A dieciséis días de iniciado su segundo mandato en la Moneda, Michelle Bachelet ha planteado dos cuestiones entrecruzadas: si podrá cumplir el programa de transformaciones en un país que se lo demanda y si tendrá el liderazgo necesario para acometerlo.
Para lo primero, ha dado señales que la asocian con su antecesor socialista, Salvador Allende, para quien gobernar era “cumplir” e incluso con el primer mandatario del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, para el que gobernar era “educar”, ya que el eje de las transformaciones sociales pasa ahora por la educación universal, gratuita y de calidad. Implícitamente, esto significa que ahora “gobernar es cumplir y educar.”
La Presidenta ha dado diarias señales desde que entró al palacio de Toesca que se propone avanzar en el programa con toda la urgencia y los tiempos que, en forma realista, pueda hacerse. Sus ministros ya están reuniéndose o invitando a los actores relevantes de cada ámbito.
El manto de duda que se cernió sobre ella es más bien de liderazgo, si tiene las capacidades para dirigir en un complejo escenario cargado de expectativas. Las interrogantes surgieron con los diez (des) nombramientos que tuvo que hacer sobre la marcha de cuatro subsecretarios, cuatro gobernadores y dos seremis. Antes de eso emitió señales erráticas que la mantuvieron y sacaron brevemente de su política de secretismo y su estilo reservado. Dio su apoyo a la designada subsecretaria de Educación, para luego aceptar “su paso al costado”, al igual que la subsecretaria de Defensa, a quien no justificó ni siquiera por haberla tenido en la subsecretaría de Marina en su anterior período, y permitir de hecho que fuese el senador Girardi y no su propio vocero quien anunciara la renuncia de la gobernadora inscrita como indigente. Ésta pidió ante los medios que se comprendiera que no pudo corregir aquella situación, porque la plataforma social no se lo permitió.
Las miradas inquisidoras se dirigieron tanto al ministro Peñailillo como a su subsecretario Aleuy, por “falta de prolijidad” en sus consejos a la Mandataria y también a los partidos de la Nueva Mayoría, que reclamaban entre ellos porque se habían deshecho los paquetes de nombres propuestos a la Presidenta.
En una escalada piramidal, la jefa de Estado se vio confrontada a la necesidad de hacer cerca de un millar de designaciones de confianza política.
¿Qué líder en el mundo es capaz de escrutar tantos nombres? Por mucho que en Chile prime un presidencialismo excesivo, nadie puede esperar tanto avispamiento, para eso están las personas de confianza del Primer Mandatario y es en este sentido que cabe mirar al ministro y el subsecretario del Interior.
En EE.UU. también hay una concentración en la figura del Presidente, que a la vez, es Jefe de la Nación y del Gobierno Federal, pero los sensores y controles se han aceitado y probado tanto en las últimas décadas que es menos probable que los aspirantes a un alto puesto puedan meter goles.
¿Y separar ambas funciones en un régimen semipresidencial como el francés? La iniciativa siempre ha rondado en la cabeza de los estudiosos, pero la reciente fallida propuesta de la Democracia Cristiana y Renovación Nacional prueba que es difícil un cambio cultural tan arraigado institucionalmente.
Lo que vendrá es todo un enigma. Si Michelle Bachelet podrá concretar en el día a día legislativo y político el ascendiente individual que la llevó de vuelta al mando supremo, cómo controlará a los díscolos y francotiradores que disparan desde sus mismas trincheras y cómo se articulará con una oposición fáctica y partidaria debilitada, y una ciudadanía inéditamente alerta.