El triunfo de Allende en 1970 fue erróneamente interpretado como la culminación de una larga evolución democrática que habría conocido Chile en los decenios precedentes y se pensó que la supuesta madurez política de nuestra sociedad hacía posible una experiencia reformista profunda conducida por la izquierda. Sin embargo, la realidad que había vivido nuestro país había sido bastante diferente.

Así en los años 30 el país había sufrido el régimen populo-represivo de Alessandi Palma con la carnicería del Seguro Obrero; luego a partir de la mitad de los 40 el gobierno de la persecución anticomunista de González Videla; enseguida en los 50 la Presidencia militaroide de un antiguo golpista, el General Ibáñez, fundador de la Escuela de carabineros y que culminó su periodo con la masacre del 2 de Abril de 1957; por fin, habían ocurrido las intervenciones frecuentes y sangrientas de las Fuerzas Armadas para reprimir las movilizaciones populares durante los años 60 ( población José María Caro, mineral de El Salvador) es decir, durante los regímenes un poco menos impresentables de Alessandi Rodríguez y Frei Montalva.

Por otra parte , se tenía también tendencia, en la época de la elección de Allende, a subrayar la breve pero fértil Presidencia de Pedro Aguirre Cerda, uno de los raros presidentes que valga la pena recordar. Sin embargo, a este respecto se omitía a menudo decir que las reformas trascendentes de este mandatario eran tan necesarias para el desarrollo de nuestro Estado y de nuestra economía que solo una derecha económica obtusa y una derecha política con grave atraso intelectual hubieran podido oponérsele. En todo caso la breve existencia de este excelso mandatario del Partido Radical, a quien la oposición le hizo también la vida dura, permitió quizás a la reacción chilena economizar un nuevo golpe de estado.

Así , con la perspectiva que da el paso del tiempo nos parece que construir una estrategia política con una visión errada, o por lo menos muy parcial e ilusoria de la realidad del país no podía llevar sino a los muy grandes y graves desaciertos que conocimos.

José Manuel Aguirre C.