Desde que se redactara la Declaración de los Derechos Humanos y del Hombre, a fines de la Segunda Guerra Mundial, nos hemos venido jactando del estadio de civilización superior al que hemos llegado. Que nunca antes en la Historia de la humanidad el ser humano ha podido sentar una base tan sólida en la que se establecen aquellos derechos que deben ser respetados en cada uno de los individuos de nuestra especie que habitan este planeta. Pero lo que vemos a diario en las primeras décadas del siglo XXI, es como si ya nos hubiéramos hartado de todo esto. Como si fuese un cuento viejo, de una sociedad traumatizada por el genocidio nazi de sus abuelos.
Alemania es el paradigma , cuando en Baviera ni siquiera se puede publicar una nueva edición de Mi lucha de Adolf Hitler, como si al lector moderno, el solo contacto con sus páginas pudiera contagiarle el virus del nazismo. Curiosa enfermedad esta la de las ideas, cuando en estos días el hijo de inmigrantes turcos y nacionalizado alemán, Akif Pirincci, triunfa en el mercado editorial germano con un libro en el que ataca a las mujeres, a los homosexuales y también, increíble, a los mismos inmigrantes. La sociedad alemana, azotada por la culpa de la Segunda Guerra Mundial, tremendamente escrupulosa en su tratamiento con los DDHH a nivel de Estado, incuba en su interior, sin embargo, bacterias ideológicas que ya han sido inoculadas en el 15 por ciento de su población. Este es el porcentaje, según el Instituto de Investigación de la Migración de Berlín, que muestra un declarado odio hacia las minorías. No es de extrañar, por tanto, que el autor confiese que en su libro hay odio, rabia e indignación y, al mismo tiempo, se jacte, con total impudicia, de haber ganado más 300 mil euros en un libro que escribió en tres semanas y media. Pingüe negocio este el de denostar a otros seres humanos.
Pero no es para escandalizarse. Esa es la astilla en el ojo ajeno. Veamos la viga en el propio. Con toda ostentación, a través de nuestras pantallas, se está vapuleando a las personas. Una actitud que repugna a una teleaudiencia que activamente se pronuncia frente al Consejo Nacional de Televisión, CNTV. De las 802 denuncias ante el CNTV en lo que va del año, 573 corresponden a tres casos en particular. La mayoría de ellas se dirigieron contra la actriz Francisca Merino quien, en el programa SQP, de Chilevisión, tuvo la poca lucidez de repetir un insano comentario que salió en las redes sociales en contra de la cantante Anita Tijoux, esta vez con el clásico diminutivo chilensis, como si la ofensa de decirle a la alguien “carita de nana”, fuera menos ofensivo. El otro programa denunciado por “sensacionalismo en programas informativos”, también de Chilevisión, fue Primer Plano en el que un mago hizo predicciones en torno al terremoto del norte. Finalmente, el noticiario 24 horas de TVN fue denunciado porque un periodista hizo llorar a una niña en cámara sobre las cenizas de lo que antes fue su hogar.
En el baile de las máscaras, los verdaderos responsables de estos y muchos más excesos en las pantallas chilenas quedan ocultos. Cuando la desatinada actriz, el mago o el periodista son los que dan la cara y los que obtienen las ganancias menos cuantiosas de un negocio mucho mayor, montado por personas con nombre y apellido, que se sienta sobre la falta de respeto de otros seres humanos. Están los editores, y más allá los directores ejecutivos, todos responsables, cierto, pero esos son los que siguen dando la cara. Los “verdaderos encapuchados” son los grupos de interés, del interés que sea, que mantienen esta máquina que, como el autor turcoalemán, se jactan de obtener sumas siderales de la manera más rápida y efectiva: humillando a otros seres humanos. Para eso, disponemos aquí en Chile de organismos de fantasía, como un CNTV, que mediante multas pecuniarias risibles para los dividendos que obtienen permiten que siga montada esta gran maquinaria de la degradación. O una UNICEF, que solo puede poner cara de molestia, que a nadie hace mella, frente al trato que cada día reciben los niños en las pantallas de televisión…
Hay que ser honestos. No tienen ellos ni tenemos, como sociedad, la intención de que esto se detenga. Si así fuera, esas amonestaciones que el organismo público decreta serían susceptibles de rescindir los contratos de concesión por hacer mal uso de un bien público, como es una señal televisiva. Sin embargo, los derechos estipulados en esos contratos, en Chile, son superiores a los derechos más esenciales, como es la Declaración de los DDHH y los Derechos del Niño.