Crisis de la derecha y efecto en cadena

  • 14-01-2014

Aunque el propio Piñera había adelantado una “noche de cuchillos largos” frente al adverso resultado de las presidenciales y parlamentarias para la Alianza, asistimos a más que una cobrada de cuentas en el sector. Lo que está en juego, incluso más allá de las movidas estratégicas para instalar los nombres que se ubicarán en la papeleta del 2017, es un posible cambio en el sistema de partidos chileno y la ubicación de éstos en el eje ideológico.

A ello contribuyen, por una parte, los pasos hacia una reforma al sistema binominal que podría incentivar la aparición de nuevos partidos volviendo al multipartidismo tradicional del sistema chileno y abandonando, paulatinamente, la obligación de conformar dos bloques al que fuerza el actual sistema electoral.

La renuncia de los parlamentarios Karla Rubilar, Joaquín Godoy y Pedro Browne a Renovación Nacional -luego del éxodo de otros dirigentes como Horvath y la decisión de Piñera de no volver a militar en el partido luego del fin de su periodo de gobierno-, apunta, justamente, a formar una plataforma para la centro derecha liberal.

Y por otra parte, como en un efecto en cadena, los partidos se están viendo obligados a moverse hacia el progresismo. El primer indicio fue el llamado “giro a la izquierda” de la hoy Nueva Mayoría, que supo leer las señales de un nuevo ciclo político inaugurado por el movimiento estudiantil el 2011 y que transformó la matriz sociopolítica imperante durante la transición, en que la construcción de ciudadanía se ejercía desde el Estado y hoy se construye desde la base social.

La paulatina superación del “eje histórico” conformado por el PS y la DC durante la transición, que fue entendido por sus defensores como base de gobernabilidad de la otrora Concertación, y la conformación del bloque PS-PPD en la nueva Cámara de Diputados, junto a la incorporación del Partido Comunista a la hoy Nueva Mayoría, cambian la correlación de fuerzas al interior del conglomerado. Cuestión que preocupa a la DC, que teme verse aislada en este nuevo escenario.

Así como en RN la mayoría es conservadora y los liberales, los menos (según lo reconocieron los renunciados diputados); en la Democracia Cristiana la proporción pareciera ser inversa entre el conservadurismo y el progresismo. Entonces, con estos movimientos que más de alguno considera una posible vuelta a los históricos tres tercios, si en la tienda de Antonio Varas los que van de salida son la minoría (los liberales), en la de la flecha roja los que eventualmente podrían separar filas para buscar nuevas alianzas con el conservadurismo (como lo sueña desde hace años Carlos Larraín y ahora Cristián Monckeberg) son quienes podrían terminar separándose del programa de gobierno de la Nueva Mayoría.

La próxima presidencia de la Cámara de Diputados del decé Aldo Cornejo, conocidamente bacheletista y disidente a la gestión del conservador Ignacio Walker, podría sumarse a la de la senadora Isabel Allende en el Senado, lo que pondría a dos mujeres socialistas como la primera y la segunda autoridad más importante del país.

Este cambio en la forma de relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil generado por las movilizaciones sociales y que ha iniciado una nueva etapa de profundización democrática, está obligando a los partidos a reubicar su espacio en los ejes izquierda-derecha y liberal-conservador. O, por lo menos, a intentar acercarse a una agenda progresista que incluso obligó al gobierno de centro-derecha saliente a “gobernar con ideas que no le eran propias”, según dichos del “coronel” Novoa.

Piñera creó nuevos ministerios, hizo una reforma tributaria, impulsó un rol regulador del Estado frente a los abusos empresariales, cerró una cárcel especial para militares, todas medidas más cercanas al ideario de la Concertación que de la Alianza. La hegemonía cultural la ganaba la izquierda, paradojalmente, en un gobierno de derecha. Piñera lo entendió así y se obsesionó con desligarse de la “Vieja Derecha” y de su pasado golpista con la conmemoración de los 40 años del golpe militar, momento desde el cual su popularidad comenzó a subir y llegó al 45% en la última Adimark, su mejor posición en el período de gobierno.

A partir del despertar de la sociedad civil -que por 20 años la habilidad política de la Concertación había logrado postergar-, las preocupaciones ciudadanas se comienzan a ubicar en el cuadrante superior izquierdo (izquierda en lo político y económico, y liberal en cuanto a derechos civiles), del cruce de estas dos rectas donde el eje tradicional izquierda-derecha se ubica verticalmente y el eje liberal-conservador, de manera horizontal. Dejando al cuadrante conservador-derecha cada vez más despoblado (y a la UDI cada vez más aislada).

La derecha había perdido la batalla cultural, o tal vez nunca la había conquistado. Recordemos que las reformas estructurales que impulsaron el modelo económico de libre mercado fueron impuestas en dictadura, al igual que la Constitución política y sus cerrojos que nos penan hasta hoy. No fue una elección libre del ideario político y económico del país.

Si la derecha ganó la presidencia de la República en el 2010 fue con “votos prestados”, con un candidato más cercano ideológicamente a la DC que al partido que era su socio de coalición, la UDI, y apostando a la alternancia en el poder como castigo a la Concertación. Porque sociológicamente Chile es de centro-izquierda y en este nuevo ciclo político la ciudadanía incluso inclina la balanza más a la izquierda aún.

La apuesta de los diputados Rubilar, Godoy y Browne con la creación de un partido político (Amplitud); la de Evópolis; la de Piñera, Lily Pérez y actuales ministros con la potencial “Renovación Liberal”; y otros movimientos como los liberales, es conquistar el centro político. Sin embargo, este reordenamiento de la derecha no pareciera estar atrayendo votos de otros sectores que no sean de la propia Alianza; de hecho los gestores de Amplitud pretenden constituirse en el tercer partido de esa misma coalición. En definitiva, más que potenciales nuevos electores, hasta ahora se trata de un trasvasije de un partido a otro dentro del mismo pacto.

Que “el modelo de la derecha ochentera está agotado, su estructura debilitada y su conexión con la gente extraviada” no lo afirma ningún personero de algún partido de izquierda. Es el texto socializado entre los militantes de RN por Cristián Monckeberg, en el que analiza el “fracaso rotundo” del partido en las elecciones y busca proyectarse en una mesa que reemplace al desde 2006 presidente Carlos Larraín. Busca recuperar el millón y medio de “votos perdidos” (que, como ya dijimos, en realidad eran “prestados”) y frenar el éxodo (mismo objetivo que persigue Andrés Allamand al proponer cambios en el estatuto partidario quitando las referencias favorables al golpe de Estado) al que podrían sumarse el senador Alberto Espina y los diputados Nicolás Monckeberg y Marcela Sabat, que se declaran en periodo de reflexión, tal como la senadora Lily Pérez.

Aunque resulte paradojal, no ha sido el partido de la candidata presidencial derrotada y que perdió 22 diputados en la última parlamentaria –la UDI-, el que se está desangrando (su estilo críptico y disciplinado no se lo permitiría, al menos no de forma pública). Sin embargo, hasta a los gremialistas les está salpicando el movimiento del sistema de partidos y su actual presidente Melero intentó frenar la caída libre al aislamiento del gremialismo sosteniendo que “el matrimonio homosexual y subir o bajar los impuestos no son temas de principios”.

Por su parte, Ernesto Silva, se proyecta como un rostro para la renovación generacional de la UDI, aspiración que manifestó la propia ex presidenciable Evelyn Matthei, quien hizo un llamado a “pasar la posta a las nuevas generaciones”. Habrá que ver si al diputado le pesa más ser ahijado político de Jovino Novoa o si avanza en sintonizarse con el interés ciudadano (haber hablado de “dictadura” en una entrevista televisiva podría ser una señal), cuestión que hoy no consigue a pesar de que la UDI sigue siendo la bancada más poderosa gracias al sistema binominal y a las ventajas comparativas que tienen los incumbentes para ser reelectos.

El reciente Consejo Directivo Ampliado de la UDI fue ocasión de autocrítica y de reconocimiento del déficit político del gobierno, como causa de la derrota electoral. Si bien el líder histórico Pablo Longueira planteó que la UDI debe asumir que la sociedad chilena cambió, que el partido no debe dar instrucciones en materias que son valóricas y apostó por la renovación generacional, advirtió que los coroneles “no daremos un cheque en blanco a los jóvenes para destruir algo que nos costó mucho sacrificio a muchos”.

A diferencia del cónclave de la UDI que fue a puertas cerradas, el Consejo de Renovación Nacional seguramente dará más pistas sobre el futuro de la derecha chilena, que más que perder una elección presidencial y parlamentaria siendo gobierno, perdió la batalla por la hegemonía cultural y se quedó sin proyecto que ofrecer a la ciudadanía.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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