Eso de que algo sea caro o barato depende mucho de la cantidad de dinero que se tenga en el bolsillo. De manera que lo que nos puede haber parecido muy oneroso hace un tiempo atrás, de pronto, parece muy económico y conveniente debido a que contamos con el dinero para costearlo. Hay una historia que los árabes les cuentan a sus hijos, justamente, haciéndoles entender estos conceptos tan propios de una cultura que por cientos de años ha hecho del comercio su forma de vida.
Para los chilenos, en cambio, deberán pasar unos cientos de años más para que comprendamos que lo que se nos presenta como “barato” no siempre lo es.
Así, ciertos colonizadores del sur de Chile, le cambiaban al mapuche un chuico de vino por un trozo de tierra. Y si al originario le parecía poco, pues le corrían el cerco no más. Y si éste alegaba, pues lo mataban. Es que no se pagaba un costo por asesinar a uno de ellos. Era, incluso, más económico. La misma lógica utilizaron los capitales ingleses mientras explotaban los recursos naturales bolivianos en el siglo XIX. Fue más barato azuzar una guerra entre chilenos, peruanos y bolivianos antes que pagar más impuestos, como lo estaba exigiendo el gobierno de Bolivia. Para ello, hubo que ayudar a los primeros, y así seguir explotando el mineral a un “costo razonable” para ingleses, precio vil para los chilenos más enterados de lo que significaba la ecuación.
En 1907, los más de 3 mil mineros asesinados juntos a sus familias en la Escuela Santa María de Iquique también permitió una salida más económica. El problema podía resultar, a la postre, muy caro, si seguían los pampinos con eso de que no querían más fichas como pago de un jornal.
Casi setenta años más tarde, Estados Unidos costeó un Golpe de Estado que tendría de nuevo más de tres mil víctimas fatales, además millares de torturados… Un costo marginal para lo que significaba perder el control de esta área del mundo al guardián universal.
De modo que, cuando decimos que Chile ya tiene un PIB de 20 mil dólares per cápita estamos hablando de una cifra que puede ser mucho o poco. Es bastante, si pensamos que nos ha permitido ingresar al club de la OCDE y, de paso, codearnos con lo más granado de los países en franco desarrollo… aunque nuestros hijos, comparados con los del resto, estén en el penúltimo lugar de las pruebas de conocimientos. Esos 20 mil dólares equivalen a unos diez millones de pesos al año por cada chileno. Sin embargo, el 80 por ciento de los habitantes de este país, con suerte, ve un total de cuatro millones pasar por sus bolsillos para vivir durante un año… La pregunta es dónde fueron a dar los otros seis millones.
Cuando nos dicen que el Rally Dakar cuesta al Estado de Chile seis millones de dólares, hay quienes piensan que es una ganga. Porque según ellos, nos da prestigio. Seguramente, el mismo tipo de prestigio que significa estar en el club de los ricos, mientras se esconde al 80 por ciento de la población con sueldo de pobre. Dudoso prestigio y dudosa cuenta, cuando ni siquiera se considera la destrucción patrimonial que este circuito significa: sitios patrimoniales que no se recuperarán jamás y cuyo precio es del tipo que sus organizadores no conocen. Esto es invaluable.
De aquí que el Consejo de Monumentos Nacionales solicite al subsecretario de Deporte que desista de autorizar el paso de un nuevo Dakar por nuestras tierras parece algo más que razonable. Más aún cuando esos seis millones de dólares se requieren ya no para recuperar lo irrecuperable, como es la destrucción patrimonial, sino para asistir a las víctimas de un terremoto y de uno de los incendios más voraces de la historia de nuestro país. Perú ya lo hizo sabiamente. Atento, además, al tráfico de drogas que esta competencia involucra, cuando no se olvida que una tonelada y media de cocaína salió desde nuestras costas y llegó al Viejo Continente. Muy barato le tiene que haber costado a la red que logró transportar esa cantidad de droga pensando en lo mucho que le iba a redituar.
De modo que hay que irse con pies de plomo a la hora de hablar de dinero en Chile hoy, sea mucho o sea poco, o porque algo sea caro o barato, cuando hay quienes lo han perdido todo debido a la desgracia. Más aún, cuando es el mismo Estado el que se da el gustito de pagar millones de dólares en destructivas carreras o, peor, tener miles de millones de dólares en inversiones en el extranjero, mientras sus hijos en su suelo no tienen nada.