Señor director:
A propósito de lo ocurrido en el norte de Chile, cuando se trata de catástrofes siempre nos situamos en los extremos. En el caso del mar, si bien alberga en sus profundidades seres maravillosos como corales, peces y otros no menos importantes, éste también puede transformarse en un agresor con los humanos.
Para ello, basta ver cómo la gente se instala en zonas no adecuadas y peligrosas, siendo el ejemplo más claro el borde costero.
Entender el paisaje y cómo debemos habitarlo correctamente depende de nosotros, ya que como país tenemos la oportunidad de aplicar nuevas miradas con visiones holísticas, que nos permitan habitar el territorio de manera armónica, sin que ello signifique detener el progreso o el crecimiento económico, dosificándolo con bienestar para las personas y las especies. Un bienestar traducido en una mejor calidad de vida y ambiental.
Un país sísmico y con actividad volcánica constante, no sólo debe mejorar las normas de construcción, sino también las de habitabilidad. Es fundamental entonces, el trabajo de los arquitectos, ingenieros y constructores con los arquitectos del paisaje y ecólogos paisajistas, cuyo principal aporte es entender que las ciudades y entornos deben tener una escala ambiental, la fuerza móvil del mar sobre la fuerza inmóvil de la tierra, el choque de las placas y el desastre inminente. Por ejemplo, se podrían ampliar las zonas de costa con áreas de buffer, donde en vez de instalar edificios o viviendas cerca de la playa, se ponga vegetación o bosques para amortiguar los efectos de un tsunami. Para norte se pueden usar cactáceas, chañares, algarrobos, acacias y coníferas como pinus, cedrus y cipreses, mientras que en la zona centro, mistos y algunos nothofagus, que sobreviven a la salinidad y al clima marítimo.
Hacer un esfuerzo como este, nos ayudaría a tener un país donde el habitar sea un agrado y no una constante frustración.
Jadille Mussa C.
Directora
Escuela de Arquitectura del Paisaje
Universidad Central de Chile
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