La evidencia está en cualquier sector de Chile. Cada vez son más numerosos los adultos mayores que pululan por nuestras calles. Ya sean completamente autovalentes o no, muestran claramente que la población chilena envejece. Y, como ocurre en todo el mundo desarrollado y en algunos países en desarrollo, son la cara de una sociedad que exhibe problemas nuevos, aunque quienes la muestran sean, por el contrario, exponentes de un tiempo ya ido.
La creación del Ministerio de la Mujer demuestra que Chile es capaz de reaccionar frente a demandas actualizadas. Aunque, también es conveniente decirlo, lo hizo con cierta lentitud y cuando la situación de la mujer en un mundo que le impone nuevas exigencias, ya se hace insostenible. Es una realidad que llama a reflexionar y a tratar de no cometer los mismos errores al enfrentar este otro escenario que ya está más que claro. Sin embargo, entre los chilenos los adultos mayores, en el mejor de los casos, siguen siendo los “abuelitos” a los que hay que tratar como minusválidos. Como si la edad los hubiera transformado en seres distintos, que dejaron de tener la complejidad de necesidades que caracterizan a todo ser humano.
Es evidente que esta nueva realidad impone una preocupación en que el Estado jugará el papel fundamental, si no se quiere que la ancianidad se transforme en otro rubro expoliado por el lucro. Y hay que tomar en cuenta que Chile ya se encuentra muy cerca de lo que ocurre en naciones desarrolladas, en cuanto a tasa de natalidad. Según cifras del Banco Mundial, en 2012 mostraba una tasa de 1,85 hijos por mujer en edad fértil. La esperanza de vida era de 79,02 años, según la misma fuente. De acuerdo a datos de la OCDE, Suiza y Japón encabezaban la lista en cuanto a longevidad media, con 82,8 y 82,7 años, respectivamente. Respecto a la tasa de natalidad, Japón e Italia presentan los casos más preocupantes, con índices totales de fertilidad de 1,1 y 1,5, que se encuentran muy por debajo del nivel de reemplazo, que es de 2,2 hijos por mujer. Con tales índices, se calcula que en 2060 la población de Japón podría llegar a los 80 millones de personas. En la actualidad alcanza a 127.463.611 individuos.
Desde la mirada económica, esta situación presenta graves peligros. La mano de obra disminuirá considerablemente y los costos de la previsión deberán ser pagados por menos trabajadores activos, sin mencionar que tendría que aumentar considerablemente el número de inmigrantes. Aparte de que los gastos en salud se incrementarán de manera significativa.
Pero hay otro punto de vista que es tanto o más inquietante. Estamos adentrándonos en una realidad que Fukuyama no duda en llamar Posthumana. Se espera que la biotecnología siga avanzando de la manera vertiginosa en que lo ha hecho hasta ahora. Por lo tanto, los científicos serán capaces de incidir cada vez más en las características de sus congéneres por venir. Y la ciencia médica continuará prolongando la vida hasta un límite que hoy parece difuso. Mientras estos avances sean abordados sólo con un criterio de lucro, la calidad de vida de los adultos mayores no mejorará. Aumentarán los costos, pero no la calidad de los servicios que se les entreguen.
Las condiciones que impone la sociedad actual hacen que los viejos sean derivados hacia lugares especiales a pasar sus últimos días. La lejanía de la familia ya es un factor esencial para la calidad de vida. Pero lo impersonal y estandarizado del trato hace que el último período de estas existencias esté marcado por la tristeza.
Caminamos hacia un mundo de ancianos. Se calcula que pasada la medianía del siglo, nuestra sociedad podría estar bordeando el promedio de los 40 años. Ello implicaría que un porcentaje importante de la población estaría sobre los 65 años de edad. Seguramente, se buscarán soluciones similares a las que ya aplican algunos países desarrollados. La edad de jubilación se ha prolongado. Pero la reinserción de los adultos mayores en el campo laboral no debiera ser menoscabada por el factor erario, como lo es hoy entre nosotros. Para lograr tal objetivo sería menester que se desarrollaran cursos especiales para la reeducación digital, por ejemplo. Una actividad que si bien ya se ha generado en Chile, debiera tener una cobertura mucho mayor y con tratos económicos especiales. Aparte de preparar programas de disfrute que hagan posible una vida grata en la etapa que debiera ser de descanso y que sean mucho más amplios que los desarrollados por algunas municipalidades.
Tal vez los adultos mayores sean el hito que permita a los chilenos fijarnos nuevamente en el carácter humano de la vida. Volver a los valores y dejar de lado la visión de una sociedad que transforma a las personas en consumidores y, a los ancianos, en desechos cuya vida útil ha terminado antes de la muerte.