La prueba PISA y el traje nuevo del innovador


Martes 8 de abril 2014 22:19 hrs.


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Señor Director:

Vivimos en una sociedad de ADN conformista, con padres sobreprotectores e hijos que aspiran a quedarse en casa hasta los 30 años. Esto determina que gran parte del “futuro de Chile” experimente una bajísima presión por desarrollar aptitudes de supervivencia y mínimos incentivos para fomentar la independencia y la autonomía. En este contexto, no debería sorprender que nuestros niños y jóvenes no exhiban la habilidad de “Resolución creativa de problemas y habilidades de los alumnos para enfrentar problemas de la vida real”, medida por la prueba PISA y que situó a nuestro país en el lugar 36 de 44 países.

Ningún modelo educativo ni ninguna política de Estado se ha hecho cargo de esta realidad.

La educación secundaria prepara para la PSU, pero no da herramientas para pensar por sí mismo. Sucede entonces que una prueba estandarizada, enfocada en habilidades analíticas y capacidad de retención, introduce un filtro que perjudica a cientos de estudiantes con otras inteligencias que deben buscar su propio camino al nirvana profesional.

Como “las mentes creativas son capaces de sobrevivir a cualquier mal entrenamiento”, ciertos estudiantes con mentalidad proactiva llegan a la educación terciara, transformándose en el principal activo de esas universidades que adoptaron la innovación como “diferenciador”. La estrategia es establecer convenios con otras universidades reconocidas y cursos transversales (de liderazgo, trabajo en equipo o emprendimiento), para alardear con la inserción del sello innovador.

El crimen perfecto se está fraguando en este mismo momento, con futuras reformas educativas que apuntarán a cualquier cosa menos a prepararnos para atacar los dos más grandes problemas de nuestro ecosistema profesional: somos uno de los países más trabajólicos e improductivos de todo el mundo.

Este es el meollo del asunto. La actual estrategia de fomento de la innovación ha puesto la “carreta delante de los bueyes” y olvidado los dos componentes más importantes de la fórmula:

La creatividad está primero: No bastará con innovadores natos, apoyados por un ecosistema elitista. Necesitamos que las universidades hagan un genuino esfuerzo en orden a instalar una cultura orientada a desarrollar el potencial creativo individual y grupal de toda la comunidad estudiantil. Hasta ahora el entrenamiento del “músculo creativo” en las universidades, va desde el menosprecio hasta el olvido, pasando por la subvaloración en todos sus aspectos. La creatividad dejó de ser genialidad solitaria, aislada y ocasional. Las empresas de vanguardia la definen como “fruto de una buena interacción” y habilitan a todos sus empleados en protocolos que aumentan la productividad y calidad de los “gamestormings”.

Los valores y la cultura laboral están en la base: No insista con el control de gestión. Debemos pasar de la gestión de las personas, hacia la gestión del trabajo. En este camino, el concepto de “respeto por las personas” del modelo Toyota y la búsqueda de “maestría, autonomía y propósito” al estilo de Dan Pink, son la clave para entender el círculo virtuoso de profesionales capaces de trabajar en equipo en la búsqueda de valor agregado para el cliente, por sobre la práctica de “pasar la pelota” y “sacar la vuelta”.

Pasemos de la forma al fondo. De nada nos servirá la gratuidad o la equidad, si lo único que hará por nuestros estudiantes es democratizar el acceso a una educación irrelevante, que no apunta al crecimiento personal y profesional, desde una perspectiva valórica y evolutiva.
Carlos Núñez Sandoval
Director (I)
Escuela de Publicidad
Universidad Central de Chile

 

 

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