En la exclusiva cumbre de Davos, Suiza, que congrega a políticos y unas mil multinacionales con un volumen de negocios equivalente a casi la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos, la creciente desigualdad fue identificada como una de las principales amenazas para la economía global. Un informe de la organización humanitaria Oxfam aportó una comparación escalofriante: las 85 personas más ricas del planeta ganan lo mismo que los 3.500 millones más pobres.
El dato no pasó desapercibido entre los ricos de Davos, quien de manera sorprendente y quizás alentadora, reconocieron la desigualdad, como el gran problema del mundo actual.
Cabe preguntarse si hay acuerdo en este punto ¿por qué no se ha hecho nada para solucionarlo?
Según el informe, las elites más ricas han “secuestrado” el poder político y establecen las reglas económicas para su beneficio, lo que se traduce en políticas tributarias injustas y prácticas corruptas.
Pero Oxfam cree que la alarmante desigualdad se puede revertir si se evita utilizar los paraísos fiscales para evadir impuestos, si hay una mayor regulación de los mercados, si se respaldan los impuestos progresivos sobre la riqueza y si las empresas pagan salarios dignos a sus trabajadores, entre otros.
Reiteramos entonces la pregunta ¡¿Por qué no se ha hecho nada para solucionarlo?!
Quizás porque la única entidad que puede reducir la desigualdad a nivel nacional es el Estado. Y para hacerlo necesita recursos con los que financiar inversiones en salud, educación o seguridad social. Y acá, se acaban las coincidencias con Davos y las multinacionales reunidas en Suiza. La globalización financiera, la desregulación y la capacidad de mover la producción de un país a otro posee el poder para torcer el brazo de los gobiernos y nadie está dispuesto a ceder ese dominio.
Es probable que en Davos, se sigan lamentando por la desigualdad mundial, desde los elegantes salones y las aplaudidas conferencias.