Chile – Bolivia: más que diferencias en la Corte

  • 01-07-2014

Mientras Bolivia publica y difunde urbi et orbi su Libro del Mar, el gobierno chileno se atrinchera en que “no hay nada que discutir”. Estas dos formas opuestas de enfrentar el conflicto no solo dan cuenta de sus diferencias frente al tribunal de La Haya, sino de políticas exteriores con una sensibilidad completamente distinta respecto del largo plazo y de la acumulación de apoyos.

Desde Chile, la política de comunicar al mundo su postura se sostiene en tres argumentos claves: que Bolivia tiene acceso al mar desde 1904 en virtud del Tratado de Paz firmado por ambos países, que ese tratado estableció las fronteras actuales y que Bolivia busca con la actual demanda ante la CIJ desconocer este tratado.

De ese modo, la Cancillería afirma que se trata de una demanda “sin sustento jurídico”, siendo “eminentemente política y comunicacional”.

Sin embargo, en la vida y en la política internacional, basta con que una parte considere que hay conflicto para que éste exista, independientemente de lo que diga la otra. En ese sentido, el arrinconamiento chileno está condenado, más temprano que tarde, a ser estéril: la aspiración del país vecino no desaparecerá y el tema, guste o no, ya es reconocido en las instancias internacionales.

El propio Evo Morales lo dijo este fin de semana, cuando afirmó que en tanto Bolivia no logre una solución a su encierro geográfico, no dejará de pedir a Chile la restitución de su calidad marítima, de la que carece desde 1879. “Mientras no hayan soluciones sobre el derecho que tienen los bolivianos a retornar al (Océano) Pacífico con soberanía, con seguridad seguirá siendo un tema pendiente durante esta generación y las futuras”, dijo.

En el mismo sentido en que lo plantea Morales, debe entenderse la comparecencia ante el Tribunal Internacional de La Haya como un paso que corona una consistente política exterior desarrollada a lo largo de las décadas. Durante las últimas semanas, un reloj descolonizador que incluye territorio actualmente chileno y “El Libro del Mar” son dos nuevas acciones, pero que apenas representan botones de un tallo cultivado con paciencia.

Por el reloj, Chile respondió con nota de protesta desde Cancillería. Respecto al libro, políticos y expertos nacionales han objetado la línea esgrimida por el gobierno de Morales.

¿En qué consiste? Fundamentalmente, en demostrar dos cosas: primero, que no es cierto que nuestro país haya cerrado el tema en 1904, puesto que en varios momentos durante las décadas siguientes ha estado dispuesto a abrir espacios de conversación; y segundo, que en esos casos, más de una vez, ha reconocido atribuciones a instancias que exceden a la relación bilateral. La respuesta chilena, como ya se ha dicho, es que “no hay nada que discutir”.

En 130 páginas, divididas en cuatro capítulos, Bolivia ahonda en lo histórico, en los compromisos entre ambas naciones para negociar salida al mar, en la demanda ante la Corte y también en las consecuencias que el “enclaustramiento” ha implicado para el país.

“En 1904 Bolivia se vio obligada a aceptar los términos de un Tratado de Paz, debido a la ocupación militar chilena de su litoral, la carencia de puerto, facilidades de tránsito y la administración chilena de sus aduanas, entre otras razones”, escriben para explicar el inicio histórico de un conflicto que se arrastra por más de un siglo.

Desde ahí, se relevan acontecimientos, reuniones, protocolos, compromisos que década a década demuestran como para Chile esta demanda sería un tema pendiente. Más aún, en la selección de hechos se demuestra cómo los gobiernos chilenos han solicitado la participación internacional en el conflicto.

1919 – 1922: En la Conferencia de París y la Liga de Naciones, Bolivia presenta por primera vez su demanda marítima (1919). “Un año después, el delegado chileno Manuel Rivas Vicuña, mediante la nota de 19 de Septiembre de 1922, dirigida a la Liga de las Naciones, reafirmó el compromiso chileno de entrar en negociaciones directas con Bolivia”, recogen los altiplánicos en su libro.

En 1920, rescata el escrito “El diplomático chileno acreditado en Bolivia Emilio Bello reconoció la necesidad boliviana de una salida propia al mar y presentó una oferta concreta: Chile cedería una zona importante al norte de Arica (…) que debía realizarse de acuerdo con el texto del Tratado de Ancón”, de ese modo ponen a Perú en las negociaciones.

En 1926 es Estados Unidos, por intermedio de su secretario de Estado, Frank B. Kellongg, quien pide a Perú y Chile “ceder a Bolivia a perpetuidad todo derecho, título e intereses que ellas tengan en las provincias de Tacna y Arica”. Ese mismo año, rescatan, “El canciller de Chile, Jorge Matte presentó y memorándum a Kellogg manifestando su disposición de conceder una faja de tierra”.

Más adelante en el tiempo, destacan que en 1975 “Chile consultó con Perú sobre la posible cesión a Bolivia de un corredor soberano por el norte de la provincia de Arica”. Perú, aseguran aceptó “a condición de que el área territorial adyacente estuviera sujeta a un régimen de soberanía compartida entre los tres países”, propuesta que Chile negó.

Luego fue ante la OEA donde también Chile conversó sobre la demanda marítima y aseguró que “el país estaba dispuesto a negociar” (1979).

A fines de la década de los ochenta, ambos países conversaron en Montevideo, Uruguay. Y En el 2000 se reunieron en Portugal.

Se trata de antecedentes que no son recopilados al azar. Todas estas fechas y lugares hacen un recorrido que atenta contra el corazón de la defensa que Chile presentaría ante La Haya.

A su vez, deja entrever que Chile ha reconocido que existe un tema pendiente con Bolivia, argumento que complica la postura nacional respecto de que el hecho histórico quedó cerrado con el Tratado de 1904. Para ello, incluso, citan que en 1923 “El Canciller chileno Luis Izquierdo señaló, mediante notas (…) que de acuerdo con las expresiones del Presidente de su país y las declaraciones de su representante ante la Liga de las Naciones, Chile podría celebrar un nuevo pacto que consulte la situación de Bolivia sin modificar el Tratado de Paz de 1904 y sin interrumpir la continuidad de su territorio”.

De ese modo, a través del “Libro del Mar”, el país altiplánico refuerza una estrategia integral en favor de su demanda. Desde lo político, lo jurídico, lo comunicacional y lo simbólico confluyen para dar paso a los argumentos con los que el gobierno de Evo Morales defiende la posibilidad de sentarse a conversar con Chile y encontrar una solución a sus aspiraciones.

Un elemento adicional: Morales y los dirigentes del Gobierno se han empeñado en decir que la cerrazón no es de Chile, sino de su oligarquía. Que el pueblo de Chile piensa distinto, alimentándose para ello de la llamada Diplomacia de los Pueblos, que Evo practica con organizaciones de nuestro país desde que llegó al poder. De este modo, también, devela una versión que los libros chilenos esquivan sobre la verdadera causa de la Guerra del Pacífico, un poco distinta a la de la Patria: los intereses económicos de la élite y del capital foráneo.

Desde Chile, en tanto, la clase política se ha unido para expresar el sentir de la Cancillería. En el plano comunicacional, ha sido Heraldo Muñoz el representante de difundir la estrategia nacional. Por medio de un folleto que se difunde por todas las embajadas chilenas, se presenta a la opinión internacional la forma en que el país concibe las aspiraciones bolivianas.

En lo jurídico, diversas han sido las posiciones exploradas. Sin embargo, con fuerza aparece la idea de impugnar la competencia del Tribunal, hipótesis que gana adeptos por sobre la posibilidad de contra-argumentar en la Corte, opción que podría producir un desenlace que Chile no quiere escuchar: ¿Nada que discutir?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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