Los pecados de Sampaoli

Creo que Sampaoli dejó de ir a contracorriente y se obsesiono con el éxito. Ya no es más el luchador que sin importar el rumbo del viento se aferraba a sus convicciones y a su ideario. Parece que la rebeldía duró, como dijera Álvaro Obregón (el político mexicano), un cañonazo de cincuenta mil pesos. Claro, cuando esa cantidad era una verdadera fortuna.

Creo que Sampaoli dejó de ir a contracorriente y se obsesiono con el éxito. Ya no es más el luchador que sin importar el rumbo del viento se aferraba a sus convicciones y a su ideario. Parece que la rebeldía duró, como dijera Álvaro Obregón (el político mexicano), un cañonazo de cincuenta mil pesos. Claro, cuando esa cantidad era una verdadera fortuna.

“Hola, soy Jorge Sampaoli, cliente del Santander desde el 2011. Quiero contarles que Santander ha estado ligado a mí desde hace muchos años, presente en mi historia de vida. ¿Por qué? Porque compartimos muchas cosas. Siempre han estado ligados al deporte, y eso para mi es muy valioso. Pero, sobre todo, lo más importante: compartimos la pasión por las ideas. Yo pienso que no hay ideas pequeñas, solo sueños grandes. Cuando una idea te emociona, tienes que creer en ella. No la sueltes, no la dejes escapar. Y porque la lealtad, la honestidad, la transparencia son valores fundamentales para alcanzar lo que nos proponemos en la vida. Lo mejor que puedes hacer: elige una idea y ¡dale!”.

Esta es la campaña que el entrenador de la selección nacional, junto a este conocido banco, han venido promoviendo para llamar a los chilenos a depositar nuestros ahorros, sueños y esperanzas en la banca. No se nos olvida la perversión que eso implica, no olvidamos a los miles de compatriotas acorralados por las deudas y los pagos de los dividendos que merman la libertad de la gente y los obligan a pagar durante años por aquello que debiera ser un derecho garantizado.

Ver a Jorge Sampaoli montado en su BMW convertible y colgado de inmensos promocionales del banco resulta ofensivo e indignante.  Sobre todo porque en Chile ya somos muchos los que peleamos cotidianamente por un cambio de forma y fondo que acabe con las desigualdades aberrantes que nos separan y de la cual los bancos son grandes culpables.  Porque estamos cansados de la mediocridad de nuestro fútbol donde jugadores y entrenadores se rinden al sistema y aspiran con todas sus fuerzas a entrar en el circulo de los poderosos que los desprecian. Resulta más incomprensible que el mismo entrenador se presente como un seguidor de Marcelo Bielsa. Bastaría decir que es un simple imitador del método y que los valores que subyacen en él no le parecen relevantes.

Creo que Sampaoli dejó de ir a contracorriente y se obsesiono con el éxito. Ya no es más el luchador que sin importar el rumbo del viento se aferraba a sus convicciones y a su ideario. Parece que la rebeldía duró, como dijera Álvaro Obregón (el político mexicano), un cañonazo de cincuenta mil pesos. Claro, cuando esa cantidad era una verdadera fortuna.

Alguien debió aconsejarle al oído y recordarle esa frase magistral de Bertolt Brecht que dice que “mayor delito que robar un banco es fundar uno” o en este caso podría ampliarse a promover uno. Mayor sensibilidad hubiera bastado para evitar estas suspicacias. Será el mismo entrenador quien deba cargar con sus errores y elecciones y eso no implica fracasar deportivamente pues la selección juega bien y tiene buenos jugadores. Además en el fútbol de hoy ganan los calculadores, los que especulan y destruyen y en eso los bancos son expertos.

El caso David Pizarro es otra arista de esta incomprensible historia. La discusión ya no pasa por si el jugador se adapta al esquema o no. Tampoco por si corre mucho o poco. Ni siquiera si juega bien o mal. No defenderé a David con los pergaminos de sus títulos y campañas notables por más de diez años en el fútbol europeo de primer nivel. Pizarro representa para muchos de nosotros el primer eslabón del cambio. No debemos olvidar que mientras unos se emborrachaban en las concentraciones, entrenaban a media máquina o simplemente se entregaban a los brillos de la farándula y los programas decadentes de nuestra televisión, él renunciaba a la selección nacional por considerar que la falta de profesionalismo y de planificación de nuestras autoridades eran inaceptables. Tuvo en otro tiempo, donde era mucho más difícil, la valentía para denunciar los excesos y apartarse con dolor de la representación mayor a la que un futbolista puede aspirar. Por eso algunos queríamos verlo volver y jugar el mundial que merecidamente se había ganado con su consecuencia y dignidad. Sampaoli fue a buscarlo, lo convenció de regresar a la selección y luego lo hizo a un lado sin explicar si quiera su decisión. Ese pecado es, por si mismo, difícil de perdonar pero sumado a otros se vuelve imposible. Lejos quedaron la “la lealtad, la honestidad y la transparencia”.

Esta selección tiene el nombre y el color de todos pero parece que promueve y defiende los intereses de un grupo minoritario, perverso e inescrupuloso. Cuesta entender cómo podríamos sentirnos representados por ella. Y aunque en verdad tratamos de que esto sea solo fútbol, cuando suceden estos hechos cuesta separar las cosas y hacerse el de la vista gorda.





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