Santiago sumido bajo el humo de los incendios estivales. La capital de Chile bajo una humareda que la llevó a niveles críticos de contaminación, habituales en el invierno, pero no en la temporada en que el viento permite ventilar el gran valle central. Corrientes de aire que en época de lluvia se añoran para desplazar la contaminación provocada por el sector productivo y el transporte, cuyas consecuencias se agudizan con la inversión térmica. Oxígeno que el fin de semana fue el detonante explosivo junto a los pastos resecos producto de la sequía, las quemas agrícolas y las altas temperaturas… combinación infernal que hizo arder en unos días más hectáreas que durante todo el año pasado dejando a Santiago bajo una capa de humo que hacía su aire, prácticamente, irrespirable.
Es la naturaleza, a secas, la que pareciera haber aprendido de las prácticas habituales en estas latitudes y, cansada de tanto eufemismo, decidió hacer lo que a diario ejercitamos en el país de las cortinas de humo.
Cuando los sucesos críticos de contaminación ambiental tienen a la población de la Región Metropolitana y de otras ciudades de nuestro país sometidas a respirar cierto aire o a beber cierta agua que pone en riesgo su salud, son los tecnócratas quienes despliegan sus dotes de pirotecnia verbal confundiéndolo todo. La ciudadanía queda bajo una gruesa capa de incredulidad y escepticismo. ¿Cómo entender que a pesar de que Santiago no cuenta con la capacidad vial para seguir recibiendo automóviles su parque automotriz siga creciendo en razón de medio millón de autos cada año? ¿Cómo se explica que el transporte público siga siendo considerado como “una carga para el Estado”, cuando es el que permite que su gente se movilice, justamente, para llegar a sus trabajos y lugares de estudio y así hacer crecer al país?
Entonces los expertos en las máquinas de confundirlo todo llaman la atención y, como los magos, cautivan la mirada de la audiencia para dirigirla hacia una mano, mientras con la otra consuman la trampa haciendo creer que el mal aire es inevitable, una suerte de plaga egipcia junto al Transantiago que debemos soportar de manera estoica. Y de paso, que se sigan enriqueciendo a costa de la salud de los chilenos quienes engrosan el parque automotriz, los empresarios inconscientes que no reducen sus emisiones y las farmacéuticas coludiéndose en la venta de los remedios para paliar las enfermedades producto de todo lo anterior, entre otras áreas de la economía que se soban las manos en el país de las cortinas de humo.
Los prestidigitadores de la palabra publicitan en los medios de comunicación que se hará una inédita consulta al pueblo rapanui respecto del uso de mil hectáreas que pertenecen al Fisco. Se vocifera que se hace cumpliendo el Convenio 169 de la OIT, como si esto fuese una práctica habitual, cuando los pueblos del norte y sur de nuestro país son prácticamente ignorados por el Estado a la hora de instalar faenas mineras, termoeléctricas o empresas productivas que vienen a cambiar la fisonomía natural y de recursos de su zona de manera definitiva.
Cuando el ministro del Interior saliente, uno de los maestros en la producción de humo en las últimas décadas, pone la mirada de la audiencia en la falta de justicia respecto del asesinato del matrimonio Luchsinger, dejando una gran humareda sobre la justicia para el pueblo mapuche y quienes hoy son sus mártires. Hasta el mismo Presidente de la República hace su despliegue de hollín diciendo que “el terrorismo y la delincuencia no van a prevalecer en la Araucanía”, sindicando y criminalizando una vez más a este pueblo en lo que es un conflicto intercultural y no un “conflicto mapuche”, como majaderamente se ha instalado. Para qué decir de la denominada “Ley Monsanto” que pasa por un momento clave de su votación en el Congreso y que deja a estas mismas etnias originarias en una situación de práctica delincuencial cuando hacen uso de las semillas que han venido sembrando por cientos de años. La Ley de Obtentores Vegetales cuenta con poderosísimos generadores de humo que estarían logrando lo impensable, como que la industria patente semillas ancestrales pero nunca antes comercializadas, como nuevas y de esta manera hacerlas suyas y, por supuesto, cobrar por su uso.
Cuando Santiago está bajo la capa de smog invernal, las autoridades piden a los cielos que se generen más corrientes de aire. Y el cielo se los cumplió, con fuertes vientos que, sin embargo, llegaron en pleno verano y han venido a oxigenar los focos de fuego desatando la incendiadera. No vaya a ser que después de tanta promesa electoral, el pueblo se las tome en serio y oxigene la enrarecida atmósfera política exigiendo lo prometido.