidad de Chile afirmó, al ser invitado a hablar en nombre de los presentes, que los periodistas, reporteros gráficos y comunicadores sociales de los medios opuestos a la dictadura hicimos lo que nos correspondía hacer al tocarnos estar en medios opuestos a la dictadura en aquellos momentos de zozobra. Sin duda que sí. Sin embargo, me parece que también nos asistía la voluntad política de querer ser “la voz de los sin voz”, como rezaba el lema de Radio Chilena, desde la que tuve el privilegio personal de participar en esa importante etapa de nuestra historia reciente.

Asumimos nuestras tareas cotidianas con un compromiso sin alardes, pero sí con una elevada conciencia acerca de lo que estaba en juego. Había miedo, ¡cómo no!, pero también existía la certeza de un deber ineludible con los demás, con Chile. Nos movía nuestra propia dignidad y la de nuestros hijos y nietos, pero también la de los hijos y los nietos de todas y todos los chilenos.

Nos impulsaba un futuro en el que pudiéramos mirarnos a los ojos.

Nos impulsaba un futuro en el que pudiéramos mirarnos a los ojos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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