Nuestro país se ha hecho, y se sigue haciendo,  bajo la dominación de estos tres pilares del conservadurismo que han sido siempre un obstáculo para toda idea de progreso.

Por lo que es de la Iglesia, su carácter reaccionario, sobre todo de su jerarquía, es la característica de su historia y el breve interregno del Cardenal Silva Henríquez y de  sus obispos, no constituyó sino una excepción. Esta institución arcaica, promotora de un discurso añejo, es propietaria de una extensa red de establecimientos educativos donde hace proselitismo abiertamente. Asimismo, ella ha logrado siempre utilizar los partidos políticos, primero Conservador y luego Democratacristiano, para multiplicar los efectos de un mensaje que no puede más que satisfacer a los poderosos.

En lo que respecta al Ejército, institución seudo-nacional que siempre ha cultivado un conservadurismo primario, él comparte con la Iglesia, de quien recibe la bendición a toda hora, los principios esenciales de los dominadores, unos principios que se reducen siempre a mantener al pueblo en la sumisión y la ignorancia, una concepción  que en los tiempos de Portales, esa referencia de Pinochet, se expresaba en un fórmula muy simple: palo y bizcocho.

Al final, el poder financiero y empresarial, que ha crecido haciendo uña y carne con las instituciones precedentes no puede más que felicitarse de vivir en un país donde se ha configurado esta malsana trinidad  que le asegura una mano de obra  barata, abundante y dócil. Una trinidad que el cristiano más modesto no puede más que repudiar.