Parafraseando a Carlos Marx quien, en el siglo XIX, calificaba de este modo a la religión se podría decir sin exageración que el fútbol se ha convertido en el opio del pueblo en nuestros días y esto en particular por lo que refiere a nuestro país.

Cómo calificar de otra manera la masiva presencia de chilenos en el Maracaná ( ¡25 000 al menos!) y las exorbitantes manifestaciones de fervor popular al interior de nuestras fronteras sin olvidar a  los exaltados que el día del encuentro con España devastaron la sala de prensa del  estadio brasileño  por la simple razón que no habían obtenido una entrada. Y todo esto para celebrar la victoria sobre un ex-campeón del mundo tan deprimido por su reciente derrota como por el estado lamentable en que se encuentra su país.

Hay que reconocer que desde hace algunos años muchos de nuestros compatriotas tienen tendencia a apasionarse por los eventos deportivos hasta el punto  de convertirse en seres completamente irracionales. Y esta irracionalidad no solo se manifiesta en los comportamientos frente a los resultados de nuestros representantes (recuérdese el bombardeo de la cancha de tenis con las sillas) sino que se revela en la cuantía de los gastos personales que son capaces de realizar para presenciar los eventos. La sociedad de consumo demencial en la que están sumidas unas extensas capas de la población chilena se revela así de una manera tan grosera que ella nos lleva a pensar por un lado en la profunda alienación consumista en que han caído muchos chilenos así como en el  embrutecimiento que conlleva la falta de cultura y de educación, unos valores que hoy están cada vez más depreciados.

Hay urgencia pues de atacarse a las causas de fondo de esta situación poniendo el acento en la educación de nuestros jóvenes y en una política cultural que modere los comportamientos atrabiliarios de muchos adultos.